Análisis
La grandeza y miseria del espíritu militar
- Paulino Romero C.
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- opinion@epasa.com
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... lo más criticado de los militares es el autoritarismo, de la tendencia a resolver todo mediante órdenes que no se discuten, sin deliberaciones ni consensos.
Hace más de un cuarto de siglo, el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti abordaba el tema de la democracia en América Latina como el régimen político del hemisferio. Sabemos, empero, que todo es bastante frágil y que las insuficiencias económicas, las agudas zonas de pobreza, la debilidad de los partidos políticos en muchos países, cuando no falta de hábitos democráticos, dibujan un cuadro de riesgo constante al recién levantado edificio. Allí está también, siempre presente, la cuestión militar. Imposible es ignorar la importancia que poseen esas Fuerzas Armadas y la necesidad, por lo tanto, de que los medios civiles, normalmente alejados de ellas, superen esa distancia mediante un acercamiento constructivo y sobre todo un conocimiento de la cuestión.
Un inicial rechazo civil hacia los militares nace de que se les ve como sintiéndose superiores a los partidos, a sus dirigentes y hasta sus propias instituciones. La verdad es que ha sido harto frecuente esa actitud en el medio militar. Es preciso entender, sin embargo, que ella nace de la propia historia de las fuerzas armadas latinoamericanas, consustanciadas con el origen de sus países, forjadores de su independencia y fundadas por los héroes nacionales. Es verdad que esta tradición crearía más obligaciones que derecho y que este sentimiento de orgullo no autoriza a sentirse por encima del resto. Es verdad, sin duda, pero se trata de la enfermedad profesional correspondiente de este histórico patrimonio.
Otra patología común al estamento militar es el mesianismo, la psicología de salvadores llamados por la patria para asegurar la supervivencia en momentos dramáticos. Se trata, sin duda, de un peligroso exceso, pero él nace de una realidad: las fuerzas armadas constituyen una reserva de fuerza que el Estado mismo prepara y guarda para los instantes de peligro y solo empeña ante elevados riesgos. Cuando se da un conflicto exterior, un estado generalizado de subversión interior o una catástrofe, ¿quién sino las fuerzas armadas están organizadas para actuar? Se diría que la razón misma de su existencia. El militar está psicológica y culturalmente formado para esos instantes límite. Ha modelado su carácter y su mente en función de esas necesidades nacionales. No es lógico, pero sí explicable que, como consecuencia de esa especialísima formación, pueda darse con cierta frecuencia esa peligrosa psicología mesiánica.
Desde ya que lo más criticado de los militares es el autoritarismo, de la tendencia a resolver todo mediante órdenes que no se discuten, sin deliberaciones ni consensos. Esta psicología, trasladada a la administración civil, resulta intolerable e incompatible con la estructura del Estado democrático. Pero ella deriva de una organización que, por su naturaleza, debe estar rigurosamente jerarquizada y en consecuencia basada en el mando del superior sobre subordinado. No hay otro modo de estructurar ejércitos, sea donde sea. El desafío está en lograr que las fuerzas armadas no irrumpan en la sociedad civil.
Con los partidos políticos media una especie de incompatibilidad ontológica. Los partidos son, por definición, parte, facción, tendencia, como resultado de la diversidad de opiniones. Los ejércitos son por el contrario representativos de la unidad nacional (ya que no puede tener partidos) y organizados jerárquicamente para que se cumplan planes u órdenes sin debate.
La savia de los partidos es el pluralismo, la actitud diferenciada y el debate. Lo que, obviamente, no encaja con la mentalidad militar.
Pedagogo, escritor, diplomático.
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