El rostro de Carondas
- Silvio Guerra
El secuestro es un delito, en cualquier parte del mundo, intolerable. Se trata de una acción ilícita que rompe todos los esquemas de la civilidad humana. El camino o recorrido criminal de la acción se inicia en etiquetar, por parte de una delincuencia organizada, auténticas asociaciones ilícitas para la generación de delitos, la vida de hombres, mujeres y hasta de niños, con altos precios o costos y exigiendo la paga o entrega de cuantiosas sumas de dineros, en la generalidad de los casos, y ello a cambio de preservarles el derecho primigenio que es la vida.
La palabra secuestro, su sentido y alcance, es sinónimo de desastre, de caos y la misma entraña una inversión total de los valores supremos que alientan e inspiran a toda sociedad o expresión de civilidad humana.
Los secuestradores son personas pusilánimes, almas genuflexas, míseras, en quienes se ausenta el aprecio o estima por el valor vida, paz, familia, hijos, trabajo, sacrificios, esfuerzos y toda expresión de concordia societaria les es irrelevante, absolutamente indiferente. Instrumentalizan a hombres y mujeres de bien, de economías relevantes, de labores constantes, y que de una u otra manera, en base a sus esfuerzos y méritos, arduos trabajos, o ya sea por herencia o destino de la vida, han amasado fortunas, para arrancar de ellos, aplicando la ley del menor esfuerzo, sumas de dinero, muchas veces, inconsignables por parte de familiares y amigos.
La amenaza del secuestrador siempre es una: causar daños o estragos irreversibles, dando prioridad al mayor de ellos: acabar con la vida por ellos victimizada.
El secuestro germina allí en donde la seguridad escasea; se desarrollo allí en donde la tierra de la discordia constituye suelo abonado para que germine y fructifique el desasosiego doméstico y por ello nuestras calles y avenidas, aún nuestras propias casas, se convierten en sitios de incertidumbre, inestabilidad e inseguridad para los ciudadanos. Mensajeros de la muerte son los secuestradores; Carontes que buscan, afanosamente, debajo de la lengua de los secuestrados, la paga que traduce un viaje por la laguna Estigia; ellos son seres humanos sin alma porque la han entregado al señor de lo tenebroso.
Los aliados de los secuestradores son, del mismo modo, espíritus genuflexos; siguen la suerte de lo principal. Lo peor, que estos aliados, coautores, cómplices, también se encuentren dentro de los propios estamentos que por Estado y por Ley están llamados a brindar seguridad a todos cuanto vivimos en este terruño patrio; que por Constitución deben proteger la vida, honra y bienes de nacionales y transeúntes. ¡Que miembros de la Policía Nacional estén inmersos en olas del macrocrimen!, suena insólito, ¡pero sucede!
silguemo@hotmail.com
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