Hay que dar a Dios lo que es de Dios
- Rosendo Torres (opinion@epasa.com)
Esta norma de vida de darle a cada cosa la importancia que se merece en estos días nos fue ofrecida en la lectura dominical del Santo Evangelio.
A estas horas de la vida hemos comprobado que muchos creyentes y no creyentes citan esta pasaje bíblico como autoridad para restringir cualquier pronunciamiento de parte del magisterio de la Iglesia sobre materias de ética de costumbres o sobre la vida ciudadana reconociendo que en asuntos laicos no tiene opinión, y ahí es donde conviene una aclaración.
A Jesús le pusieron una trampa los saduceos y les respondió en la misma línea que el mensaje esencial de la Buena Nueva: viene del reino de Dios y hay que escoger entre Dios y el dinero. Le habían mostrado una moneda con la efigie del César y nuestros interlocutores que vivían de acuerdo con el criterio de que había que darle a Dios solo una parte y la otra parte había que dársela al César, una especia de mitad y mitad.
Jesús cortó por lo sano y dijo que había que optar radicalmente por Dios y que, si el dinero lleva el sello del emperador hay que darle al emperador sólo lo que es suyo, a Dios hay que darle todo lo demás. Viene el reino de Dios y entonces al César no le va a durar nada el manejo de dinero.
Viene el un tiempo, dice Jesús, viene un mundo nuevo en el que ni el César, ni el dinero serán el criterio o poder decisivo. A Dios hay que darle la vida, solo a Dios pertenece.
Lo último que Jesús hubiera querido decirle es que había que repartirse entre Dios y otro. Si Jesús hubiera querido decir eso, los saduceos lo hubieran respaldado y jamás lo hubieran acusado de enemigo del César. (Juan 19).
En el capítulo 23 de San Lucas vemos a los saduceos acusar a Jesús de prohibir pagar el tributo al César y andar sublevando al pueblo (que era lo mismo), los saduceos lo entendieron muy bien.
No podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo. No podemos poner al mismo nivel a Dios y a lo que no es Dios, a Dios y al poder, a Dios y el Estado, a Dios y la ideología pública. Bien lo dice la misma escritura “Yo soy Dios, yo el, y no hay otro”.
Vivimos en mundo que nos hace indispensable el uso del dinero, pero no podemos, si queremos ser cristianos, dejar que el dinero se convierta en el criterio decisivo. El criterio decisivo, si nosotros somos y queremos seguir siendo cristianos, es Dios, es amor, porque Dios el único que existe es por su amor.
Cristo resucitado no es un sueño, sino una realidad. Al resucitar no eliminó el mal de la tierra, sino que se dio el valor para transformarlo, le dio sentido a la lucha diaria.
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