El día que volvió Murcia
- Santiago Fascetto
Nunca se fue. O al menos eso parece. Tras su detención en Panamá, el 19 de noviembre de 2008, David Murcia Guzmán fue deportado a Colombia y trasladado a la cárcel de La Picota, la prisión de máxima seguridad del país vecino.
Tras un tiempo preso, las autoridades lo subieron a un avión que aterrizó en Estados Unidos. Allí se encuentra detenido, acusado de lavado de dinero. Serán 9 años los que deberá pasar en una cárcel gringa.
Pero, a pesar de ese largo recorrido, parece que de Panamá nunca se fue. O, al menos, dejó su sombra.
Murcia se convirtió en millonario en poco tiempo: a los 23 años sobrevivía en la humilde localidad de La Hormiga, Tupumayo (Colombia) y cinco años después manejaba un imperio empresarial identificado con las primeras letras de su nombre y apellido: DMG.
Tras levantar un fabuloso emporio empresarial en Colombia, el hombre de la mecha se trasladó a Panamá. Y comenzó a hacer negocios.
No con uno sólo. O con pocos, sino con varios panameños.
Murcia se ganó con su “encanto verde” a la mayoría de los empresarios locales. Y a los políticos. Y a los banqueros. Y a los abogados. Y a los asesores. Y a la farándula. Y a la noche. Y a casi todos. Sí, a casi todos.
Y esa es la gran paradoja nacional: nadie preguntó al principio el origen de los millones de Murcia; mientras que su nombre no apareció en las primeras planas de los diarios, todos tenían la foto con el colombiano. Y qué importaba.
Claro que todo cambió después. Y todos esos empresarios, políticos, banqueros, abogados y gente de la alta sociedad que lo frecuentaba -y le pedía- le dio la espalda.
Pasó de ser un creativo colombiano a ser un estafador. Pero eso no importa (o le importará a la Justicia). Lo que sí importa, y es que nadie se escapó al fenómeno Murcia. Todos están vinculados.
A todos, el colombiano de la mecha los arrastró al fango.

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