Corrupción
La mala palabra conocida como nepotismo
- Guillermo Antonio Ruiz Q. /opinion@epasa.com /
Ingeniero y comunicador social
Una vez más, nuestros medios de comunicación se llenan de noticias sobre nepotismo. Independientemente de que otra vez el origen pasa por el mismo signo político, me gustaría evaluar la situación detenidamente.
Estamos claros en que el nepotismo es un mal que nos acompaña en cada administración. Las preferidas, las embajadas. Hijos, primos, sobrinos, hermanos, padre, madre. No importa. Si hay embajadas o consulados, hay una oportunidad para la familia, independientemente de si esta es acaudalada o atribulada económicamente. Gané las elecciones y lo merezco todo.
Hay una isla en la salida el río Bayano que se llama Chepillo. En esa isla todos, de alguna manera, son parientes. Hay tres apellidos hegemónicos y los demás son parientes lejanos. En una isla como esta, lo más seguro es que las autoridades y los funcionarios sean parientes. Es el caso, quizá único, en el que nombrar familiares en el gobierno tiene algún sentido.
Si un ministro nombra a su sobrino para trabajar con él, y otro nombra a su cuñada, estamos ante un caso de nepotismo muy panameño.
Esto significa que, al llegar al gobierno, el político piensa que somos sus nuevos súbditos. Se lo merecen todo. Autos nuevos, oficina completamente remodelada, escoltas para tomar café en horas laborables y viajes, muchos y variados viajes.
Lo último es lo más importante. Viajar mucho. Sobre todo, lo más posible, si es cerca del nombramiento. Es que uno nunca sabe cuándo lo van a tener que destituir.
Pero, ya que soy ministro y viajo mucho, ¿quién me puede recibir? Por supuesto que un familiar de mi jefe, o por qué no, del propio ministro de marras. Nada como recorrer Buenos Aires, Londres, Madrid, Roma, Seúl, con un amigo, un familiar, un conocido del jefe, en carro oficial y con viáticos pagados con los impuestos de los pen… perdón, de los contribuyentes.
Ahora, no todo es tan así. A veces, la cosa no es solo para viajar. Hay primos y sobrinos que no fueron muy listos en la escuela o comenzaron a tener hijos muy temprano y no les dio tiempo para la universidad o, sencillamente, no son buenos en ningún trabajo. Hay que ayudarlos.
Es justo ahí cuando aparece este familiar, director de institución autónoma, administrador de una autoridad pública, viceministro, etc. Y en este momento se convierte en el mecenas de la familia. Nombramientos aquí y allá.
Lo mejor es cuando todo se descubre. ¿Y qué hago, cómo no los voy a nombrar? ¡Hicieron campaña conmigo, tienen derecho!, ¡es panameño y tiene las credenciales académicas para el cargo, lo que tienen es envidia! y más etc.
Los partidos políticos reciben del Tribunal Electoral una partida que pagamos todos los panameños, millonaria por cierto, cuyo fin específico es la formación política. La idea original era que estas organizaciones políticas no fueran un cascarón vacío y mantuvieran, entre periodos electorales, una actividad interna que les permitiera a dirigentes y activistas recibir educación política, ideológica, doctrinal, cuestión que si llegara el día que les tocara gobernar el país, tengan claro conceptos como el llamado nepotismo y las consecuencias nefastas para una sociedad democrática que eso conlleva.
La pregunta es: ¿Si todos los partidos pasan por esta vergonzosa práctica, para qué se insiste en desembolsar estas significativas cantidades de dinero? El subsidio electoral se ha convertido en un paliativo para dirigentes enquistados en las “roscas” de sus estructuras, para pasar el “invierno político” si están en oposición o, en el mejor de los casos, para nombramientos por si no te quiere tu propio gobierno cerca.
Queda claro que el problema no se resuelve con dinero. Es un daño estructural de nuestra joven democracia. Maquinarias electorales, pequeñas o grandes, que buscan el poder a costa de lo que sea, y que al llegar a ejercerlo, terminan rodeadas de colaboradores sin la más mínima idea de lo que es la ética, la transparencia, la eficiencia administrativa o la eficacia en la cosa pública.
Lamentablemente, esta historia de noticias sobre el nepotismo se va a repetir. Nuestra sociedad no ha madurado democráticamente lo suficiente para rechazar de manera fulminante estas prácticas. Los políticos locales lo saben.
Sería bueno que nuestra sociedad dejara la apatía ante estos comportamientos. Toda la sociedad. Basta de rendir pleitesía a quienes no respetan las mínimas reglas de convivencia democrática.
Me gustaría vivir en una sociedad en la que quienes creen que están por encima de las normas de convivencia democrática sean rechazados, en una sociedad que entienda que no son más que lacras de un pasado al que no queremos regresar.
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