Aullido de Loba
¡Cuánta generosidad desinteresada hay!
Publicado 2012/12/26 08:59:00
Me abruma y me avergüenza. Las últimas noticias caen sobre mí como un balde de agua fría. Me abruma la enormidad de mi suspicacia.
Mónica Miguel Franco / Antropóloga, Actriz y escritora
Me abruma y me avergüenza. Las últimas noticias caen sobre mí como un balde de agua fría. Me abruma la enormidad de mi suspicacia. Leo estas cosas y me doy cuenta de que soy un alma mezquina y ruin. Una Ebenezer Scrooge cualquiera a la que aún no han visitado los tres espíritus. Y cuando reconozco este fallo en mí ruego por ser salvada de mi propio cinismo. Imagínense ustedes mi terrible falta de ingenuidad, soy capaz de dudar de las sencillas intenciones de alguien que regala cientos de jamones a aquellos que deben elegirlo de nuevo en breves meses. ¿No es tonto por mi parte sospechar que su generosidad podría tener alguna sombra oculta? ¡Pero qué bruja soy! Merézcome la hoguera sin duda, como en otros tiempos más rigurosos sin duda hubiera sido mi destino.
¿Cuál otro puede ser el destino de alguien que duda del espíritu de generosidad que embarga a aquel que, desinteresadamente, y con dineros que no son suyos, regala jamones a los más desfavorecidos? ¿De alguien otrora orondo que ahora quiere compartir con otros la grasa y las calorías? Ninguna otra puede ser su agenda oculta, sin duda, ya que él ahora no se los puede comer todos él solito. Sin duda desea compartirlos con los demás.
Ninguna de estas acciones (y hay otras, no se crean, más discretas o menos publicitadas, pero de que las hay, las hay) debería despertar en mí el resquemor que despiertan, eso les demuestra a ustedes lo podrida que está mi alma, que juzgo a todos por las apariencias. Me latigaré como recomendaban los santos padres in illo témpore para sacar de mi mente esas suspicacias. Debo aprender a ver las acciones de los próceres con ojos de inocencia, ¿qué otra motivación podría tener alguien que la de ver como los que le rodean son felices con sus jamoncitos bien doraditos encima de su mesa navideña? Definitivamente estoy juzgando a los demás según mi condición malévola y retorcida. Ellos son almas cándidas que solo piensan en la felicidad de los demás sin preocuparse para nada de sus propios intereses. Anteponiendo las necesidades del prójimo a las suyas propias, quitándose el pan ellos de la boca para dárselo… ¡Ah! esperen, que no, que el dinero de los jamones no era suyo…Bien, no importa, seguro que, como en sus ahorros no existía la cantidad suficiente para proveer de patas de cerdo a todos los que querían favorecer, esas almas puras decidieron tomar el dinero de donde fuera menester, cualquier cosa antes que permitir que alguien se quedara sin su pernil esta Navidad. ¿No?
¿Cómo? ¿Dicen ustedes que algo estarán esperando a cambio? ¡Quiá! ¡Aparten de mí esos pensamientos impuros! Nada debe empañar la imagen de esos gigantes, de esos dechados de generosidad y rectitud. Hombres y mujeres dignos, que soportan los embates de la sospecha y se yerguen por encima de las acusaciones con su conciencia limpia, con su inocencia impoluta. Repartiendo felicidad a manos llenas, a sacos llenos, a jamones llenos.
Benefactores humanitarios que sólo buscan la sonrisa de un niño, las lágrimas apenas asomadas de la madre que solucionó como por arte de birlibirloque su cena de Nochebuena. Filántropos que lo han dado todo por su patria, cuyos desvelos han sido tan mal reconocidos, cuyas intenciones siempre son tergiversadas por almas perversas como la mía que deberíamos, sin duda, purgar nuestra malevolencia y mordernos la lengua viperina a ver si con un poco de suerte nos envenenamos
Por ahora iré a enroscarme, a ver si el espíritu de la Navidad entra en mí y me muestra la luz.
Me abruma y me avergüenza. Las últimas noticias caen sobre mí como un balde de agua fría. Me abruma la enormidad de mi suspicacia. Leo estas cosas y me doy cuenta de que soy un alma mezquina y ruin. Una Ebenezer Scrooge cualquiera a la que aún no han visitado los tres espíritus. Y cuando reconozco este fallo en mí ruego por ser salvada de mi propio cinismo. Imagínense ustedes mi terrible falta de ingenuidad, soy capaz de dudar de las sencillas intenciones de alguien que regala cientos de jamones a aquellos que deben elegirlo de nuevo en breves meses. ¿No es tonto por mi parte sospechar que su generosidad podría tener alguna sombra oculta? ¡Pero qué bruja soy! Merézcome la hoguera sin duda, como en otros tiempos más rigurosos sin duda hubiera sido mi destino.
¿Cuál otro puede ser el destino de alguien que duda del espíritu de generosidad que embarga a aquel que, desinteresadamente, y con dineros que no son suyos, regala jamones a los más desfavorecidos? ¿De alguien otrora orondo que ahora quiere compartir con otros la grasa y las calorías? Ninguna otra puede ser su agenda oculta, sin duda, ya que él ahora no se los puede comer todos él solito. Sin duda desea compartirlos con los demás.
Ninguna de estas acciones (y hay otras, no se crean, más discretas o menos publicitadas, pero de que las hay, las hay) debería despertar en mí el resquemor que despiertan, eso les demuestra a ustedes lo podrida que está mi alma, que juzgo a todos por las apariencias. Me latigaré como recomendaban los santos padres in illo témpore para sacar de mi mente esas suspicacias. Debo aprender a ver las acciones de los próceres con ojos de inocencia, ¿qué otra motivación podría tener alguien que la de ver como los que le rodean son felices con sus jamoncitos bien doraditos encima de su mesa navideña? Definitivamente estoy juzgando a los demás según mi condición malévola y retorcida. Ellos son almas cándidas que solo piensan en la felicidad de los demás sin preocuparse para nada de sus propios intereses. Anteponiendo las necesidades del prójimo a las suyas propias, quitándose el pan ellos de la boca para dárselo… ¡Ah! esperen, que no, que el dinero de los jamones no era suyo…Bien, no importa, seguro que, como en sus ahorros no existía la cantidad suficiente para proveer de patas de cerdo a todos los que querían favorecer, esas almas puras decidieron tomar el dinero de donde fuera menester, cualquier cosa antes que permitir que alguien se quedara sin su pernil esta Navidad. ¿No?
¿Cómo? ¿Dicen ustedes que algo estarán esperando a cambio? ¡Quiá! ¡Aparten de mí esos pensamientos impuros! Nada debe empañar la imagen de esos gigantes, de esos dechados de generosidad y rectitud. Hombres y mujeres dignos, que soportan los embates de la sospecha y se yerguen por encima de las acusaciones con su conciencia limpia, con su inocencia impoluta. Repartiendo felicidad a manos llenas, a sacos llenos, a jamones llenos.
Benefactores humanitarios que sólo buscan la sonrisa de un niño, las lágrimas apenas asomadas de la madre que solucionó como por arte de birlibirloque su cena de Nochebuena. Filántropos que lo han dado todo por su patria, cuyos desvelos han sido tan mal reconocidos, cuyas intenciones siempre son tergiversadas por almas perversas como la mía que deberíamos, sin duda, purgar nuestra malevolencia y mordernos la lengua viperina a ver si con un poco de suerte nos envenenamos
Por ahora iré a enroscarme, a ver si el espíritu de la Navidad entra en mí y me muestra la luz.
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