Panamá
La esencia de París
- Jaime Figueroa Navarro
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Dentro de la zozobra mundial, guerras sin sentido y maldades por doquier y a pesar de diferencias políticas que amenazan la estabilidad del gobierno del presidente Emmanuel Macron, la celebración de la Semana Francesa en Panamá nos brindó un respiro al intercambiar con ejecutivos visitantes a mediados de la semana pasada en los suntuosos salones de Soho Mall.
Tal cual nuestra fascinación con la capital gala, el nutrido grupo de visitantes, la mayoría primerizos, exclamaban cuál coro dominical de la parisina catedral de Notre Dame "oh là là!", una interjección francesa que se utiliza para expresar sorpresa, admiración o entusiasmo, al descubrir nuestro istmo.
Y descubrir no resulta la expresión correcta. Más bien debiese ser, tal como puntualizaba durante nuestros intercambios, redescubrir Panamá porque en realidad los franceses y sus peculiaridades formaron parte de nuestro engendro a finales del siglo XIX durante la faceta del canal francés encabezada por Ferdinand de Lesseps y muchos otros actores, tal cual Paul Gauguin, famosísimo pintor posimpresionista galo quien moró en Taboga previo a su desplazamiento a Tahití.
Es un afecto y admiración mutua. Uno de los ejecutivos recalcó su estupor al amanecer disfrutando un café desde su balcón del Hotel Sofitel Legend cuando, posterior a admirar la columna vertebral de los rascacielos capitalinos, nos describe Ciudad de Panamá como un inesperado melange (amalgama) tropical entre Venecia y Nueva York.
Entonces, tal para cual, porque a mí me arrebata viajar a la capital del amor, esa excepcional Lutecia Parisiorum, o Lutéce en francés, fundada por los romanos en el año 52 a.C., cuya metamorfosis durante los subsiguientes veintiún siglos nos obsequia un París que sorprende al atravesar cada esquina, paraíso para los amantes de la fotografía por sus mágicos detalles que no cesan de maravillarnos posterior a más de tres docenas de visitas durante los últimos 57 años.
Nos reintegraremos a ese excelso destino a finales de noviembre en compañía de nuestro compadre y su elegante consorte para compartir ese París otoñal en ausencia de las oleadas de visitantes que pululan los Campos Elíseos en la cúspide del verano, que nos permite apreciar sus encantos sin las largas filas, escuchando la lengua de Moliere en vez de los susurros de la torre de Babel, tratando de descifrar si la pareja delante de nosotros espeta el idioma búlgaro o ruso.
Si duda es la mejor época para una visita, sus hoteles reflejan bajones de precios y el abrigo nos resguarda en un clima fresco, más no frígido como resulta el primer trimestre del año.
París se descubre también a través de la boca, su prodigalidad gastronómica invita a saborear los deleites muy particulares del medio. La elegancia no es solamente en los alimentos sino también en el ambiente que le rodea, restoranes cual museos, exquisita colección de cubiertos de diseño de lujo Christofle, Versace, Hermes adornan los elegantes manteles y las bandejas de crujientes panes acompañados de generosas porciones de mantequillas de Normandía que nos incitan a su deguste limitado, degustando con copa de vino tinto, para guardar espacio en el vientre para los platos subsiguientes.
En Francia los alimentos se saborean sin apuros, los meseros no importunan, resultando en un rito donde el reloj no se acecha y los celulares se apagan, solamente avivándoles para la fotografía de rigor del grupo, o del arte de cada platillo presentado. Y que no haga falta la selección de celestiales sobremesas, el café y el poise café, coctel o bebida digestiva que se saborea posterior al café para dar por culminada un placer inmenso de la joie de vivre.
Bienvenue à Paris!
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