El negocio detrás de la calidad educativa panameña
- José González Rivera
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- Cirujano Subespecialista
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En los últimos años, en Panamá, han emanado conceptos que han desviado a la educación de su ruta natural en búsqueda del negocio. Han satanizado sistemas educativos y los actores del mismo, con la expresión de calidad educativa.
La calidad educativa se ha establecido como un imperio respecto de la educación, como efecto de su hipermercantilización. Lo más grave en términos de impacto social es que llegan aparejadas la exclusión social y la estandarización. Esta nueva situación contradice el proyecto formar seres vitales en la autonomía, que es lo que facilita la educación cuando da sentido a la participación de los actores sociales. Si la educación se descontextualiza, se le dispersa y se diluye su objeto.
El problema es que la noción de calidad se antepone y media para imponer una visión deteriorada y desacreditada de lo público, sirviendo como la mayor excusa para convertirla en mercancía y con un nivel superior al cultivo de pensamiento y la ciencia como valores encumbrados de la racionalidad del panameño. De esta manera, las preocupaciones pedagógicas del maestro se contraponen con los propósitos de "las políticas educativas" de una prueba y las soluciones de la empresa consultora, atentando a la formación autónoma con la intención de generar un único modelo de panameño. Desaparecen términos de sostén conceptual adyacentes tales como procesos participativos, comunidades académicas y autogestión para imponer, al contrario, las nociones de medición, estandarización, certificación, condiciones mínimas de calidad, verificación y cumplimiento, entre otras.
La calidad ha sustituido a la educación, suplantándola, alejándose de los mundos del saber y la academia. Mientras la educación sufre un trastocamiento como valor social y como derecho, la calidad se muestra como una prioridad para ella, gracias a los artificios de las empresas consultoras, que la han convertido en un bien de consumo fugaz e imponiendo la opinión pública que debe ser manejada por la empresa privada, afectando directamente su contribución para la construcción de una sociedad más pluralista, democrática y humanizada.
Es preocupante que la noción de calidad sea usada como expresión genérica para caracterizar la educación, bien sea que se formulen alusiones al bajo rendimiento académico, a la falta de control del servicio, la preparación del profesor, a las diferencias en la dotación de infraestructura y en servicios del bienestar.
Ya sabemos que estamos mal y que debemos mejorar, ahorrarnos 8 millones de dólares de una prueba para brindar un proyecto de país debe ser el norte. La educación debe ser estrategia para el desarrollo y la equidad social. La calidad no es un asunto trivial, sino, y, por el contrario, un interés de bien público en el cual los educadores deben destacarse y liderar la discusión colectiva en torno a los criterios de calidad desde el punto de vista de la educación pública y de los sectores comprometidos con la transformación del país.
La educación excelente debe comenzar por reivindicar los imaginarios sociales y no como mero indicador de la capacidad competitiva de los sistemas y las organizaciones responsables de su desempeño social.
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