Días de recogimiento

Con el Domingo de Ramos que hoy celebramos los cristianos católicos, tratamos de iniciar un período de tiempo que quisiéramos fuera distinto. A ese lapso le queremos llamar días de recogimiento. Recogimiento, naturalmente aludiendo a recoger nuestros pensamientos, ideas, afectos, intereses que lógicamente andan dispersos y probablemente seguirán en esa dispersión, pero al menos se hará el intento con las ayudas que nos ofrece la liturgia de nuestra Iglesia católica en esta Semana Mayor.
En esta semana sería bueno que, partiendo del contexto real en que nos movemos, le demos un sentido global buscando el enfoque conjunto de interpelación, de denuncia, de acción de gracias, etc., que creemos necesario desde nuestra realidad concreta y del momento presente: situación global del mundo, con su espectáculo deprimente de escombros y del eco de bombardeos y destrucción, de discursos ininteligibles por establecer una paz forzada a base y con el concurso de organismos cuya autoridad se ha desconocido, y de múltiples esfuerzos que supuestamente hacen las naciones por remediar, al menos de palabra, los tétricos signos de pobreza material, espiritual, moral y de cultura. Súmense a esos, los problemas de nuestros hogares, de nuestras barriadas y parroquias, de las angustias y confusiones surgidas en tantas familias con motivo de la reforma tributaria que, aunque necesarias y que pareciera que favorecerán a los que menos tienen, sin embargo a la larga acentuarán más nuestros bolsones de pobreza.
Curiosamente, este domingo con el que se inicia esta Semana Mayor, comienza con un aire festivo, con una liturgia llena de regocijo. Popularmente, en algunos lugares es una fiesta infantil: la procesión "del burrito o la burrita" con todos los niños llevando las palmas. En nuestro folclor religioso de nuestras campiñas, según recuerdo, se tenía una especie de procesión en la puerta de tierra", con un coro hablado que, cuando se hacía bien, era una actualización litúrgica de fruto espiritual. Un día alegre en el que incluso hay que volver a asolear algunos vestidos y atuendos de ocasión y sacar a relucir alguna que otra prenda de valor sentimental. Es la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: "Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David" (Evangelio de la procesión). Recordemos que hoy se leen dos sectores del Santo Evangelio. Pero en la celebración eucarística, con una liturgia de la Palabra, las cosas cambian con el canto del siervo y sobre todo, con la relectura de la Pasión. Normalmente, para hacerla más expeditiva y más animada la lectura de la Pasión se hace entre tres personas, como para hacer entender pedagógicamente todo ese mundo de sucesos y diálogos ocurridos en Pasión del Señor.
"¿Qué hago con el que llamáis Rey de los Judíos? ... "Salve, Rey de los Judíos!" "En el letrero de la acusación estaba escrito: "el Rey de los Judíos": "Que el Mesías, el Rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos". Es la otra cara de la moneda que da a esa celebración en tono de una auténtica ambigüedad entre el triunfo y el fracaso. Esta ambigüedad se transforma en un auténtico reto para esta Semana Mayor, pues ésta es precisamente la línea de fondo que recorre el triduo pascual y que nos provoca ya desde este momento: ¿qué significa el triunfo de un fracaso o el fracaso de un triunfador? Es aquí donde en esta obertura de la Semana Mayor debiéramos precisar quién es o quiénes son, en nuestro contexto actual, ese "Hijo del Hombre" en torno a cuya "entrega" debemos confrontar esta semana nuestras vidas y nuestras actitudes.
¿Qué es para nosotros, aquí y ahora "entregar al hijo del hombre"? ¿Es el terrorismo mundial? ¿Es la desgracia de la guerra que no termina, sino que evoluciona a campos no sospechados? ¿Es todo ese esfuerzo de estrategias pre-electorales? ¿La nueva reforma tributaria? ¿Es la misma Semana Santa como fenómeno simplemente folclórico o vacacional? ¿La misma vida de la Iglesia ad intra o la Iglesia ad extra?
Vamos a tener que preguntarnos si estamos con los que vitorean a un Mesías triunfante el domingo de Ramos o seguimos a un Mesías sufriente el Viernes Santo.
Viéndolo bien, sin ningún farasaísmo, debemos aceptar que todos fallamos. Basta con releer con mucha reflexión la narración de los hechos de la Pasión a través de sus personajes: las preguntas de los discípulos en la cena: ¿Seré yo, Maestro? La respuesta de Jesús "Todos vais a caer", la imposibilidad de velar con Jesús "los encontró dormidos". Y sobre todo, la figura de Pedro como prototipo de los límites del discipulado: sus miedos, cuando es descubierto junto a la hoguera, su autosuficiencia, su presunción y su voluntarismo que, al mismo tiempo son su generosidad, su amor apasionado, su radicalidad "aunque todos te abandonaren, éste que está aquí... jamás".
Francamente, estos días son de recogimiento y de reflexión sin exageraciones, y sin volverse dialéctico y demasiado sabihondo que a veces nos quedamos en eso y muy satisfechos; pero sin derivar nada provechoso para nuestra vida.
Debemos examinarnos nuestras actitudes ante realidades que hacen hoy presentes entre nosotros al "Hijo del Hombre" sobre el que gira nuestro mismo modo de vida, nuestras actitudes y valores. Muchos intentaremos...
Alcemos los ramos con fe y sinceridad honrando al Mesías triunfante, pero muy a su manera, sentado sobre la más humilde de las bestias de carga en un ambiente hostil.