Alex Grijelmo en Panamá
Publicado 2001/05/15 23:00:00
A Grijelmo no lo editó grijalbo, pero no importa, su libro es muy útil y es tan caro al intelecto como costoso al bolsillo. Por momentos es tan bueno, que me atrevería a recomendárselo a su autor. Después de la llegada de los Back Street Boys, la visita más importante que ha recibido el país en las últimas horas puede que sea el señor Alex Grijelmo. Es una especie de radiólogo o más bien psicoanalista de las palabras. Tengo entendido que posa a sus pacientes en el diván de su despacho y, auxiliándose además de la radiología, averigua las potencialidades seductoras de éstas.
Del resultado de estas investigaciones publicó el tratado "La seducción de las palabras", que pone al descubierto aquello que para muchos es desconocido y encubierto. Una de las conclusiones de su larga experiencia con las palabras es que mientras más seducen, más producen. Y para justificar su extraño oficio, señala que las palabras tienen su propio inconsciente y pueden ser psicoanalizadas y él lo hace, es más, gana dinero con ello. Nos alegra mucho que haya llegado al país y sabemos que podrá encontrar casos clínicos muy cínicos. El único problema de su presencia en Panamá es que quiera irse de inmediato apenas vea lo mal que hablamos y lo sinceros que somos cuando gesticulamos. Aquí, en lugar de seducir, las más de las veces lo que hacemos con las palabras es reducir y algunas pocas veces, inducir.
Como obsequio de bienvenida quiero regalarle una joya de nuestro español escrito (y hablado) del área periodística: Restar importancia; en este caso, las palabras más que seducir buscan reducir, disminuir las dimensiones. Realmente nos alegran en las mañanas expresiones como éstas, en las que el redactor intenta decirnos que el personaje que concede la entrevista expresa que no tiene importancia lo que declaró un día antes otra persona. No veo cómo, matemáticamente, un funcionario puede restarle importancia a las declaraciones de quien lo ha acusado de corrupción, por ejemplo. Nuestra posición geográfica y sicográfica nos ha hecho tan mercantilistas que tenemos una debilidad por las matemáticas: restar importancia, sumar importancia, dividir importancia, multiplicarla...
Dice Grijelmo que la música de las palabras las lleva a la lista de los éxitos más escuchados en materia de seducción, claro que -aclara- cuando él habla de la seducción de las palabras se está refiriendo a la capacidad de seducir de la lengua, y cuando dice esto, por nada del mundo pretende referirse a la capacidades que tienen las lenguas al tocar la piel y activar ciertas emociones. Pero a pesar de la seducción que saben implementar las palabras, a veces se distraen y nos olvidan, se deprimen o se estresan. Es entonces cuando nos sentimos sacados de su reino y sólo nos queda esperar que una palabra seductoramente (qué adverbio más inesperado) nos recupere. El peligro está en que llegue en un mensaje publicitario o en un discurso engañoso. Las palabras tienen coartadas entre sus sílabas y en sus acentos; es más, debido a los acentos hay algunas palabras que dejan entrever una doble personalidad en su existencia. Otras viven equivocándose y pareciese que lo hacen por descuido, pero Grijelmo ha descubierto que lo hacen a propósito; muestran una parte de sí mismas y sin querer nombran genéricamente cuando se espera de ellas una definición. Y estos comportamientos publicitarios y políticos tienen su base en que ellas se han ido formando durante siglos de manera inteligente y fría en las universidades de la adversidad y la sicodiversidad, pero sin perversidad, aclaro.
Entiendo que tengamos desconfianza de Grijelmo, porque es español (tienen siglos de trayectoria en este continente); en las últimas décadas los españoles que han venido a Panamá han estado más preocupados por dónde nos sentamos y nos acostamos y cómo lo pagaremos (a plazos), que por nuestra lengua. Salvo José Gil y Alfredo Prieto, a quienes les preocupa nuestras informaciones, los españoles aquí siguen tan desvinculados de nuestra lengua y más vinculados a nuestras deudas. Total, no los creo siempre buenos ejemplos en cuanto a la lengua; sólo hay que fijarte cómo le quitan la seducción a su capital, cuando dicen Madriss.
En Panamá nos agrada que haya venido Grijelmo y trataremos de no darle mucho trabajo. Nuestras palabras pueden hacerle daño. Ya lo dijo otro español, Bunbury: Las palabras fueron avispas. Aunque se equivocó (Bunbury) cuando candorosamente creyó que no hay oración capaz de decidir por mí (por él). A pesar de la cita de Benedetti, que se desmejora por su final tan poco seductor y algo reductor (mejor Neruda, Lorca o Alberti), el libro de Grijelmo puede seducirnos e inducirnos a ser más exquisitos. Su propia lengua se enaltece cuando se ausculta, como él mismo dice, su paladar auditivo, se en noble. Parece un conde de la lengua al decir que el sonido envuelve las palabras... es la presentación y el vestido envuelve los significados y los condiciona y además cumple el papel secundario y fundamental en la percepción de las palabras. Yo utilizo sus ideas para entender que las palabras se anuncian antes que se pronuncian.
Grijelmo me recordó el escondido valor de Maquiavelo, quien en la profundidad de sus propuestas no partía de lo que debería ser, sino de lo que es, cuando explicaba el comportamiento político del hombre. En lugar recitarnos reglas planchadas y sin manchas, nos enseña la insoportable terquedad de las palabras. Por él se me ocurre que lo bueno de los errores es que se ensayan, lo malo es que se aprenden tan bien que se repiten. Don Alex, bien.venido, espero que algunas palabras lo seduzcan peligrosamente en nuestro país.
Del resultado de estas investigaciones publicó el tratado "La seducción de las palabras", que pone al descubierto aquello que para muchos es desconocido y encubierto. Una de las conclusiones de su larga experiencia con las palabras es que mientras más seducen, más producen. Y para justificar su extraño oficio, señala que las palabras tienen su propio inconsciente y pueden ser psicoanalizadas y él lo hace, es más, gana dinero con ello. Nos alegra mucho que haya llegado al país y sabemos que podrá encontrar casos clínicos muy cínicos. El único problema de su presencia en Panamá es que quiera irse de inmediato apenas vea lo mal que hablamos y lo sinceros que somos cuando gesticulamos. Aquí, en lugar de seducir, las más de las veces lo que hacemos con las palabras es reducir y algunas pocas veces, inducir.
Como obsequio de bienvenida quiero regalarle una joya de nuestro español escrito (y hablado) del área periodística: Restar importancia; en este caso, las palabras más que seducir buscan reducir, disminuir las dimensiones. Realmente nos alegran en las mañanas expresiones como éstas, en las que el redactor intenta decirnos que el personaje que concede la entrevista expresa que no tiene importancia lo que declaró un día antes otra persona. No veo cómo, matemáticamente, un funcionario puede restarle importancia a las declaraciones de quien lo ha acusado de corrupción, por ejemplo. Nuestra posición geográfica y sicográfica nos ha hecho tan mercantilistas que tenemos una debilidad por las matemáticas: restar importancia, sumar importancia, dividir importancia, multiplicarla...
Dice Grijelmo que la música de las palabras las lleva a la lista de los éxitos más escuchados en materia de seducción, claro que -aclara- cuando él habla de la seducción de las palabras se está refiriendo a la capacidad de seducir de la lengua, y cuando dice esto, por nada del mundo pretende referirse a la capacidades que tienen las lenguas al tocar la piel y activar ciertas emociones. Pero a pesar de la seducción que saben implementar las palabras, a veces se distraen y nos olvidan, se deprimen o se estresan. Es entonces cuando nos sentimos sacados de su reino y sólo nos queda esperar que una palabra seductoramente (qué adverbio más inesperado) nos recupere. El peligro está en que llegue en un mensaje publicitario o en un discurso engañoso. Las palabras tienen coartadas entre sus sílabas y en sus acentos; es más, debido a los acentos hay algunas palabras que dejan entrever una doble personalidad en su existencia. Otras viven equivocándose y pareciese que lo hacen por descuido, pero Grijelmo ha descubierto que lo hacen a propósito; muestran una parte de sí mismas y sin querer nombran genéricamente cuando se espera de ellas una definición. Y estos comportamientos publicitarios y políticos tienen su base en que ellas se han ido formando durante siglos de manera inteligente y fría en las universidades de la adversidad y la sicodiversidad, pero sin perversidad, aclaro.
Entiendo que tengamos desconfianza de Grijelmo, porque es español (tienen siglos de trayectoria en este continente); en las últimas décadas los españoles que han venido a Panamá han estado más preocupados por dónde nos sentamos y nos acostamos y cómo lo pagaremos (a plazos), que por nuestra lengua. Salvo José Gil y Alfredo Prieto, a quienes les preocupa nuestras informaciones, los españoles aquí siguen tan desvinculados de nuestra lengua y más vinculados a nuestras deudas. Total, no los creo siempre buenos ejemplos en cuanto a la lengua; sólo hay que fijarte cómo le quitan la seducción a su capital, cuando dicen Madriss.
En Panamá nos agrada que haya venido Grijelmo y trataremos de no darle mucho trabajo. Nuestras palabras pueden hacerle daño. Ya lo dijo otro español, Bunbury: Las palabras fueron avispas. Aunque se equivocó (Bunbury) cuando candorosamente creyó que no hay oración capaz de decidir por mí (por él). A pesar de la cita de Benedetti, que se desmejora por su final tan poco seductor y algo reductor (mejor Neruda, Lorca o Alberti), el libro de Grijelmo puede seducirnos e inducirnos a ser más exquisitos. Su propia lengua se enaltece cuando se ausculta, como él mismo dice, su paladar auditivo, se en noble. Parece un conde de la lengua al decir que el sonido envuelve las palabras... es la presentación y el vestido envuelve los significados y los condiciona y además cumple el papel secundario y fundamental en la percepción de las palabras. Yo utilizo sus ideas para entender que las palabras se anuncian antes que se pronuncian.
Grijelmo me recordó el escondido valor de Maquiavelo, quien en la profundidad de sus propuestas no partía de lo que debería ser, sino de lo que es, cuando explicaba el comportamiento político del hombre. En lugar recitarnos reglas planchadas y sin manchas, nos enseña la insoportable terquedad de las palabras. Por él se me ocurre que lo bueno de los errores es que se ensayan, lo malo es que se aprenden tan bien que se repiten. Don Alex, bien.venido, espero que algunas palabras lo seduzcan peligrosamente en nuestro país.
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