Esquema pernicioso
El calvario en las instituciones públicas
... para romper este esquema pernicioso, los cargos públicos deben ser ejercidos por personas que actúen con pleno conocimiento de las materias sometidas a su consideración, dado que el ejercicio de la función pública debe inspirar confianza en la comunidad.
- Julio Fidel Macías Hernández
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- - Publicado: 11/10/2021 - 12:00 am
En el primer cuarto del siglo XV, el alemán Tomás Kempis, publicó su obra Imitación de Cristo en la que trazó la frase "el hombre propone y Dios dispone". Kempis, seguramente inspirado en las Sagradas Escrituras, omitió articular en su célebre frase que [el hombre propone, Dios dispone y] "el funcionario público, lo descompone", y aunque sería justo reconocer que existen excepciones a este enunciado, necesariamente debo concluir que cada una de estas, constituyen la confirmación de la regla. Con ello, quedaría retratada la terrible experiencia de cualquier ciudadano a causa de la torpeza, ignorancia, capricho o soberbia del servidor público a cargo de su trámite; algo así como si se quisiera hacer padecer en carne propia los cuarenta kilómetros recorridos por Jesucristo en su viacrucis al Calvario con la cruz a cuestas.
En países como el nuestro, donde en lugar de la meritocracia, se asume la repartición de cargos públicos como botín político, es congruente el estancamiento de la función pública, debido a la rotación, cuando más, quinquenal del funcionariado.
La gente participa en política con la aspiración de lograr un puesto público; se inscribe en determinado partido político como condición para obtener un puesto en el gobierno de turno; lo que, por un lado, dificulta el desarrollo de una mística institucional y por otro lado, impide al servidor público alcanzar las competencias cognitivas necesarias para gestionar correcta y adecuadamente las distintas situaciones que se le presentan en el día a día.
Realizar un trámite, cualquiera que sea, en cualquiera de las instituciones públicas de Panamá, es una penitencia. Existe una tendencia en el funcionariado a complejizar las cuestiones más simples y sencillas de resolver. En muchas ocasiones, la ley del menor esfuerzo se sobrepone a la iniciativa o al empleo del pensamiento crítico para alcanzar soluciones prácticas.
Son muy comunes las expresiones "aquí siempre se ha hecho así", "aquí se hace así", "ese es mi criterio", "no se puede"; aunque la Ley diga exactamente lo contrario. Cada funcionario pone sus propias reglas y el sistema entero favorece estas prácticas abusivas e ilegales, porque las autoridades judiciales encargadas de restablecer la legalidad de los actos oficiales, comúnmente justifican y amparan estas arbitrariedades en sus fallos.
Bien lo dijo Paul Tabori en su Historia de la Estupidez Humana: "Nadie negará que los funcionarios gubernamentales son seres humanos. Y no cabe duda de que la mayoría son excelentes esposos, padres afectuosos y buenos ciudadanos. Pero, sea cual fuere la edad del sujeto, o el país en que desempeñan sus funciones, tan pronto se apoderan de un escritorio y de un mueble para archivo de papeles le ocurre algo misterioso y terrible. La letra reemplaza al espíritu, el precedente anula a la iniciativa, y la norma se sobrepone a la piedad y a la comprensión".
Lo cierto es que en estas condiciones, nunca saldremos del tercer mundo del que siempre nos tiran en cara, turistas y visitantes naturales de sociedades más avanzadas.
Soy del criterio que para romper este esquema pernicioso, los cargos públicos deben ser ejercidos por personas que actúen con pleno conocimiento de las materias sometidas a su consideración, dado que el ejercicio de la función pública debe inspirar confianza en la comunidad.
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Los servidores públicos deben ser conscientes de la valía de los derechos fundamentales como valores universales reconocidos en todo Estado de Derecho, por tanto, resulta incongruente con las métricas constitucionales, el habitual sacrificio injustificado y/o arbitrario de tales derechos fundamentales en el torrente de la administración pública, en algunos casos y en otros, el trato displicente por parte de algunos servidores públicos.
Abogado.
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