¡Dios mío! ¿Por qué tanta maldad?
Hay tanta maldad porque hemos dejado que el "ego", el yo falso nos domine. Él nos hace creer que todo nos pertenece, que la gente debe rendirnos pleitesía y que todo aquel que no piense como nosotros es nuestro enemigo. Hay tanta maldad porque al crearse los clanes y las tribus, necesarios estos para la sobrevivencia humana, en vez de convertirnos en comunidad donde todos participábamos de los bienes y tendríamos el derecho de opinar y de elegir en consenso lo que nos conviene, aparecen los liderazgos bastardos, los que crean opresores, dictadores y corruptos y comienzan a gobernar desde el falso ego. Hay tanta maldad porque se van creando las élites por raza, nación, credo o poder económico y ellas se sienten amos del mundo y comienzan a ejercer su dominio imperial. El falso ego en ocasiones usa el argumento de que Dios eligió a tal dinastía para gobernar, o que alguna raza por designio divino o biológico es superior a otras.
Todo esto se va protegiendo con leyes y se crean las estructuras sociales y económicas que apoyan los poderes que oprimen a otros. Con el tiempo, por el uso indebido e injusto de los bienes, unos, los de la élite son más educados, mejor alimentados y crean sus propios círculos de privilegiados y dan la impresión de que son superiores. Los marginados, los excluidos, por su deficiente alimentación comienzan a padecer de deficiencias cerebrales por la desnutrición y físicamente aparecen como menos dotados.
Hay tanta maldad porque cuando los instintos, la parte biológica más primitiva nuestra, no se dejan gobernar por la razón, y esta por el Espíritu, aparecen los comportamientos más inhumanos y salvajes. El ser humano se convierte en un destructor capaz de diezmar poblaciones en guerras, solamente con el fin de probar algo que el ego falso promueve, que mi clan es superior y que Dios está de nuestra parte.
Hay tanta maldad porque llega un momento en el que el ego falso colectivo convence a una comunidad nacional, racial, religiosa o económica que los contrarios no valen, no importan, no tienen dignidad y tan siquiera son personas, y por lo tanto es válido cualquier tipo de exterminio. Todos los casos de genocidio de judíos en los campos de concentración, bombardeos a poblaciones civiles en guerras, terrorismo salvaje que elimina grupos enteros de gente inocente, e incluso las políticas económicas que desfavorecen y discriminan a grandes poblaciones en nuestros países. Hay mucha maldad porque hemos eliminado a Dios de nuestros hogares, comunidades y naciones. Dejemos a Dios ser Dios, arrodillémonos ante Él, reconozcamos que solo Él es el Señor y recordemos que con Dios somos invencibles.
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