En la patria de Beethoven...
Publicado 2006/04/24 23:00:00
Y de Kant, de Hegel, de Goethe, de Schiller, de Dilthey, de Alberto Magno, de Fichte, de Humboldt y de toda una pléyade de genios inmortales que a través de siglos han dado lustre al espíritu humano. Siempre me he preguntado, sin atinar a una respuesta apropiada, cómo pudo ser Alemania el país que urdió el Holocausto de seis millones de víctimas judías, entre ellas un millón de niños?.
¿Dónde estuvo el nivel cultural y espiritual, los valores culturales de la nación germánica cuando el mal empujaba a sus gobernantes nazis a crear una fábrica de muerte en su propio territorio y en los países anexados por el envolvente sistema hitleriano?
¿Cómo es posible que el pueblo alemán fue obnubilado por una seudo filosofía racista esgrimida por la mente enfermiza que la plasmó en Mein Kampf? Y lo peor, clasificar a los hombres en superiores e inferiores si entraban o no dentro de los parámetros del mito ario. Que nadie alegue ahora ignorancia de lo que estaba ocurriendo en los campos de Auschwitz, Bergen Belsen, Dachau o Theresienstadt donde eran gaseados, fusilados, ahorcados, estrangulados o sometidos a horrendos experimentos los prisioneros.
Sistemáticamente, implacablemente, las comunidades judías alemanas, polacas, húngaras, francesas, holandesas, italianas eran diezmadas una a una.
Y quienes niegan el Holocausto deberán suponer que toda esa multitud se "volatizó", que seis millones de personas se "evaporaron" antes y después de la Solución Final, el plan siniestro de extermino de todos los judíos de Europa.
No solamente se pretendió la liquidación física masiva de los judíos. La aberrante intención abarcaba extinguir su cultura y los aportes luminosos inextinguibles a la civilización occidental. Científicos de renombre (Einstein es solo un ejemplo) se vieron forzados a buscar asilo en otras latitudes, una fuga de cerebros sin paralelo en la historia.
Hoy, una corriente interpretativa se empeña en desconocer o minimizar la masacre. Dicho en otras palabras, primero eliminaron a los vivos y actualmente se arremete contra la memoria de los muertos. Sus cenizas aún claman por justicia; nunca olvidar porque toda la especie humana fue degradada y despreciada cuando incontables personas fueron escogidas para morir y marcadas como reses destinadas al sacrificio.
El nuevo orden mundial ha de fundarse en valores de tolerancia, de respeto y reconocimiento a las diferencias étnicas de expresiones religiosas. Sin ese sensato pensamiento correríamos el riesgo de otra catástrofe universal, nos abocaríamos al domino sin control de las potencias avasalladoras y las naciones pequeñas se verían reducidas a simples juguetes de sus intereses.
Los fundamentalismos, ya fueren religiosos, políticos o raciales, constituyen el mayor peligro que enfrentamos en este amanecer del siglo XXI.
El Holocausto judío -que sí sucedió y en escala de genocidio- es una lección tétrica, una advertencia para siempre, la prueba más cercana que tenemos del ataque despiadado del hombre contra otros hombres, del auge de falsos espejismos y políticas malsanas y doctrinas totalitarias que pusieron en entredicho la supervivencia de toda la humanidad.
(*) Catedrático Titular de Filosofía.
¿Dónde estuvo el nivel cultural y espiritual, los valores culturales de la nación germánica cuando el mal empujaba a sus gobernantes nazis a crear una fábrica de muerte en su propio territorio y en los países anexados por el envolvente sistema hitleriano?
¿Cómo es posible que el pueblo alemán fue obnubilado por una seudo filosofía racista esgrimida por la mente enfermiza que la plasmó en Mein Kampf? Y lo peor, clasificar a los hombres en superiores e inferiores si entraban o no dentro de los parámetros del mito ario. Que nadie alegue ahora ignorancia de lo que estaba ocurriendo en los campos de Auschwitz, Bergen Belsen, Dachau o Theresienstadt donde eran gaseados, fusilados, ahorcados, estrangulados o sometidos a horrendos experimentos los prisioneros.
Sistemáticamente, implacablemente, las comunidades judías alemanas, polacas, húngaras, francesas, holandesas, italianas eran diezmadas una a una.
Y quienes niegan el Holocausto deberán suponer que toda esa multitud se "volatizó", que seis millones de personas se "evaporaron" antes y después de la Solución Final, el plan siniestro de extermino de todos los judíos de Europa.
No solamente se pretendió la liquidación física masiva de los judíos. La aberrante intención abarcaba extinguir su cultura y los aportes luminosos inextinguibles a la civilización occidental. Científicos de renombre (Einstein es solo un ejemplo) se vieron forzados a buscar asilo en otras latitudes, una fuga de cerebros sin paralelo en la historia.
Hoy, una corriente interpretativa se empeña en desconocer o minimizar la masacre. Dicho en otras palabras, primero eliminaron a los vivos y actualmente se arremete contra la memoria de los muertos. Sus cenizas aún claman por justicia; nunca olvidar porque toda la especie humana fue degradada y despreciada cuando incontables personas fueron escogidas para morir y marcadas como reses destinadas al sacrificio.
El nuevo orden mundial ha de fundarse en valores de tolerancia, de respeto y reconocimiento a las diferencias étnicas de expresiones religiosas. Sin ese sensato pensamiento correríamos el riesgo de otra catástrofe universal, nos abocaríamos al domino sin control de las potencias avasalladoras y las naciones pequeñas se verían reducidas a simples juguetes de sus intereses.
Los fundamentalismos, ya fueren religiosos, políticos o raciales, constituyen el mayor peligro que enfrentamos en este amanecer del siglo XXI.
El Holocausto judío -que sí sucedió y en escala de genocidio- es una lección tétrica, una advertencia para siempre, la prueba más cercana que tenemos del ataque despiadado del hombre contra otros hombres, del auge de falsos espejismos y políticas malsanas y doctrinas totalitarias que pusieron en entredicho la supervivencia de toda la humanidad.
(*) Catedrático Titular de Filosofía.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.