El docente y la educación cuestionada
Publicado 2003/02/01 00:00:00
- Guillermo Záes Llorens
Dentro de los diversos problemas y desafíos del mundo actual, la educación emerge como un tema central en las preocupaciones y debates de un número elevado de países. Los múltiples esfuerzos acometidos en años recientes en reformas educativas, tanto en naciones desarrolladas como en las más pobres, puede explicar en parte, la insatisfacción existente con los resultados obtenidos por sus sistemas educativos.
En el campo de las reformas, el tema del personal docente juega un papel estelar. Es difícil pensar en cambios en los sistemas educativos que no estén sustentados en políticas y acciones destinadas a mejorar la selección, formación, incentivos y desempeño de los maestros y profesores. El éxito de la reforma se decide en la escuela y en lo que sucede en el aula de clases, que son escenarios en donde la acción docente tiene una influencia casi determinante en la calidad de los procesos y resultados en los aprendizajes.
Este reconocimiento se destaca tanto en La Estrategia Decenal de Modernización de la Educación Panameña (1997-2006) como en el informe del Diálogo por la Transformación del Sistema Educativo, sólo por mencionar algunos documentos importantes. Sin embargo, las decisiones políticas no siempre apuntan en el mismo sentido. Por ejemplo, la ley de Carrera Docente, uno de los instrumentos fundamentales para tornar efectiva esta aspiración, está pendiente de su promulgación y ejecución. ¿Cómo podemos aspirar, entonces a mejorar los logros del sistema, si factores como el de la docencia, tiene una prioridad marginal en la agenda educativa nacional? Unos 35 mil maestros y profesores prestan servicios profesionales, en alrededor de cuatro mil 800 establecimientos escolares de los diversos niveles y modalidades del sistema en el país.
Igualmente, miles de estudiantes se preparan en universidades y la Escuela Normal con la esperanza de ejercer esta profesión, al mismo tiempo que un número elevado de educadores se encuentra fuera del servicio docente. Todo ello denota la proporción de este valioso capital humano y el significado que puede tener para el desarrollo de la educación panameña.
Por esta razón, las críticas al personal docente y la pérdida de prestigio de esta profesión en la comunidad, debe abordarse oportunamente de modo científico e integral en el marco de los cuestionamientos frecuentes que recibe la escuela panameña y la educación en general, por su débil calidad, pertinencia y equidad, en una sociedad y un mundo cuyas necesidades y demandas educativas cambian aceleradamente.
En ese sentido, es deseable recordar que pocas profesiones influyen tanto en el desarrollo pleno de las personas, como la del magisterio y que la trascendencia de su obra se reconoce a través de la historia de la humanidad. Ningún pueblo o cultura, desde los antiguos hasta los modernos y desarrollados, ha podido progresar, sin el aporte decisivo de la educación y del personal docente.
Pues, al referirnos al avance de la ciencia, la innovación y la cultura en la sociedad, siempre hacemos alusión a la enseñanza y a los docentes, de una manera explícita o no.
Y es que la magia que encierra la transferencia de los saberes; es decir, la tarea de formar y los elementos que se conjugan en el arte de enseñar, constituyen un acto esencial en el desarrollo personal, tanto para quien enseña como para quienes aprenden.
Los nuevos paradigmas de la educación sitúan la docencia como una profesión que demanda una formación académica rigurosa (cultural, científica, pedagógica) y capacidades humanas reconocidas. También implica una revisión en su desempeño profesional: pasar de una docencia frontal, centrada en la transmisión de información, a una docencia facilitadora, organizadora y orientadora del aprendizaje del alumnado, en el marco de una sociedad del conocimiento.
De allí que una política educativa destinada a modernizar la educación debe considerar con prioridad, la situación del personal docente, especialmente en aspectos tales como: elevar la formación inicial y capacitación continua, no sólo en años de escolaridad, sino en competencias y capacidades profesionales reales. También será necesario planificar a largo plazo su preparación; atraer a la docencia a las personas con mayor vocación y talento; ofrecer salarios competitivos y fuertes incentivos a los docentes que sirven en las áreas rurales, indígenas, urbano -marginales y de mayor riesgo; mejorar significativamente sus condiciones de trabajo, fortalecer la identidad con su profesión, rescatar la imagen del educador en la comunidad; evaluar y fortalecer su desempeño con la asesoría y recursos pedagógicos que sean necesarios.
La docencia es una de las pocas profesiones antiguas que tiene asegurada su vigencia en el futuro, siempre que pueda adaptarse a las rápidas mutaciones de su entorno. Ello es así, dado que la legítima socialización de los valores y saberes florece no tanto en el marco de las tecnologías, sino de la relación personal y humana, en la que el docente ocupa un lugar especial.
En el campo de las reformas, el tema del personal docente juega un papel estelar. Es difícil pensar en cambios en los sistemas educativos que no estén sustentados en políticas y acciones destinadas a mejorar la selección, formación, incentivos y desempeño de los maestros y profesores. El éxito de la reforma se decide en la escuela y en lo que sucede en el aula de clases, que son escenarios en donde la acción docente tiene una influencia casi determinante en la calidad de los procesos y resultados en los aprendizajes.
Este reconocimiento se destaca tanto en La Estrategia Decenal de Modernización de la Educación Panameña (1997-2006) como en el informe del Diálogo por la Transformación del Sistema Educativo, sólo por mencionar algunos documentos importantes. Sin embargo, las decisiones políticas no siempre apuntan en el mismo sentido. Por ejemplo, la ley de Carrera Docente, uno de los instrumentos fundamentales para tornar efectiva esta aspiración, está pendiente de su promulgación y ejecución. ¿Cómo podemos aspirar, entonces a mejorar los logros del sistema, si factores como el de la docencia, tiene una prioridad marginal en la agenda educativa nacional? Unos 35 mil maestros y profesores prestan servicios profesionales, en alrededor de cuatro mil 800 establecimientos escolares de los diversos niveles y modalidades del sistema en el país.
Igualmente, miles de estudiantes se preparan en universidades y la Escuela Normal con la esperanza de ejercer esta profesión, al mismo tiempo que un número elevado de educadores se encuentra fuera del servicio docente. Todo ello denota la proporción de este valioso capital humano y el significado que puede tener para el desarrollo de la educación panameña.
Por esta razón, las críticas al personal docente y la pérdida de prestigio de esta profesión en la comunidad, debe abordarse oportunamente de modo científico e integral en el marco de los cuestionamientos frecuentes que recibe la escuela panameña y la educación en general, por su débil calidad, pertinencia y equidad, en una sociedad y un mundo cuyas necesidades y demandas educativas cambian aceleradamente.
En ese sentido, es deseable recordar que pocas profesiones influyen tanto en el desarrollo pleno de las personas, como la del magisterio y que la trascendencia de su obra se reconoce a través de la historia de la humanidad. Ningún pueblo o cultura, desde los antiguos hasta los modernos y desarrollados, ha podido progresar, sin el aporte decisivo de la educación y del personal docente.
Pues, al referirnos al avance de la ciencia, la innovación y la cultura en la sociedad, siempre hacemos alusión a la enseñanza y a los docentes, de una manera explícita o no.
Y es que la magia que encierra la transferencia de los saberes; es decir, la tarea de formar y los elementos que se conjugan en el arte de enseñar, constituyen un acto esencial en el desarrollo personal, tanto para quien enseña como para quienes aprenden.
Los nuevos paradigmas de la educación sitúan la docencia como una profesión que demanda una formación académica rigurosa (cultural, científica, pedagógica) y capacidades humanas reconocidas. También implica una revisión en su desempeño profesional: pasar de una docencia frontal, centrada en la transmisión de información, a una docencia facilitadora, organizadora y orientadora del aprendizaje del alumnado, en el marco de una sociedad del conocimiento.
De allí que una política educativa destinada a modernizar la educación debe considerar con prioridad, la situación del personal docente, especialmente en aspectos tales como: elevar la formación inicial y capacitación continua, no sólo en años de escolaridad, sino en competencias y capacidades profesionales reales. También será necesario planificar a largo plazo su preparación; atraer a la docencia a las personas con mayor vocación y talento; ofrecer salarios competitivos y fuertes incentivos a los docentes que sirven en las áreas rurales, indígenas, urbano -marginales y de mayor riesgo; mejorar significativamente sus condiciones de trabajo, fortalecer la identidad con su profesión, rescatar la imagen del educador en la comunidad; evaluar y fortalecer su desempeño con la asesoría y recursos pedagógicos que sean necesarios.
La docencia es una de las pocas profesiones antiguas que tiene asegurada su vigencia en el futuro, siempre que pueda adaptarse a las rápidas mutaciones de su entorno. Ello es así, dado que la legítima socialización de los valores y saberes florece no tanto en el marco de las tecnologías, sino de la relación personal y humana, en la que el docente ocupa un lugar especial.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.