Del autor y sus lectores
Publicado 2006/05/07 23:00:00
- Juan Carlos Ansin
El derecho fundamental del lector es el de apropiarse del texto, trastocarlo, trastrocarlo y reinterpretarlo como se le antoje.
LA PALABRA, en especial la escrita, ha tenido múltiples usos y otros tantos destinos; no todos gratificantes ni benévolos. Ha sido mensajera infalible para conducir a la paz o a la guerra y el arma por excelencia para desenmascarar tiranos y farsantes. Con el advenimiento y desarrollo de la lingüística el valor de la palabra y sus significados ha corrido la misma suerte que la moneda, el proceso inflacionario la ha devaluado hasta el previsible divorcio final entre habla y lenguaje.
El pragmatismo inmediato del lector actual no puede soportar la disyuntiva de los significados y de los significantes y mucho menos, la pérdida de tiempo que implica el uso del diccionario: el mejor amigo del hombre, después del silencio. Hablar o escribir con palabras de "a cuara" es para lectores de 25 centavos. Tampoco debemos olvidar que las palabras tienen música, de donde se deduce que la cacofonía es un atributo perjudicial tanto al oído como al olfato.
Estoy totalmente de acuerdo con quienes opinan con Azorín que la sencillez en la escritura es una de las virtudes mayores, pero si se hace a expensas de la precisión, deja de serlo. El castellano es, hasta donde mi magra poliglotía alcanza, uno de los idiomas más precisos y de mayores recursos léxicos. No hay que analizar, una y otra vez, el contexto para husmear su significado, ni hay que arriesgar un anglicismo por carencia de aquello que limpia, fija y da esplendor. También hay que tener cuidado, las palabras cortan, sangran y matan. La frase: "la crítica de Juan", puede plantear, a vuelo de pájaro, que Juan es el crítico o que él es el sujeto criticado. En el idioma de Cervantes una cosa es la crítica a Juan y otra muy distinta la crítica de Juan. Sospecho que si Noam Chomsky hubiera nacido idiomáticamente castellano su gramática generativa y transformacional no sería tan engorrosa e incomprensible como lo es para este lector de sesera devaluada.
Decir que entre lectura y escritura existe un mecanismo de simbiosis intelectual y de comensalismo pseudoparasitario se puede escribir más sencillo si sustituimos las palabras por su significado. Así: Entre lector y escritor existe una interacción intelectual mutuamente beneficiosa ya que ambos se alimentan, como los parásitos, de los desechos del otro, pero sin provocarse daño. El autor tiene todo el derecho de escoger, según su estilo e intención, cualquiera de las dos formas mencionadas. Para quien desee precisión, intensidad, brevedad y erudición, utilizará la primera variante. En cambio, quien busque comprensión inmediata a expensas de precisión y longitud, lo hará con la segunda. Dudo mucho que en el comensalismo parasitario entre lector y escritor no se provoquen daños. El basurero de mi escritorio es una verdadera biblioteca de esperpentos que haría la felicidad de los lectores concisos y el pesar de muchísimos narradores constreñidos.
A mi modo de ver, tres son las obligaciones del autor: claridad, precisión y belleza. En los comentarios u opiniones de artículos periodísticos, a lo explicativo, habría que agregar una pizca de docencia. Escribir artículos de opinión requiere, precisamente, del riguroso estudio del tema y de la compulsiva necesidad de compartir esos descubrimientos con los cofrades que, tras su lectura y sus comentarios, enriquecen aún más o desafían lo que creemos saber hasta llegar a conocer lo imprescindible: los límites geográficos de nuestra ignorancia. Tanto la lectura como la escritura amplían esas fronteras. No hay, para mí, mejor forma de conocer o aprender que la de escribir, leyendo detenidamente con criterio, profundidad y buen gusto. No debiéramos olvidar que la literatura, cualquiera sea su género, es parte del arte de la comunicación, sometida, en una disposición voluntaria y consciente del intelecto, a los ocultos placeres de la lectura.
Así como el autor tiene el derecho a expresarse libremente, el lector tiene todo el derecho a no ser timado por las falsedades del escritor o por la chabacanería comercial de los críticos a sueldo o por la del mercado editorial promotor de la partenogénesis literaria. Hacer leer lo ilegible o hacer pasar gato por liebre, son crímenes de lesa lingua. El derecho fundamental del lector es el de apropiarse del texto, trastocarlo, trastrocarlo y reinterpretarlo como se le antoje. Esa es la razón de que existan tantos Quijotes como lectores ha tenido. El lector también tiene derecho a escoger libremente lo que lee, sin intermediarios engañosos. Lo que no puede hacer es juzgar una obra mala y recomendarla, regalarla o reciclarla a su enemigo más cercano o peor aún, donarla a una biblioteca. Es mejor purificar al mal libro por el fuego que transformar las bibliotecas del país en un depósito de textos inservibles. El principal deber del lector es, pues, el mismo que el del buen crítico: no dejarse engañar, ni engañar a los demás.
Hace unos años, cuando estaba de moda la seducción (no me refiero a la novela de Witold Gombrowicz), el lector era tratado como los buenos políticos hacen con sus opositores más férreos: con puente de plata y pétalos de rosa. Se le impedía hacer el menor esfuerzo. Como a los polluelos, se le daba todo masticado, regurgitado y vuelto a digerir. Tal vicio de egolatría y desprecio -verdadera afrenta al respeto intelectual de los lectores- se sigue utilizando bajo una sencillez mal entendida y de una literatura de "a cuara" o del best-séller* comercial de moda. Hasta profesores y maestros del idioma lo agradecen en nombre de las estadísticas de alfabetización. Enseñar a leer no es una misión cuantitativa del docente, debe ser una tenaz obligación de selección cualitativa, de la correcta interpretación y uso de la palabra. Al lector no hay que sobarlo, hay que mantenerlo despierto. Tampoco hay que darle tregua, porque al cabo, su destino final será el de sentir la misma angustia y el mismo placer que ha tenido el autor al entregarle su obra. El lector pasivo es tan malo como el seductor que escribe banalidades. Ambos se perjudican mutuamente, uno creyendo entender lo que no sabe y el otro, creyendo saber lo que no entiende.
(*)Palabra incorporada al Diccionario de la Lengua Española de la RAE
(drjcal@psi.net.pa)
Una de las organizaciones que desde hace más de dos años ha brindado servicios a este centro es la Fundación para el Apoyo Social Educativo.
Según Teresa Torres, uno de los miembros de la Fundación, se trata de un proyecto que intenta cambiar el futuro de las privadas de libertad una vez estén fuera.
Además, también están desarrollando un programa que incluye a los hijos de las privadas de libertad para alejarlos del mundo de la delincuencia.
Agregó que el dinero que utilizan lo recaudan de las actividades que realizan los cinco miembros que integran la Fundación
Las reclusas del Centro Femenino forman parte de los más de 11, 000 detenidos de las distintas cárceles del país.
Cuando reciben la visita de los medios, como en el caso de Panamá América, salta a la vista su deseo de desahogarse y contar a la sociedad que allá adentro, están intentado cambiar.
El pragmatismo inmediato del lector actual no puede soportar la disyuntiva de los significados y de los significantes y mucho menos, la pérdida de tiempo que implica el uso del diccionario: el mejor amigo del hombre, después del silencio. Hablar o escribir con palabras de "a cuara" es para lectores de 25 centavos. Tampoco debemos olvidar que las palabras tienen música, de donde se deduce que la cacofonía es un atributo perjudicial tanto al oído como al olfato.
Estoy totalmente de acuerdo con quienes opinan con Azorín que la sencillez en la escritura es una de las virtudes mayores, pero si se hace a expensas de la precisión, deja de serlo. El castellano es, hasta donde mi magra poliglotía alcanza, uno de los idiomas más precisos y de mayores recursos léxicos. No hay que analizar, una y otra vez, el contexto para husmear su significado, ni hay que arriesgar un anglicismo por carencia de aquello que limpia, fija y da esplendor. También hay que tener cuidado, las palabras cortan, sangran y matan. La frase: "la crítica de Juan", puede plantear, a vuelo de pájaro, que Juan es el crítico o que él es el sujeto criticado. En el idioma de Cervantes una cosa es la crítica a Juan y otra muy distinta la crítica de Juan. Sospecho que si Noam Chomsky hubiera nacido idiomáticamente castellano su gramática generativa y transformacional no sería tan engorrosa e incomprensible como lo es para este lector de sesera devaluada.
Decir que entre lectura y escritura existe un mecanismo de simbiosis intelectual y de comensalismo pseudoparasitario se puede escribir más sencillo si sustituimos las palabras por su significado. Así: Entre lector y escritor existe una interacción intelectual mutuamente beneficiosa ya que ambos se alimentan, como los parásitos, de los desechos del otro, pero sin provocarse daño. El autor tiene todo el derecho de escoger, según su estilo e intención, cualquiera de las dos formas mencionadas. Para quien desee precisión, intensidad, brevedad y erudición, utilizará la primera variante. En cambio, quien busque comprensión inmediata a expensas de precisión y longitud, lo hará con la segunda. Dudo mucho que en el comensalismo parasitario entre lector y escritor no se provoquen daños. El basurero de mi escritorio es una verdadera biblioteca de esperpentos que haría la felicidad de los lectores concisos y el pesar de muchísimos narradores constreñidos.
A mi modo de ver, tres son las obligaciones del autor: claridad, precisión y belleza. En los comentarios u opiniones de artículos periodísticos, a lo explicativo, habría que agregar una pizca de docencia. Escribir artículos de opinión requiere, precisamente, del riguroso estudio del tema y de la compulsiva necesidad de compartir esos descubrimientos con los cofrades que, tras su lectura y sus comentarios, enriquecen aún más o desafían lo que creemos saber hasta llegar a conocer lo imprescindible: los límites geográficos de nuestra ignorancia. Tanto la lectura como la escritura amplían esas fronteras. No hay, para mí, mejor forma de conocer o aprender que la de escribir, leyendo detenidamente con criterio, profundidad y buen gusto. No debiéramos olvidar que la literatura, cualquiera sea su género, es parte del arte de la comunicación, sometida, en una disposición voluntaria y consciente del intelecto, a los ocultos placeres de la lectura.
Así como el autor tiene el derecho a expresarse libremente, el lector tiene todo el derecho a no ser timado por las falsedades del escritor o por la chabacanería comercial de los críticos a sueldo o por la del mercado editorial promotor de la partenogénesis literaria. Hacer leer lo ilegible o hacer pasar gato por liebre, son crímenes de lesa lingua. El derecho fundamental del lector es el de apropiarse del texto, trastocarlo, trastrocarlo y reinterpretarlo como se le antoje. Esa es la razón de que existan tantos Quijotes como lectores ha tenido. El lector también tiene derecho a escoger libremente lo que lee, sin intermediarios engañosos. Lo que no puede hacer es juzgar una obra mala y recomendarla, regalarla o reciclarla a su enemigo más cercano o peor aún, donarla a una biblioteca. Es mejor purificar al mal libro por el fuego que transformar las bibliotecas del país en un depósito de textos inservibles. El principal deber del lector es, pues, el mismo que el del buen crítico: no dejarse engañar, ni engañar a los demás.
Hace unos años, cuando estaba de moda la seducción (no me refiero a la novela de Witold Gombrowicz), el lector era tratado como los buenos políticos hacen con sus opositores más férreos: con puente de plata y pétalos de rosa. Se le impedía hacer el menor esfuerzo. Como a los polluelos, se le daba todo masticado, regurgitado y vuelto a digerir. Tal vicio de egolatría y desprecio -verdadera afrenta al respeto intelectual de los lectores- se sigue utilizando bajo una sencillez mal entendida y de una literatura de "a cuara" o del best-séller* comercial de moda. Hasta profesores y maestros del idioma lo agradecen en nombre de las estadísticas de alfabetización. Enseñar a leer no es una misión cuantitativa del docente, debe ser una tenaz obligación de selección cualitativa, de la correcta interpretación y uso de la palabra. Al lector no hay que sobarlo, hay que mantenerlo despierto. Tampoco hay que darle tregua, porque al cabo, su destino final será el de sentir la misma angustia y el mismo placer que ha tenido el autor al entregarle su obra. El lector pasivo es tan malo como el seductor que escribe banalidades. Ambos se perjudican mutuamente, uno creyendo entender lo que no sabe y el otro, creyendo saber lo que no entiende.
(*)Palabra incorporada al Diccionario de la Lengua Española de la RAE
(drjcal@psi.net.pa)
Una de las organizaciones que desde hace más de dos años ha brindado servicios a este centro es la Fundación para el Apoyo Social Educativo.
Según Teresa Torres, uno de los miembros de la Fundación, se trata de un proyecto que intenta cambiar el futuro de las privadas de libertad una vez estén fuera.
Además, también están desarrollando un programa que incluye a los hijos de las privadas de libertad para alejarlos del mundo de la delincuencia.
Agregó que el dinero que utilizan lo recaudan de las actividades que realizan los cinco miembros que integran la Fundación
Las reclusas del Centro Femenino forman parte de los más de 11, 000 detenidos de las distintas cárceles del país.
Cuando reciben la visita de los medios, como en el caso de Panamá América, salta a la vista su deseo de desahogarse y contar a la sociedad que allá adentro, están intentado cambiar.
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