Castigo II
- Alonso Correa
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La soledad abruma al que la habita, aún más si está ennegrecida por el abandono de todo lo sagrado. La soledad corrompe al espíritu eterno, convirtiéndolo en triste ceniza áspera y haciendo que abandone toda esperanza. Ahí, entre la desolación y la amargura, se quiebra la columna de la paciencia, los minutos se tornan en siglo y los milenos en un parpadeo. El tiempo colapsa ante la inmensidad del abismo, lo eterno vence lo efímero y lo infinito rompe lo determinado. El frío arrasa con todo, el negro opaca la luz, te encuentras en un hoyo devastado por el olvido y estarás ahí, atrapado, hasta que el tiempo deje de ser tiempo.
La inmensidad de tu condena te fatiga, la asfixia te somete a su yugo al percatarte de que ahora serás un prisionero. No es justo, llegas a pensar. Tu martirio, tu castigo, es longevo y lento, tu esencia, permanente e intangible, sufrirá las consecuencias de las decisiones que tomó en meras migajas para la eternidad. ¿Por qué sufrir por algo tan baladí como una vida, cuando tu alma inmortal cubriría con facilidad millones de ellas? Las cuestiones que recorren tu mente se tornan en milenios perdidos debatiendo contigo mismo. Miles de millones de muertes que, atrapadas en el mismo espacio entre el espacio, se preguntan lo mismo. ¿Dónde está la justicia en todo esto? En ningún sitio. Tu castigo es castigo porque tú lo has construido de esa manera. Tu bestialidad, tu egocentrismo, tu egoísmo y maldad fueron los ladrillos que usaste para crear esta prisión de soledad y desesperación. Te lo mereces, repites de nuevo. Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa, ahora sufre las quemaduras del frío aislamiento en la fina piel de tu espíritu. Ya no sirven las excusas, ya no funciona el raciocinio. La verdad es que estarás aquí, inerte, inamovible, atrapado hasta que la última estrella deje de brillar y aún le faltaría una eternidad a tu condena.
Intentas aferrarte a la posibilidad del arrepentimiento póstumo, de la misericordia retroactiva, a un golpe de suerte, a un error burocrático, a cualquier idea que genere aquello que abandonaste hace ya tanto tiempo, la esperanza. Pero es en vano, nada borra las cadenas invisibles e intangibles que te apresan a esa realidad. Ahora, esta oscuridad que te invade y tu consciencia intranquila en el abandono son un solo ente. Incorpóreo, te sientes sustancia. Inamovible, pero a la vez imparable. Eres una paradoja encerrada en sí misma y la respuesta se halla frente a ti, esquiva y quieta. Pero el frío se asienta y, así como la esperanza dejó ya de ser algo más que un mero recuerdo escondido entre los matorrales de la eternidad, la voluntad que aún retumba en tu interior comienza la marcha fúnebre. La respuesta se repite, de nuevo, frente a ti.
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