Anécdotas
Don Yeyo y Don Carmelo
Una noche, conversaban ambos acerca de sus fincas. "Don Carmelo-preguntó mi abuelo-cuál será el mejor café de Panamá". Al instante, sin titubear, responde Don Carmelo: "Don Yeyo, los mejores cafés de Panamá son los chiricanos, los mejores cafés chiricanos son los boqueteños, pero difícilmente habrá mejor café que el de la Finca Bajo Mono."
- Stanley Heckadon-Moreno
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- - Publicado: 06/12/2021 - 12:00 am
Manifiesta la sicología del istmeño, sobre todo en Panamá y Colón, la histórica zona de tránsito, un complejo de inferioridad ante lo extranjero, quizá resultado de vivir por siglos a la vera de una de las grandes rutas de comunicación internacional, a las monumentales obras de ingeniería para unir ambos mares y a una intensa presencia extranjera.
La imagen central del escudo nacional es el canal. Y el himno patrio exhorta a tomar el pico y la pala para excavar la ruta, no a cultivar. No extraña, dijo el poeta Guillermo Sánchez Borbón, que el nacionalismo istmeño ha tendido a ser negativo, en oposición a lo extranjero. Primero antiespañol, luego anticolombiano y hasta hace poco antinorteamericano.
Proverbial, sin embargo, es el orgullo de los chiricanos. Se les acusa de creídos. A Chiriquí, hasta hace poco, remota e incomunicada, le apodaban la "altiva provincia". Para el chiricano, su símbolo de identidad es el volcán Barú, la cima más alta del Istmo. Del más humilde agricultor, al ganadero, cafetalero, arrocero, empresario o profesional urbano, es un honor nacer a la sombra del Barú.
El capitalino ha sido por ubicación geográfica y tradición, comerciante o funcionario. El chiricano agricultor o ganadero. Es apegado a su tierra, a su finca grande o chica, en tierras altas o bajas. De ella habla constantemente, lo hermosa que es, de la calidad del suelo y de los frutos que con su sudor produce.
Durante las comidas se habla de la finca, los siembros y ganados, de las fases de la luna y las mareas. El Almanaque Bristol no podía faltar en una finca. Este proverbial apego a la belleza de este terruño con su volcán y serranías, sus selvas y sabanas cruzadas por ríos, la feracidad del suelo y las faenas del campo, y , el espíritu independiente de sus gentes, lo cantó Santiago Anguizola Delgado en su poema "Soy Chiricano".
Para ilustrar este apego a la finca, comparto esta conversa que escuché en mi infancia a orillas del Chiriquí Viejo, entre dos agricultores nacidos en el siglo XIX, o como solía decirse, en los tiempos de Colombia. Uno de las tierras bajas del río, Aurelio Moreno Moreno, mi abuelo, a quienes los nietos apodábamos Papayeyo, y los demás le decían "Don Yeyo".
El otro, su viejo amigo Don Carmelo Landau Cid, cuya finca Bajo Mono estaba en el río Caldera, en las tierras altas y frías de Boquete. Nacen ambos ríos en ese gran ojo de agua del occidente panameño, el Volcán Barú.
En verano. para la Semana Santa, Don Carmelo y sus hijos solían visitarnos para bañarse en el Chiriquí Viejo o en la mar, pescar con redes o tirar un taco de dinamita en uno de los charcos de los esteros. Era tarea peligrosa que hacía con sumo cuidado su hijo menor Guillermo. Cortaba la barra de dinamita, le colocaba el fulminante, el alambre que lo unía a la batería y luego tiraba "el taco" al agua.
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Tras la explosión nos echábamos a bucear para sacar los peces muertos del fondo del charco. Pescar con dinamita era vieja y destructiva costumbre en la provincia, pues mataba por parejo a peces grandes y chiquitos. Con frecuencia ocurrían explosiones prematuras perdiendo los hombres un brazo o pie en el accidente. Peor aún quedaban ciegos. Algunos extranjeros que por vez primera visitaban la provincia, me preguntaban si había ocurrido una guerra pasada por los mutilados que veían en los mercados y cantinas de la ciudad de David.
El sábado de gloria, en el gran palmar que el tío Salvador tenía en la Boca de los Espinos, entre el estero y la mar, realizábamos alegres juegos de playa. Uno era nocturno y se llamaba el Moluto Gambé, animal que quería atrapar las sardinas y se hacía en torno a una enorme fogata de pencas de palma.
Don Carmelo, como mi abuelo habían cruzado muchas veces la cordillera entre Chiriquí y Bocas del Toro, por el famoso y peligroso trillo de a pie llamado el Camino de Caldera, por el río de ese nombre.
Una noche, conversaban ambos acerca de sus fincas. "Don Carmelo-preguntó mi abuelo-cuál será el mejor café de Panamá". Al instante, sin titubear, responde Don Carmelo: "Don Yeyo, los mejores cafés de Panamá son los chiricanos, los mejores cafés chiricanos son los boqueteños, pero difícilmente habrá mejor café que el de la Finca Bajo Mono." "Don Carmelo-volvió a indagar a mi abuelo- cuáles serán los mejores tomates panameños. "Don Yeyo- le responde-los mejores tomates del país son los chiricanos, los mejores tomates chiricanos son los boqueteños, pero difícilmente habrá mejor tomate que los de la Finca Bajo Mono." Así siguieron la conversa con naturalidad sobre sus fincas y cultivos cuya calidad no podía ser igualada, ni superada.
Antropólogo.
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