En torno a la moral socrática
Publicado 2001/10/16 23:00:00
- MEREDITH SERRACIN
El "conócete a ti mismo" es el lema del verdadero saber, que tiene conciencia de lo que es y de lo que debe hacer. Con esto, Sócrates ha enseñado que la filosofía es reflexión sobre el hombre y sobre la vida de los hombres en el mundo, no para encerrarse en sí misma, sino para descubrir en ella aquellos elementos que impulsan al hombre a sobrepasarse.
El conocimiento objetivo vale también como sistema de principios reguladores de nuestra conducta. Conocer es definir; y por esto, conocer el bien significa poseer un concepto: ciencia y virtud se identifican. Indudablemente, según Sócrates, ninguno se siente moralmente obligado a hacer algo si no tiene "interés" en hacerlo, pero esto no significa de ninguna manera, como decían los sofistas, que el bien rinde solamente en la utilidad y en el interés particular de cada uno.
El hombre debe buscar, desde luego, su bien y su utilidad, pero su "verdadero" bien y su "verdadera" utilidad sólo puede encontrarlos en el bien objetivo (y no en el placer y en la utilidad individuales). En otros términos, conocer el bien objetivo y hacer que las propias acciones guarden uniformidad con él es hacer el propio bien y la propia utilidad (utilitarismo bien entendido). Saber lo que se debe hacer es la virtud.
Por otra parte, quien conoce el bien no puede dejar de practicarlo, ya que sólo quien es virtuoso es feliz; y como todos los hombres aspiran a la felicidad, es imposible que quien conoce el bien haga el mal, labrando así su propia desgracia. Por lo tanto, nadie es malo voluntariamente; los que obran mal, lo hacen por ignorancia; la culpa y el vicio son errores de juicio. Quien, en vez del placer de la virtud, prefiere los placeres subjetivos del momento, se equivoca en el cálculo; para hacerlo virtuoso basta enseñarle qué es el bien. El mejoramiento de los individuos y de la sociedad humana es una cuestión de educación. Todas las virtudes presuponen la sabiduría; todos los males derivan de la ignorancia.
Para Sócrates, el bien consiste en lo útil para todos. El hombre, obrando por el interés común, gana incluso la propia felicidad, que reside cabalmente en la conciencia de obrar con justicia, en el dominio de sí mismo y de los propios impulsos.
El hombre no es sólo sensación, sino también razón; además de ser capaz de sensaciones subjetivas y de opiniones variables, como pretendían los sofistas, lo es también de conceptos inmutables y universales. Conocer es saber por conceptos: tener el concepto de una cosa es definir la verdadera esencia o naturaleza, en virtud de la cual ella es lo que es. El concepto expresa lo que una cosa es verdaderamente. Esta es la verdad inteligible y no sensible, acerca de la cual todos los hombres están de acuerdo y que tiene los caracteres de la necesidad y de la universalidad. Sócrates es el descubridor del concepto (del universal), cuyas notas esenciales fijó.
La poderosa personalidad de Sócrates influyó sobre sus contemporáneos y sobre las generaciones posteriores. En efecto, los grandes sistemas, el de Platón primero y el de Aristóteles después, tienen su origen en la especulación socrática. Pero, además de Platón, otros discípulos continuaron o desarrollaron la doctrina del maestro, la cual, por su poca sistemática, se prestaba fácilmente a desarrollos parciales y unilaterales. Así se formaron las "Escuelas Socráticas", llamadas menores con relación a la gran Escuela platónica, las cuales, debido incluso a la influencia de otras filosofías, más que desarrollarlos, exageran o falsean sin rodeos algunos aspectos del pensamiento socrático, el cual, por demás, es el producto de un personalísimo temperamento filosófico, más que un sistema construido. Por eso, el interés de los discípulos de Sócrates se concentró sobre todo en la doctrina moral.
Sócrates no era un personaje dócil para una precisa narración; era un enigma profundo cuya verdad debía ser revelada. Sus hechos, gestos y palabras no sólo valían por lo que expresaban, sino sobre todo por lo que escondían, por los valores profundos de que brotaban. Así Sócrates viene a ser la persona concreta que expresa lo eterno, precisamente un personaje, el de los Diálogos.
El conocimiento objetivo vale también como sistema de principios reguladores de nuestra conducta. Conocer es definir; y por esto, conocer el bien significa poseer un concepto: ciencia y virtud se identifican. Indudablemente, según Sócrates, ninguno se siente moralmente obligado a hacer algo si no tiene "interés" en hacerlo, pero esto no significa de ninguna manera, como decían los sofistas, que el bien rinde solamente en la utilidad y en el interés particular de cada uno.
El hombre debe buscar, desde luego, su bien y su utilidad, pero su "verdadero" bien y su "verdadera" utilidad sólo puede encontrarlos en el bien objetivo (y no en el placer y en la utilidad individuales). En otros términos, conocer el bien objetivo y hacer que las propias acciones guarden uniformidad con él es hacer el propio bien y la propia utilidad (utilitarismo bien entendido). Saber lo que se debe hacer es la virtud.
Por otra parte, quien conoce el bien no puede dejar de practicarlo, ya que sólo quien es virtuoso es feliz; y como todos los hombres aspiran a la felicidad, es imposible que quien conoce el bien haga el mal, labrando así su propia desgracia. Por lo tanto, nadie es malo voluntariamente; los que obran mal, lo hacen por ignorancia; la culpa y el vicio son errores de juicio. Quien, en vez del placer de la virtud, prefiere los placeres subjetivos del momento, se equivoca en el cálculo; para hacerlo virtuoso basta enseñarle qué es el bien. El mejoramiento de los individuos y de la sociedad humana es una cuestión de educación. Todas las virtudes presuponen la sabiduría; todos los males derivan de la ignorancia.
Para Sócrates, el bien consiste en lo útil para todos. El hombre, obrando por el interés común, gana incluso la propia felicidad, que reside cabalmente en la conciencia de obrar con justicia, en el dominio de sí mismo y de los propios impulsos.
El hombre no es sólo sensación, sino también razón; además de ser capaz de sensaciones subjetivas y de opiniones variables, como pretendían los sofistas, lo es también de conceptos inmutables y universales. Conocer es saber por conceptos: tener el concepto de una cosa es definir la verdadera esencia o naturaleza, en virtud de la cual ella es lo que es. El concepto expresa lo que una cosa es verdaderamente. Esta es la verdad inteligible y no sensible, acerca de la cual todos los hombres están de acuerdo y que tiene los caracteres de la necesidad y de la universalidad. Sócrates es el descubridor del concepto (del universal), cuyas notas esenciales fijó.
La poderosa personalidad de Sócrates influyó sobre sus contemporáneos y sobre las generaciones posteriores. En efecto, los grandes sistemas, el de Platón primero y el de Aristóteles después, tienen su origen en la especulación socrática. Pero, además de Platón, otros discípulos continuaron o desarrollaron la doctrina del maestro, la cual, por su poca sistemática, se prestaba fácilmente a desarrollos parciales y unilaterales. Así se formaron las "Escuelas Socráticas", llamadas menores con relación a la gran Escuela platónica, las cuales, debido incluso a la influencia de otras filosofías, más que desarrollarlos, exageran o falsean sin rodeos algunos aspectos del pensamiento socrático, el cual, por demás, es el producto de un personalísimo temperamento filosófico, más que un sistema construido. Por eso, el interés de los discípulos de Sócrates se concentró sobre todo en la doctrina moral.
Sócrates no era un personaje dócil para una precisa narración; era un enigma profundo cuya verdad debía ser revelada. Sus hechos, gestos y palabras no sólo valían por lo que expresaban, sino sobre todo por lo que escondían, por los valores profundos de que brotaban. Así Sócrates viene a ser la persona concreta que expresa lo eterno, precisamente un personaje, el de los Diálogos.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.