Noticias que no se publican
Publicado 2006/11/13 00:00:00
- REDACCION
Algunas veces pecamos en querer ser políticos, adivinos y hasta dioses.
ALGUNAS situaciones les roban el corazón, pero en otras la tristeza, la impotencia y el temor los consume.
Son las experiencias que viven los cronistas, los radares, ojos multiplicados que todo lo ven, o topos que escarban en los sótanos de la sociedad.
Esos son los periodistas, profesionales que cada día enfrentan un reto, toman decisiones, se equivocan muchas veces, y aciertan otras. La diferencia con otras profesiones es que lo que escriban, digan o muestren, esté bien o mal hecho, siempre se hace público.
El 23 de octubre de este año quedará grabado para siempre en la memoria de Santiago Cumbrera. Ese día se encontraba, en horas del mediodía, en los predios del Complejo Metropolitano conversando con familiares de varios pacientes que padecían el Síndrome de Insuficiencia Renal Aguda, sobre quienes quería preparar una nota humana.
De pronto un autobús con pasajeros se incendia frente a Hossana. Niños, hombres y mujeres pedían auxilio, atrapados por las llamas.
Cuando llegó, pudo ver que dentro del autobús estaban varias personas calcinadas, entre ellos pequeñuelos. Pensó de inmediato en su pequeño Júnior. Cumbrera fue uno de los primeros en llegar, y las escenas sepultaron su dinamismo y vitalidad de periodista de calle.
"Esa tragedia derrumbó mi espíritu de reportero y las ganas de hacer entrevistas". La magnitud de la tragedia lo paralizó, se sentó en un rincón y se quitó el carné de EPASA para escuchar, entre lágrimas, el relato de un amigo que estuvo a punto de perder la vida.
"Era la primera vez que sentía malestar y repudio al encontrarme en medio de muchos fotógrafos y periodistas que llegaban de todas partes, buscando a las víctimas. Pensaba si así se ejercía el periodismo". A los días, los medios fueron duramente cuestionados por revelar imágenes dramáticas de la tragedia.
Grisel Bethancourt, en los últimos tres años en el Panamá América le ha correspondido cubrir eventos de frontera a frontera. Ha conocido niños y jóvenes que ven un porvenir en las armas, drogas y la delincuencia, como aquel joven parco y frío dispuesto a todo en la pandilla "El Pentágono".
Otro tema impactante fue cuando en el año 2000 vio el cadáver de uno de los desaparecidos durante la dictadura militar, que hace más de 30 años fue torturado y depositado en una fosa común en un cuartel militar en Tocumen. ¡Fue horroroso! Aun hay mucho por revelar en estos casos, donde se percibe impunidad, y el silencio de los autores es el principal cómplice.
Una historia sin igual en el 2005 es la de "Jhon Fredy y Jan Carlo", niños refugiados. Son como dos gotas de agua. Ahora tienen siete años, y no llevan el apellido de su papá, ni conocen a su mamá. Ambos son guerrilleros.
Le robaron el corazón en su primera ida a Puerto Obaldía, Kuna Yala, "cuando ambos me agarraron de las manos para recorrer las callejuelas de este poblado". Los gemelos no conocen a sus padres. La identificaron como su nueva tía, quizás por la falta que les hace su madre.
La situación de sus papás no ha permitido que sean reconocidos, y se mantienen sin patria. Llegaron envueltos en sabanitas sucias y con rastros de un parto desde las montañas panameñas. Sus derechos como niños no han prevalecido.
Los periodistas, además de ser comunicadores, muchas veces traspasamos esa barrera y por momentos nos creemos médicos, policías, jueces, manifestantes, seres intocables, Presidente de la República y hasta abogados.
Defendemos a todo el mundo, pero nadie nos defiende y somos incapaces de defendernos como grupo, asegura Gustavo Aparicio, dedicado a la cobertura legislativa.
"Pensamos que tenemos una varita mágica planteando todo tipo de soluciones, que al final, en la mayoría de las ocasiones, no son tomadas en cuenta por los gobernantes de turno o por quienes ven a los periodistas como un estorbo o como una piedra en su camino".
Gustavo Aparicio, en una de sus anécdotas, tuvo que dejar de ser periodista para convertirme en socorrista. Es fácil ver de cerca, sin ser protagonista, lo que le ocurre a los demás para luego reportarlo, pero también es difícil ver a alguien tirado en el suelo desfalleciendo sin que nadie mueva un dedo.
Esto ocurrió hace tres años tras un accidente de tránsito registrado poco antes del puente elevado vehicular de San Miguelito. Allí se produjo un choque múltiple entre tres vehículos sedanes, un busito y dos camiones articulados, los cuales posteriormente se incendiaron.
No hubo víctimas, sólo algunos heridos leves que fueron trasladados al Hospital San Miguel Arcángel, adonde posteriormente me dirigí para darle la cobertura completa a este hecho.
Tras conocer el estado de los heridos pensé que todo había acabado. De repente, bajando las escaleras externas del centro, ya bastante agotado por lo sofocante de cubrir el accidente de tránsito y el posterior incendio de los vehículos, encuentro a una mujer de unos 58 años tirada en el suelo, con los ojos cerrados, a punto de fallecer, y a unos pasos a su hija pidiendo ayuda para su madre.
¡Que alguien me ayude, mi mamá se muere!
Tras pensar por dos segundos decidí abandonar mi rol de comunicador; alcé en mis brazos a esa señora que, aunque no lo parecía, estaba muy pesada; casi no podía con ella.
Fueron tres largas escaleras las que tuve que subir para llevarla al cuarto de urgencia, unos cuarenta escalones aproximadamente para llegar al objetivo, sumados al cansancio que ya cargaba a mis espaldas. Llegué sin la ayuda de nadie y la mirada de muchos. Espero que la señora haya logrado sobrevivir por la rápida decisión de convertirme de periodista a socorrista.
Elio Núñez, tiene mucho por contar, y más -según él-, cuando la labor periodística la tienes que realizar en el área policiaca.
"En los once meses que llevo en Panamá América, una de las anécdotas que recuerdo es un reportaje que escribí sobre "tumbadores" de drogas, bien delicado por cierto, pues me exigían salir de informes convencionales".
Recuerda que cuando sugirió el tema, sólo tenía un informe preliminar sobre cómo actuaban estos grupos y quiénes los patrocinaban, pero no los nombres de los individuos.
Reconoce que le tomó por sorpresa y no tenía un "as bajo la manga" y sus fuentes no se corrían el riesgo de suministrarle esos nombres por represalias de sus superiores.
Pero siempre hay uno que por amistad arriesga hasta el trabajo. Eran las 3:00 p.m. y el tema estaba casi terminado, solo faltaban los esperados nombres.
"Estábamos en aquella hora de cierre y era la nota de portada, una llamada fue de gran ayuda, mi informante me tenía "el dato caliente" y detallado".
A las 5:00 p.m. había nombres, delitos y hasta cédula, pero como estábamos hablando de personas muy peligrosas por lo que revelar el nombre del periodista, pondría en peligro su vida, la nota fue sin créditos, "pero los periodistas que me conocen sabían quién era el autor. Lo malo vino después".
Recibí llamadas a mi celular de varios peiodistas como de uno de los "tumbadores" quien cumplía lo prometido, me amenazó con buscarme e incluso decía saber dónde vivía.
"Gracias a Dios" la amenaza no prosperó. Este sujeto ahora está detenido junto a otros que aparecían en nuestro informe. El reportaje tuvo sus consecuencias, lamentables para ellos.
Una de las experiencias periodísticas que más ha calado en la carrera de Luis C. Castillo la vivió hace un año cuando entrevistó al presidente de Estados Unidos, George W. Bush y su homólogo cubano, Fidel Castro.
Al presidente Bush le formuló dos preguntas durante su visita de 20 horas a Panamá, en noviembre del año pasado.
La pregunta más importante fue su opinión sobre la participación financiera de China Popular en los trabajos de ampliación del Canal de Panamá y si este hecho no afectaría los intereses geopolíticos de Estados Unidos en la región. La otra, era relacionada con el ALCA.
Bush sonrió, dio vueltas, no aterrizó en el tema, y nunca respondió la inquietud.
Luis Castillo se quedó con la satisfacción de hacerle la pregunta, la que al cabo de unos minutos rebotó por todas las agencias noticiosas de prensa del mundo.
Semanas después, tras una invitación de la Presidencia de la República, formó parte del grupo de periodistas que acompañó al presidente Martín Torrijos a Cuba, donde conversó con el líder cubano a eso de la 1:00 de la madrugada del día siguiente que llegó a la isla.
Castro habló de béisbol, de su salud y no desaprovechó la oportunidad para burlarse de la CIA y de la ex presidenta Mireya Moscoso.
Son las experiencias que viven los cronistas, los radares, ojos multiplicados que todo lo ven, o topos que escarban en los sótanos de la sociedad.
Esos son los periodistas, profesionales que cada día enfrentan un reto, toman decisiones, se equivocan muchas veces, y aciertan otras. La diferencia con otras profesiones es que lo que escriban, digan o muestren, esté bien o mal hecho, siempre se hace público.
El 23 de octubre de este año quedará grabado para siempre en la memoria de Santiago Cumbrera. Ese día se encontraba, en horas del mediodía, en los predios del Complejo Metropolitano conversando con familiares de varios pacientes que padecían el Síndrome de Insuficiencia Renal Aguda, sobre quienes quería preparar una nota humana.
De pronto un autobús con pasajeros se incendia frente a Hossana. Niños, hombres y mujeres pedían auxilio, atrapados por las llamas.
Cuando llegó, pudo ver que dentro del autobús estaban varias personas calcinadas, entre ellos pequeñuelos. Pensó de inmediato en su pequeño Júnior. Cumbrera fue uno de los primeros en llegar, y las escenas sepultaron su dinamismo y vitalidad de periodista de calle.
"Esa tragedia derrumbó mi espíritu de reportero y las ganas de hacer entrevistas". La magnitud de la tragedia lo paralizó, se sentó en un rincón y se quitó el carné de EPASA para escuchar, entre lágrimas, el relato de un amigo que estuvo a punto de perder la vida.
"Era la primera vez que sentía malestar y repudio al encontrarme en medio de muchos fotógrafos y periodistas que llegaban de todas partes, buscando a las víctimas. Pensaba si así se ejercía el periodismo". A los días, los medios fueron duramente cuestionados por revelar imágenes dramáticas de la tragedia.
Grisel Bethancourt, en los últimos tres años en el Panamá América le ha correspondido cubrir eventos de frontera a frontera. Ha conocido niños y jóvenes que ven un porvenir en las armas, drogas y la delincuencia, como aquel joven parco y frío dispuesto a todo en la pandilla "El Pentágono".
Otro tema impactante fue cuando en el año 2000 vio el cadáver de uno de los desaparecidos durante la dictadura militar, que hace más de 30 años fue torturado y depositado en una fosa común en un cuartel militar en Tocumen. ¡Fue horroroso! Aun hay mucho por revelar en estos casos, donde se percibe impunidad, y el silencio de los autores es el principal cómplice.
Una historia sin igual en el 2005 es la de "Jhon Fredy y Jan Carlo", niños refugiados. Son como dos gotas de agua. Ahora tienen siete años, y no llevan el apellido de su papá, ni conocen a su mamá. Ambos son guerrilleros.
Le robaron el corazón en su primera ida a Puerto Obaldía, Kuna Yala, "cuando ambos me agarraron de las manos para recorrer las callejuelas de este poblado". Los gemelos no conocen a sus padres. La identificaron como su nueva tía, quizás por la falta que les hace su madre.
La situación de sus papás no ha permitido que sean reconocidos, y se mantienen sin patria. Llegaron envueltos en sabanitas sucias y con rastros de un parto desde las montañas panameñas. Sus derechos como niños no han prevalecido.
Los periodistas, además de ser comunicadores, muchas veces traspasamos esa barrera y por momentos nos creemos médicos, policías, jueces, manifestantes, seres intocables, Presidente de la República y hasta abogados.
Defendemos a todo el mundo, pero nadie nos defiende y somos incapaces de defendernos como grupo, asegura Gustavo Aparicio, dedicado a la cobertura legislativa.
"Pensamos que tenemos una varita mágica planteando todo tipo de soluciones, que al final, en la mayoría de las ocasiones, no son tomadas en cuenta por los gobernantes de turno o por quienes ven a los periodistas como un estorbo o como una piedra en su camino".
Gustavo Aparicio, en una de sus anécdotas, tuvo que dejar de ser periodista para convertirme en socorrista. Es fácil ver de cerca, sin ser protagonista, lo que le ocurre a los demás para luego reportarlo, pero también es difícil ver a alguien tirado en el suelo desfalleciendo sin que nadie mueva un dedo.
Esto ocurrió hace tres años tras un accidente de tránsito registrado poco antes del puente elevado vehicular de San Miguelito. Allí se produjo un choque múltiple entre tres vehículos sedanes, un busito y dos camiones articulados, los cuales posteriormente se incendiaron.
No hubo víctimas, sólo algunos heridos leves que fueron trasladados al Hospital San Miguel Arcángel, adonde posteriormente me dirigí para darle la cobertura completa a este hecho.
Tras conocer el estado de los heridos pensé que todo había acabado. De repente, bajando las escaleras externas del centro, ya bastante agotado por lo sofocante de cubrir el accidente de tránsito y el posterior incendio de los vehículos, encuentro a una mujer de unos 58 años tirada en el suelo, con los ojos cerrados, a punto de fallecer, y a unos pasos a su hija pidiendo ayuda para su madre.
¡Que alguien me ayude, mi mamá se muere!
Tras pensar por dos segundos decidí abandonar mi rol de comunicador; alcé en mis brazos a esa señora que, aunque no lo parecía, estaba muy pesada; casi no podía con ella.
Fueron tres largas escaleras las que tuve que subir para llevarla al cuarto de urgencia, unos cuarenta escalones aproximadamente para llegar al objetivo, sumados al cansancio que ya cargaba a mis espaldas. Llegué sin la ayuda de nadie y la mirada de muchos. Espero que la señora haya logrado sobrevivir por la rápida decisión de convertirme de periodista a socorrista.
Elio Núñez, tiene mucho por contar, y más -según él-, cuando la labor periodística la tienes que realizar en el área policiaca.
"En los once meses que llevo en Panamá América, una de las anécdotas que recuerdo es un reportaje que escribí sobre "tumbadores" de drogas, bien delicado por cierto, pues me exigían salir de informes convencionales".
Recuerda que cuando sugirió el tema, sólo tenía un informe preliminar sobre cómo actuaban estos grupos y quiénes los patrocinaban, pero no los nombres de los individuos.
Reconoce que le tomó por sorpresa y no tenía un "as bajo la manga" y sus fuentes no se corrían el riesgo de suministrarle esos nombres por represalias de sus superiores.
Pero siempre hay uno que por amistad arriesga hasta el trabajo. Eran las 3:00 p.m. y el tema estaba casi terminado, solo faltaban los esperados nombres.
"Estábamos en aquella hora de cierre y era la nota de portada, una llamada fue de gran ayuda, mi informante me tenía "el dato caliente" y detallado".
A las 5:00 p.m. había nombres, delitos y hasta cédula, pero como estábamos hablando de personas muy peligrosas por lo que revelar el nombre del periodista, pondría en peligro su vida, la nota fue sin créditos, "pero los periodistas que me conocen sabían quién era el autor. Lo malo vino después".
Recibí llamadas a mi celular de varios peiodistas como de uno de los "tumbadores" quien cumplía lo prometido, me amenazó con buscarme e incluso decía saber dónde vivía.
"Gracias a Dios" la amenaza no prosperó. Este sujeto ahora está detenido junto a otros que aparecían en nuestro informe. El reportaje tuvo sus consecuencias, lamentables para ellos.
Una de las experiencias periodísticas que más ha calado en la carrera de Luis C. Castillo la vivió hace un año cuando entrevistó al presidente de Estados Unidos, George W. Bush y su homólogo cubano, Fidel Castro.
Al presidente Bush le formuló dos preguntas durante su visita de 20 horas a Panamá, en noviembre del año pasado.
La pregunta más importante fue su opinión sobre la participación financiera de China Popular en los trabajos de ampliación del Canal de Panamá y si este hecho no afectaría los intereses geopolíticos de Estados Unidos en la región. La otra, era relacionada con el ALCA.
Bush sonrió, dio vueltas, no aterrizó en el tema, y nunca respondió la inquietud.
Luis Castillo se quedó con la satisfacción de hacerle la pregunta, la que al cabo de unos minutos rebotó por todas las agencias noticiosas de prensa del mundo.
Semanas después, tras una invitación de la Presidencia de la República, formó parte del grupo de periodistas que acompañó al presidente Martín Torrijos a Cuba, donde conversó con el líder cubano a eso de la 1:00 de la madrugada del día siguiente que llegó a la isla.
Castro habló de béisbol, de su salud y no desaprovechó la oportunidad para burlarse de la CIA y de la ex presidenta Mireya Moscoso.
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