Antipolítica
Publicado 2005/02/22 00:00:00
- Jorge Giannareas
Me llama la atención el despiste de algunos seres pensantes de la política actual... al identificar como antipolítica la crítica a los antivalores: clientelismo, el caciquismo y el prebendalismo.
QUIÉNES TIENEN derecho a interesarse en las cuestiones políticas, a manifestar una opinión sobre las autoridades estatales, sobre la forma en que ejercen sus facultades, sobre la conducta pública de los políticos, y a tratar, sobre todo, que sus opiniones sean tomadas en cuenta? La clase política -los que están en el gobierno y los que no lo están- responden: sólo nosotros los políticos estamos calificados para hacerlo con propiedad, hemos manejado las riendas del gobierno y sabemos los que es eso, tenemos organizaciones llamadas partidos políticos que son los lugares a lo que se debe concurrir si se tiene interés en participar políticamente, el debate político de la nación tiene lugar en la Asamblea Nacional, donde sólo participan miembros de los partidos políticos. Y los demás, ¿qué hacen?: La clase política desacredita a los que se interesan en "sus" asuntos sin ser parte del grupo. El vocablo, próximo al insulto, es "antipolítica" y tiene la connotación de un antivalor que deber ser totalmente rechazado, pues su expansión amenaza con disolver a la sociedad, dicen los políticos.
Pero ¿qué es la antipolítica? No he podido establecer una genealogía del término. El Diccionario de Política de Bobbio, que refleja una visión italiana de la materia detenida en los años 70 del siglo pasado, no lo menciona; tampoco lo hace el Diccionario de Ciencia Política de Axel Görlitz, de la misma época, publicado originalmente en alemán; ni las académicas y muy frecuentadas Enciclopedias de la casa editorial británica Blackwell, Political Thought y Political Science, publicadas a fines de los 80; y con mucho sorpresa me he encontrado con el mismo vacío en el, más periodístico que técnico, Diccionario Político, de mediados de los 90, de Eduardo Haro Tecglen, escritor ibérico y columnista regular del diario El País.
De este lado del Atlántico puedo reportar que no está tampoco en la Enciclopedia de la Política de Rodrigo Borja, ni en el Léxico de la Política, obra más reciente (2000) y de cierta envergadura, compilada por investigadores de FLACSO México.
Si hay un grupo de personas, los políticos, que parecen estar bastante seguros de que la antipolítica existe y saben cómo es, pese a que su registro académico es incierto, debe ser porque se trata de un fenómeno relativamente nuevo. Pero en este caso, hay que admitir que sus contornos son inciertos y su rango de aplicación muy variado. La única referencia escrita que he encontrado es la que describo a continuación:
A principios de los años 80 un escritor popular húngaro, llamado Georgy Konrad, publicó un ensayo titulado "Antipolítica: una fuerza moral". Aquel fue uno de muchos escritos del mismo autor y otros autores que entre el levantamiento húngaro de 1956 y la caída del Muro de Berlín de 1989 desarrolló un tenaz crítica del socialismo realmente existente. Para Konrad la antipolítica "es la actividad política de aquellos que no quieren ser políticos y rehúsan ser parte del poder". Traduciendo siempre de la versión inglesa de Richard Allen, publicada en Londres en 1984, podemos leer que la antipolítica es "el surgimiento de foros independientes a los que se puede apelar en contra del poder político. Es un contrapoder que no puede tomar el poder y no lo desea. El poder ya lo tiene, aquí y ahora, en razón de su peso moral y cultural". Según el autor, la antipolítica ni apoya, ni se opone al gobierno. Vigila el ejercicio del poder del Estado y ejerce presión sobre aspectos específicos. En pocas palabras: la antipolítica es el rechazo del monopolio del poder que ejerce la clase política.
Es esta raíz, llamémosla europeo-oriental, la que hace que cada vez que alguien critica a los partidos sale el ala izquierda del sistema electoral -endeble y atrofiada, como está- a denunciar a la antipolítica. Pero en la historia reciente, y cercana a nuestro terruño, la antipolítica tiene una configuración un poco distinta de la defendida por Konrad en Hungría antes de que existiera la Perestroika: los nombres de Collor de Mello en Brasil y Fujimori en Perú son los emblemas del éxito de la antipolítica, cargada en los brazos de los partidos políticos y el régimen electoral. La caída de ambos mandatarios se produjo por amplios movimientos ciudadanos contra la corrupción. Otros nombres pueden sumarse a la lista: algunos estudiosos consideran a Hugo Chávez la expresión más elocuente de la antipolítica, pese a que ha recibido votaciones favorables de la ciudadanía en unas tres ocasiones desde 1999, lo que le ha valido para mantenerse en el poder, pero sin poder resolver la prolongada crisis política que afecta a Venezuela.
En Panamá es improbable que surja alguna alternativa política fuera del sistema de partidos, lo que debiera colocar a sus dirigentes en una posición más cómoda al momento de reformar sus marcos normativos, sus plataformas programáticas y sus prácticas cotidianas. No me cabe duda de que hay gente que critica a los políticos, a los partidos políticos y a la gestión política del gobierno a partir de premisas falsas. Pero es natural que la política deba enfrentarse a la queja malintencionada, a la denuncia temeraria, y a la protesta violenta rayana en el delito. No creo que necesitemos el término antipolítica para designar estas realidades sempiternas.
Más bien me llama la atención el despiste de algunos seres pensantes de la política actual, que son al mismo tiempo políticos, al identificar como antipolítica la crítica a los antivalores que nacen del propio sistema político: el clientelismo, el caciquismo, el prebendalismo, la falta de profesionalismo en las tareas profesionales del gobierno, la destrucción de la cadena de mando en la administración pública, como resultado de invisibles conexiones políticas e inconfesables apetitos de poder, por mencionar solo algunos. Son antivalores porque son destructivos de la política. En estas circunstancias, no hay espacio para la antipolítica, pues es la política misma el principal enemigo de sí misma.
Pero ¿qué es la antipolítica? No he podido establecer una genealogía del término. El Diccionario de Política de Bobbio, que refleja una visión italiana de la materia detenida en los años 70 del siglo pasado, no lo menciona; tampoco lo hace el Diccionario de Ciencia Política de Axel Görlitz, de la misma época, publicado originalmente en alemán; ni las académicas y muy frecuentadas Enciclopedias de la casa editorial británica Blackwell, Political Thought y Political Science, publicadas a fines de los 80; y con mucho sorpresa me he encontrado con el mismo vacío en el, más periodístico que técnico, Diccionario Político, de mediados de los 90, de Eduardo Haro Tecglen, escritor ibérico y columnista regular del diario El País.
De este lado del Atlántico puedo reportar que no está tampoco en la Enciclopedia de la Política de Rodrigo Borja, ni en el Léxico de la Política, obra más reciente (2000) y de cierta envergadura, compilada por investigadores de FLACSO México.
Si hay un grupo de personas, los políticos, que parecen estar bastante seguros de que la antipolítica existe y saben cómo es, pese a que su registro académico es incierto, debe ser porque se trata de un fenómeno relativamente nuevo. Pero en este caso, hay que admitir que sus contornos son inciertos y su rango de aplicación muy variado. La única referencia escrita que he encontrado es la que describo a continuación:
A principios de los años 80 un escritor popular húngaro, llamado Georgy Konrad, publicó un ensayo titulado "Antipolítica: una fuerza moral". Aquel fue uno de muchos escritos del mismo autor y otros autores que entre el levantamiento húngaro de 1956 y la caída del Muro de Berlín de 1989 desarrolló un tenaz crítica del socialismo realmente existente. Para Konrad la antipolítica "es la actividad política de aquellos que no quieren ser políticos y rehúsan ser parte del poder". Traduciendo siempre de la versión inglesa de Richard Allen, publicada en Londres en 1984, podemos leer que la antipolítica es "el surgimiento de foros independientes a los que se puede apelar en contra del poder político. Es un contrapoder que no puede tomar el poder y no lo desea. El poder ya lo tiene, aquí y ahora, en razón de su peso moral y cultural". Según el autor, la antipolítica ni apoya, ni se opone al gobierno. Vigila el ejercicio del poder del Estado y ejerce presión sobre aspectos específicos. En pocas palabras: la antipolítica es el rechazo del monopolio del poder que ejerce la clase política.
Es esta raíz, llamémosla europeo-oriental, la que hace que cada vez que alguien critica a los partidos sale el ala izquierda del sistema electoral -endeble y atrofiada, como está- a denunciar a la antipolítica. Pero en la historia reciente, y cercana a nuestro terruño, la antipolítica tiene una configuración un poco distinta de la defendida por Konrad en Hungría antes de que existiera la Perestroika: los nombres de Collor de Mello en Brasil y Fujimori en Perú son los emblemas del éxito de la antipolítica, cargada en los brazos de los partidos políticos y el régimen electoral. La caída de ambos mandatarios se produjo por amplios movimientos ciudadanos contra la corrupción. Otros nombres pueden sumarse a la lista: algunos estudiosos consideran a Hugo Chávez la expresión más elocuente de la antipolítica, pese a que ha recibido votaciones favorables de la ciudadanía en unas tres ocasiones desde 1999, lo que le ha valido para mantenerse en el poder, pero sin poder resolver la prolongada crisis política que afecta a Venezuela.
En Panamá es improbable que surja alguna alternativa política fuera del sistema de partidos, lo que debiera colocar a sus dirigentes en una posición más cómoda al momento de reformar sus marcos normativos, sus plataformas programáticas y sus prácticas cotidianas. No me cabe duda de que hay gente que critica a los políticos, a los partidos políticos y a la gestión política del gobierno a partir de premisas falsas. Pero es natural que la política deba enfrentarse a la queja malintencionada, a la denuncia temeraria, y a la protesta violenta rayana en el delito. No creo que necesitemos el término antipolítica para designar estas realidades sempiternas.
Más bien me llama la atención el despiste de algunos seres pensantes de la política actual, que son al mismo tiempo políticos, al identificar como antipolítica la crítica a los antivalores que nacen del propio sistema político: el clientelismo, el caciquismo, el prebendalismo, la falta de profesionalismo en las tareas profesionales del gobierno, la destrucción de la cadena de mando en la administración pública, como resultado de invisibles conexiones políticas e inconfesables apetitos de poder, por mencionar solo algunos. Son antivalores porque son destructivos de la política. En estas circunstancias, no hay espacio para la antipolítica, pues es la política misma el principal enemigo de sí misma.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.