Mensaje.
Ante la adversidad y penuria, ¿de dónde viene la fortaleza?
La fortaleza viene de Dios y nos llega cuando nos reconocemos nada ante Él y con humildad pedimos su fuerza y creemos firmemente que Él
La fortaleza viene de Dios y nos llega cuando nos reconocemos nada ante Él y con humildad pedimos su fuerza y creemos firmemente que Él nunca nos abandonará. Él nos da la valentía necesaria enfrentarnos a cualquier prueba con la certeza de que con Él venceremos. Santa Teresa de Jesús, (siglo XVI), realizó una auténtica proeza al fundar dieciséis conventos recorriendo la mitad de España en verano o invierno, en esas carretas tiradas por burros y mulas, por caminos muchas veces intransitables. Enfermedades, envidias, discriminación por ser mujer y religiosa, escandalosa escasez de recursos, nieve y frío, calores y miles de incomodidades, esa mujer creyó firmemente en Dios, en Él se apoyó y sacó fuerzas de la nada y en Cristo venció. De hecho, el alma cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.
Santa Teresa muere a los 69 años habiendo padecido tantas enfermedades con la satisfacción de haber cumplido la voluntad de Dios. ¿De dónde sacó su fortaleza? Ella misma dice: “Siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí?, ¿por qué yo no he de tener fortaleza para combatir con todo el infierno?” Se creía hija de Dios y su oración era muy profunda: “Cuando estaba en la oración, veía que salía de allí muy mejorada y con más fortaleza”, dice ella.
San Ignacio de Antioquía, (siglo II), mientras era conducido con cadenas y un pelotón de soldados a Roma exclama que no tiene miedo a ser triturado por las fieras del circo romano porque
así como el trigo tiene que ser molido para convertirse en pan, él tiene que entregar la vida como mártir para ser alabanza de la gloria de Dios. Él sacaba su fortaleza de Dios. “El mejor favor que pueden hacerme a mí es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado…! Qué hermoso es que el sol de mi vida se ponga para el mundo y vuelva a salir para Dios ¡”, exclamó en su Carta a los Romanos. De hecho los mártires son una prueba tan clara de que la fortaleza viene de Dios. Renunciar libremente a la vida por Cristo, vencer el miedo a morir y esperar la resurrección, es pura gracia divina. Cuando eran conducidos al circo o al coliseo romano, ellos, a veces familias enteras, iban cantando salmos al Señor y con un rostro radiante de felicidad, porque habían recibido la fortaleza, la paz y la esperanza del Señor.
San Pablo sufrió muchas persecuciones y de hecho fue apresado varias veces, golpeado y azotado, calumniado y pasó hambre y naufragios y él manifiesta: “Por lo cual me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias, por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte”, (2 Cor 12,10).
El sabía que su fuerza venía de la gracia de Dios y con muchos cristianos, auténticos testigos de Cristo, decía: “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan”, (2 Cor 4,7s). Él tenía claro que “si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?, (Rom 8, 31). De hecho él nos dice: “No han recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía por miedo o temor, sino que han recibido el espíritu de adopción de hijos”, (Rom 8, 15).
La virtud de la fortaleza implica el sentirse invadido de la presencia divina que te impulsa a enfrentarte sin miedo a la real amenaza de perder algo vital para ti, con la confianza de que Dios nunca te abandonará y te responderá dándote ante la posible pérdida algo extraordinariamente superior. Dice Jesús: “No tengan miedo a los que los persiguen. No teman a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma: teman antes al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno”, (Mt, 10,28). Ahora bien, tener miedo, sentirse débil ante tantos retos, no confiar en poder triunfar, todo es parte de nuestra realidad humana. No debemos asustarnos ante eso, sino saber que “la fuerza de Dios se muestra en nuestra debilidad”, (San Ireneo).
La gracia divina transforma la cobardía en valentía, la torpeza en audacia y la debilidad en fortaleza. Eso nos permite resistir, soportar, aguantar las pruebas con serenidad y fuerza: “tengan hermanos, por objeto de sumo gozo el caer en varias tribulaciones, sabiendo que la prueba de su fe produce la paciencia, y la paciencia perfecciona la obra”, Santiago,( 1, 2-4) y con Dios somos invencibles.
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