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Un relato personal de cómo un blogger panameña supera al trastorno bipolar
Loló escribe poesía, trabaja como freelancer para los medios y es madre de un niño de 4 añitos y sufre de bipolaridad.
Loló tiene 31 años y sufre de trastorno bipolar. Su verdadero nombre
es Ana Lorena, pero usa un apodo para escribir poesía y en su blog
personal. Es madre a tiempo completo de un niño que ya tiene cuatro
años, su color favorito es el verde y le gustan los lirios.
Ana Lorena vivió una adolescencia confusa, comenzó a tener cambios de
ánimo muy repentinos y bruscos. “A los 12, en sexto grado, me solté la
trenza que llevaba, dejé caer el cabello que llegaba a la cintura y
empecé a gritarle a la maestra por haberme llamado la atención al
negarme a escribir en letra corrida en el tablero frente a todas las
otras niñas”. Pero el verdadero signo de atención ocurrió cuando tenía
15 años, “me tomé un frasco de Tylenol luego de una discusión con mi
papá. Ese día fue 18 de mayo”, explicó Loló.
Y es que así se asoma el trastorno bipolar, un “diagnóstico psiquiátrico
que describe un trastorno del estado de ánimo caracterizado por la
presencia de uno o más episodios con niveles anormalmente elevados de
energía o una depresión crónica”, según explicó la psicóloga Sharen
Lushman. A Loló, sin embargo, no se lo diagnosticaron de inmediato. Los
médicos tipificaron su trastorno como una “depresión clínica severa”, y
como para los años noventa el medicamento de moda era el Prozac, la
secundaria de Loló pasó por ella, pero ella no por la secundaria.
Terminó el colegio con una mezcla de ansiolíticos y antidepresivos, y
después le llegaron los estudios superiores.
“Cuando llegué a la universidad descubrí el término ‘privación del sueño’”, relató, “era imposible dormir, había tantas cosas que hacer, que dibujar, que leer, que imaginar, estudiaba diseño, así que pasaba largas horas frente a la mesa de dibujo dibujando letras capitulares con plumillas”. Loló asegura que no se sentía cansada, que lo que padecía era manía. Según la psicóloga Lushman, “los patrones de cambios del estado de ánimo pueden ser cíclicos, comenzando a menudo con una manía que termina en una depresión profunda”. La manía no se había manifestado en la vida de Loló hasta llegar a los 20. Ella suele comparar esa etapa maniática con la espuma de una soda, “sube, sube, sube, y se desborda”, explicó, “uno pareciera ser mucho más productivo, mucho más alegre, más dinámico, más creativo, más todo, pero cuando dejas de dormir la mente no descansa y el bajón nunca tarda en llegar”, agregó. El diagnostico real tardó cinco año más en llegar, se trataba de un trastorno bipolar afectivo tipo II.
La aceptación del trastorno
Para cualquier persona, entender un diagnóstico complicado con relación a
su cuerpo o estilo de vida es algo difícil de por sí. Loló recuerda que
fue una época de mucha confusión y de interrogantes como: ¿por qué yo?,
¿por qué a mí?, ¿cómo que esto no se cura? “Empecé a ser constante y
responsable con mi tratamiento desde que acepté que esta es una
condición con la que voy a vivir el resto de mi vida”, confesó.
Según Lushman, el tratamiento para la bipolaridad consta de dos partes: la farmacológica y la psicológica. “La verdad que lo más difícil fue encontrar la combinación correcta de medicamentos. Están los que te dan algún tipo de reacción alérgica en la piel, las que te secan la boca y dan mal aliento. Las peores, las que te bajan la libido y te provocan comer y comer. En una ocasión, las pastillas me afectaron tanto que parecía un zombi. Estaba pero no estaba”, contó Loló, quien después de un tiempo logró el autocontrol y un soporte emocional fuerte para salir adelante.
El resto del cuento de Loló da esperanzas a los que sufren de bipolaridad, ya que ella misma disfruta mucho de su profesión. Se puede leer aquí.
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