Panamá
La alta tolerancia del político
Hay que tener un estómago de buitre para vender a otros las promesas cínicas de un mañana mejor, que nunca llega.
- vArnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 13/6/2023 - 12:00 am

Hay que tener un estómago de buitre para vender a otros las promesas cínicas de un mañana mejor, que nunca llega.
A diario vemos esos candidatos, a los puestos de elección que sean, pararse en las comunidades a darles sus discursos, a veces desde el púlpito de alguno de esos parques públicos deteriorados, con juegos infantiles oxidados y charcos atestados con las larvas de zancudos, o cerca de alguno de los centros de salud inacabados, en los que la luz se filtra más por techos descubiertos que por las ventanas gachas y sin vidrios.
Dan discursos cínicos y reposados, muchas veces, desde en el trono de alguna que otra banca de una escuela pública, de esas con salones que no tienen puertas y que tienen por ventanas los respiraderos de colmena; con baños que no tienen agua y jardines en los que compiten francamente las malezas con las hierbas altas sin podar.
Ese cinismo crudo de algunos políticos parece habilidad admirable; decir una mentira es fácil, pero decirla justo en frente de verdades que comprueban lo contrario, es casi una proeza. Lo más triste es que encontramos en los pueblos el apetito para las mentiras, por efectos nobles de lealtad con la esperanza, que parece que no pierden nunca.
Ante esos escenarios, crecen los políticos criollos como si fueran circos de necesidad y de entretenimiento, que llegan a los pueblos entre bombos y platillos, anunciando gozos momentarios, pasajeros; gozos de que llegan y se van, como un trago de licor que pasa e intoxica y luego se convierte en goma amargura, cuando pasan sus efectos.
No puedo concebir que una autoridad pública, electa por el pueblo, pueda estar tranquila en su despacho de intramuros marmolados y de olores placenteros, mientras allá afuera, entre la mayoría de sus electores, reine la miseria y la necesidad, la falta de agua potable y de escolaridad digna, la falta de trabajo y oportunidades, la abundancia de desechos y basura, en medio de los cuales se acostumbra el ciudadano ya a vivir.
Se puede compartir el aire, contaminado algunas veces o contaminado menos, unas otras; se puede vivir en vecindad con personas menos afortunadas que uno, que transitan por la vida con recursos limitados; se puede entablar una amistad entre personas de distintas cunas y distinta fe….Todo eso se puede y se debe hacer en sociedad; pero mentir abiertamente y prometer aquello que no se ha de cumplir al pobre y al necesitado, con la intención de hacer solo captura de su voto, eso no se debe hacer impunemente, porque se pagará algún día, en esta vida o en la otra.
Si se mintiera inocentemente, como se hace en medio del entretenimiento de la magia, para dispensar algún pequeño goce a los pequeños y a los incautos, no se hace ningún mal, al fin; pero si la mentira encarnizada apunta al beneficio propio y en perjuicio de algún bienestar ajeno, entonces la aberración del hombre que lo hace no tiene ningún límite ni una frontera que lo justifique.
Si no pagan ellos, bien decía, pagarán sus hijos o sus nietos que, como miembros de la sociedad agredida, no pueden escapar tampoco sus efectos que, en su largo plazo, logran encarnar de alguna u otra forma.
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