¿Es buena la codicia?
- Miguel A. Boloboski Ferreira
“La Codicia es buena, necesaria y funciona”, discurso de “Gordon Gekko en Wall Street la película de 1987”.
Está de moda, y todos la deseamos. Algunos la estigmatizan como única responsable de la crisis que casi fulminó al capitalismo a finales del 2008. De los siete pecados capitales es la que más promueve e inspira los otros seis (Lujuria – Gula – Pereza – Ira – Envidia – Soberbia). El capitalismo salvaje la fomenta como doctrina en donde lo único importante es lo material; descartando los valores por ser quimeras elaboradas por los “Justos”.
Aún cuando diferentes por un pequeño tecnicismo, tanto la avaricia como la codicia suponen el afán o deseo desordenado y excesivo de poseer riquezas. Es frecuente que aparezcan vinculadas a pecados o delitos como la traición, deslealtad, estafa y corrupción. El avaro sólo pretende sumar más y más riquezas; no conoce de ningún límite legal o ético con tal de alcanzar su objetivo. De ser necesario es capaz de perjudicar a otras personas y hasta pisotear cualquier norma que se le oponga. Desde el punto de vista religioso se trata de un pecado y de un vicio que trasciende lo lícito y lo moralmente aceptable.
Para algunos psicólogos el vínculo que el avaro establece entre felicidad y posesiones materiales puede llegar a convertirse en un mal endémico. La avaricia —como la lujuria y la gula—, es un acto de exceso que como tal puede derivar en adicción. Tales excesos incluyen la simonía o acción de comerciar con cosas espirituales o religiosas, como son los sacramentos o los cargos eclesiásticos.
Una persona dominada por la avaricia raramente es consciente de ello. Para el avaro el fin es acaparar. Es amigo de la conveniencia y a pesar de que conviven a nuestro lado, nunca son amigos por amor o lealtad. Es un anhelo enfermizo por cualquier cosa, no solo de dinero; es la conjunción del egoísmo y la soberbia.
La avaricia es parte de nuestras vidas aunque hablemos poco de ella. No obstante es un hecho que nuestra sociedad está inmersa en ella. Es la mejor aliada de la sociedad consumista.
Entre 1950 y 2010, la población panameña pasó de 839,000 a casi 3,5 millones, lo que implica un crecimiento demográfico extraordinario (4.172 veces), mientras la deuda pública que era de tan sólo 33.1 millones de dólares sobrepasará los 11 mil millones para el 2010. Aquí el crecimiento es más que exponencial (332,326.284 veces).
El qué; el cómo; y cuántos seremos y deberemos, son temas valóricos vitales por resolver.
Es injusto que una generación sea comprometida por la precedente. Hay que encontrar un medio que preserve a las venideras de la avaricia o inhabilidad de las presentes (Napoleón Bonaparte).
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