"Conticuere omnes"... Callaron todos
Publicado 2001/01/21 00:00:00
- José Pineda
Este hemistiquio famoso pertenece a uno de los hexámetros del libro II de la Eneida del poeta latino Publio Virgilio Maron, cuando Eneas comenzaba contar sus peripecias en el mar. También es famosa la frase porque quedó escrita en la pared de manera incompleta en un muro por alguien quien pereció en la erupción del Vesubio.
La traemos ahora con motivo del terremoto ocurrido en la hermana república de El Salvador. Muchos son los motivos que me mueven hacer un recuerdo solidario de este fenómeno telúrico ocurrido el sábado 13 de enero pasado en horas del mediodía.
Dentro del programa de la formación de los jesuitas, en julio de 1953 terminados mis estudios de filosofía, fui enviado por la Obediencia al Externado de San José situado en San Salvador, capital de la república de El Salvador. Fue una experiencia llena de toda clase de tópicos agradables y desagradables, pero sobre todo fue una época en que hice muchas amistades y conocí lo que era la Iglesia en acción a través de sus personeros. Asimismo en ese período me tocó adaptarme al "valle de las hamacas", como también se le apellidaba a esa ciudad por sus frecuentes sísmos, sus temblores con la característica "musiquita" de los objetos que vibraban.
Con anterioridad ya había aprendido en el Ecuador donde viví por seis años, la experiencia telúrica. Creo que fue en 1949 cuando ocurrió el famoso, por lo destructivo, del terremoto Ambato, cuyas ramificaciones las percibimos de manera espectacular en el Valle de los Chillos, nada menos que en San Francisco de Tena a centenares de kilómetros. Un año después concurrimos a ayudar en el rescate de seres queridos sepultados en la pequeña población de Pelileo que parecía, luego del sismo fatal, que una inmensa retroexcavadora hubiera volteado la ciudad como se hace con la tierra arable.
Es indiscutible que los moradores de esas latitudes tienen sicología de terremoto. Recuerdo el verbo nica: Fulano está "terremoteado", dando a entender cierta siquis, cierta depresión y cierta actitud timorata.
No puedo menos en esta coyuntura, que sentir un impulso solidario con las víctimas inocentes de este acto de la naturaleza. Muy distinto es el caso de nuestras tragedias de fuegos, ya que entra el factor del descuido humano: dejo la estufa prendida. Existe un descuido imputable. En un terremoto no hay imputabilidad.
Muy sesudo me pareció el editorial del domingo 14 de enero del periódico El Universal, refiriéndose a la solidaridad en Centroamérica, en donde invita a "reflexionar sobre una serie de actitudes en el panameño común y de medidas que las autoridades no parecen haber valorado. Las actitudes a las que nos referimos tienen que ver con el poco caso que la comunidad ciudadana le pone a las instituciones como SINAPROC, la Cruz Roja o el Banco de Sangre. Nuestro desapego a dichas instituciones es parte de una falsa concepción inculcada al panameño por muchos años: "Panamá no es zona sísmica, no es zona de huracanes por ser muy baja y el único volcán que tenemos (El Barú) está inactivo, muerto". "Creemos que aquí nunca ha pasada nada y eso nos hace ser una población con baja capacidad de respuesta ante lo inesperado". (El Universal 14/01/01).
Consecuencia no es que nos sintamos con complejos de culpabilidad, ni de vivir en una detestable e infantil paranoia, ni menos darle acogida a pronunciamientos de agoreros sin diploma, ni a dejarnos asustar por predicadores furiosos que profetizan momentos horrorosos como los de las Lamentaciones de Jeremías, dándole una interpretación muy personal de las Sagradas Letras. Nada de eso. Lo más saludable es vivir la solidaridad efectiva removiendo de nuestro gasto legítimo diario algo para ayudar a los damnificados que han quedado sin nada. Y de paso vivir siempre alerta por lo que pueda pasar, que por más preparados que estemos nunca vamos a estarlo adecuadamente. Más aún, relativizar nuestros sufrimientos que nunca se equipararán a lo que padecen los destituidos de todo por los terremotos. Nada de esos estólidos letreros que vi en Volcán cuando ocurrieron unas inundaciones que decía: "La naturaleza no podrá vencer a la revolución" y a los lados estaba la gente esperando ayuda, en 1969.
Sarcásticamente alguien, en un alarde de chiste decía: "No tenemos temblores, no tenemos huracanes ni ciclones... tenemos en cambio a los panameños".
Es hora como afirma el escritor PRO: "de cambiar el yo por el nosotros, tener solidaridad como eje de conducta cotidiana, compartir lo que se tiene con los demás, extender la mano amiga"... a los que allá y acá urgentemente están esperando de nosotros.
La traemos ahora con motivo del terremoto ocurrido en la hermana república de El Salvador. Muchos son los motivos que me mueven hacer un recuerdo solidario de este fenómeno telúrico ocurrido el sábado 13 de enero pasado en horas del mediodía.
Dentro del programa de la formación de los jesuitas, en julio de 1953 terminados mis estudios de filosofía, fui enviado por la Obediencia al Externado de San José situado en San Salvador, capital de la república de El Salvador. Fue una experiencia llena de toda clase de tópicos agradables y desagradables, pero sobre todo fue una época en que hice muchas amistades y conocí lo que era la Iglesia en acción a través de sus personeros. Asimismo en ese período me tocó adaptarme al "valle de las hamacas", como también se le apellidaba a esa ciudad por sus frecuentes sísmos, sus temblores con la característica "musiquita" de los objetos que vibraban.
Con anterioridad ya había aprendido en el Ecuador donde viví por seis años, la experiencia telúrica. Creo que fue en 1949 cuando ocurrió el famoso, por lo destructivo, del terremoto Ambato, cuyas ramificaciones las percibimos de manera espectacular en el Valle de los Chillos, nada menos que en San Francisco de Tena a centenares de kilómetros. Un año después concurrimos a ayudar en el rescate de seres queridos sepultados en la pequeña población de Pelileo que parecía, luego del sismo fatal, que una inmensa retroexcavadora hubiera volteado la ciudad como se hace con la tierra arable.
Es indiscutible que los moradores de esas latitudes tienen sicología de terremoto. Recuerdo el verbo nica: Fulano está "terremoteado", dando a entender cierta siquis, cierta depresión y cierta actitud timorata.
No puedo menos en esta coyuntura, que sentir un impulso solidario con las víctimas inocentes de este acto de la naturaleza. Muy distinto es el caso de nuestras tragedias de fuegos, ya que entra el factor del descuido humano: dejo la estufa prendida. Existe un descuido imputable. En un terremoto no hay imputabilidad.
Muy sesudo me pareció el editorial del domingo 14 de enero del periódico El Universal, refiriéndose a la solidaridad en Centroamérica, en donde invita a "reflexionar sobre una serie de actitudes en el panameño común y de medidas que las autoridades no parecen haber valorado. Las actitudes a las que nos referimos tienen que ver con el poco caso que la comunidad ciudadana le pone a las instituciones como SINAPROC, la Cruz Roja o el Banco de Sangre. Nuestro desapego a dichas instituciones es parte de una falsa concepción inculcada al panameño por muchos años: "Panamá no es zona sísmica, no es zona de huracanes por ser muy baja y el único volcán que tenemos (El Barú) está inactivo, muerto". "Creemos que aquí nunca ha pasada nada y eso nos hace ser una población con baja capacidad de respuesta ante lo inesperado". (El Universal 14/01/01).
Consecuencia no es que nos sintamos con complejos de culpabilidad, ni de vivir en una detestable e infantil paranoia, ni menos darle acogida a pronunciamientos de agoreros sin diploma, ni a dejarnos asustar por predicadores furiosos que profetizan momentos horrorosos como los de las Lamentaciones de Jeremías, dándole una interpretación muy personal de las Sagradas Letras. Nada de eso. Lo más saludable es vivir la solidaridad efectiva removiendo de nuestro gasto legítimo diario algo para ayudar a los damnificados que han quedado sin nada. Y de paso vivir siempre alerta por lo que pueda pasar, que por más preparados que estemos nunca vamos a estarlo adecuadamente. Más aún, relativizar nuestros sufrimientos que nunca se equipararán a lo que padecen los destituidos de todo por los terremotos. Nada de esos estólidos letreros que vi en Volcán cuando ocurrieron unas inundaciones que decía: "La naturaleza no podrá vencer a la revolución" y a los lados estaba la gente esperando ayuda, en 1969.
Sarcásticamente alguien, en un alarde de chiste decía: "No tenemos temblores, no tenemos huracanes ni ciclones... tenemos en cambio a los panameños".
Es hora como afirma el escritor PRO: "de cambiar el yo por el nosotros, tener solidaridad como eje de conducta cotidiana, compartir lo que se tiene con los demás, extender la mano amiga"... a los que allá y acá urgentemente están esperando de nosotros.
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