El valor humano de la paz
- Paulino Romero C. [email protected]
No se necesitan muchas palabras para proclamar el objetivo más elevado de vuestra institución. Basta recordar que la sangre de millones de hombres, innumerables y desconocidos sufrimientos, matanzas innecesarias y ruina espantosa, son la sanción del pacto que os une con un juramento que debe cambiar la futura historia del mundo”.

La Organización de las Naciones Unidas, ese recinto que conocemos como el “Foro del Mundo”, instituyó el 17 de septiembre de cada año, como “Día Internacional de la Paz”. Y en atención a ese mandato se nos convoca en el día de hoy para exponer algunos conceptos sobre el alcance del importante tema de la paz en un mundo convulsionado y crítico en el que convivimos en pleno siglo XXI.
En efecto, el 17 de septiembre de 2006, hace 10 años, en nombre y representación del primer vicepresidente de la República y ministro de Relaciones Exteriores, S. E. Samuel Lewis Navarro, señalaba lo siguiente:
“En realidad, considero que en el diario batallar por una paz verdadera y perdurable han de incorporarse aquellos principios cristianos fundamentales, cuya aplicación asegure la victoria del amor sobre el odio, del derecho sobre la fuerza, de la justicia sobre el egoísmo; y la búsqueda de los valores eternos han de prevalecer sobre la simple pesquisa de los bienes materiales”.
A propósito de lo que significa la paz, es oportuna la ocasión para rememorar lo dicho por el pontífice Paulo VI en el seno de las Naciones Unidas durante la década de 1960 del siglo pasado: “Somos portadores de un mensaje para la humanidad entera, dijo Paulo VI, con su estilo impecable y con acento encendido a los plenipotenciarios de todos los Estados, grandes y pequeños. Sentimos que hacemos nuestra la voz de los muertos y de los vivos; de los muertos que cayeron en las terribles guerras del pasado; de los vivos que sobrevivieron aquellas guerras, llevando en sus corazones una condena contra todos los que intenten renovarlas;… Y hacemos también nuestra la voz de los pobres, de los desheredados, de los que sufren, de los que tienen hambre y sed de justicia, de dignidad en la vida, de libertad, de bienestar y de progreso”.
Sigue el sagrado orador exponiendo observaciones y conceptos con gran fuerza persuasiva, con elocuencia conmovedora, sobre los horrores de la guerra, sobre la necesidad de la coexistencia pacífica, y en un momento culminante condensa su mensaje así: “No se necesitan muchas palabras para proclamar el objetivo más elevado de vuestra institución. Basta recordar que la sangre de millones de hombres, innumerables y desconocidos sufrimientos, matanzas innecesarias y ruina espantosa, son la sanción del pacto que os une con un juramento que debe cambiar la futura historia del mundo”. Y al llegar a este punto, con voz reveladora de indecible emoción, exclama: “No más guerra; guerra, ¡nunca jamás! ¡La paz, únicamente la paz es lo que debe guiar el destino de los pueblos y de toda la humanidad”.
“¿Son estas palabras una panacea? No, pero transmiten un sentimiento universal, constituyen una esperanza perenne, marcan un rumbo certero y nos alientan con la visión de un futuro, sin duda muy lejano, pero identificado con el más ferviente anhelo del hombre sobre la faz de la tierra.
No es posible en unos breves minutos y en pocas cuartillas esbozar, siquiera sea a grandes rasgos, la feliz decisión de participar en este acto convocado para reflexionar sobre la paz. Por eso, las observaciones que me he atrevido a hacer, son apenas el homenaje fervoroso con que me uno a todos los aquí presentes para conmemorar el “Día Internacional de la Paz”.
*Pedagogo, escritor, diplomático.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.