Fe
La niña Eluney
- Bernardina Moore opinion@epasa.com
...significa: regalo de Dios... le leía cuentos a su madre, la abrazaba y la besaba, rezaba con ella, le cantaba canciones, ... mientras Eluney le daba masajes a su mamá, esta empezó a mover los dedos de los pies...
Mientras dormía la imagen de una niña con un listón rosado en su cabello parada detrás de una cerca de bloques y ciclón me miraba fijamente y como un cliché se grabó en mi mente.
Como siempre, al despertar fue lo primero que vino a mi mente. La nombré Eluney, que significa: regalo de Dios por sus pequeños rasgos indígenas, tendría unos diez años más o menos. Describir todo esto no tiene mayor problema, lo que viene sí, no obstante les comparto.
Eluney aparentemente vivía en la casa grande que estaba detrás de la cerca donde la vi.
Su padre había muerto y su madre estaba postrada hace algún tiempo sufriendo de una enfermedad incurable, no es relevante saber cuál era, eso no cambia la situación, una tía, hermana de su madre, cuidaba de las dos y una señora venía a cocinar y ayudar en la limpieza y se iba en las tardes.
Para no complicarse la vida la niña recibía clases particulares en la casa y salía a jugar unas horas en la tarde con una amiguita vecina para tener contacto con personas de su edad y hacer vida normal.
Pero, esta niña no era lo que aparentaba ser porque si ella tenía apenas diez años su mama era una mujer joven todavía, por eso Eluney tenía una relación muy estrecha e íntima con su madre que se creó a raíz de que su tía no era de mucho hablar y se limitaba a atenderla muy bien como lo haría una enfermera, que se rige por horas, para las medicinas, el aseo personal, las comidas, sin muestras excesivas de cariño, como si fuera una persona que trabajara por horas y cobrara un sueldo, no obstante sí recibía remuneración como era justo por lo que hacía.
Pero sucede que al enfermo no solo hay que darle buena atención sino demostrarle con cariño cuánto se le ama y no hacerlo sentir como si fuera una carga.
Y eso era lo que hacia esta niña con su madre que de no hacerlo pasaría horas de soledad aumentando su padecer en este caso espiritual.
Por eso con una madurez inusual en una niña de esa edad, Eluney le leía cuentos a su madre, la abrazaba y la besaba, rezaba con ella, le cantaba canciones, a veces inventadas por ella y otras aprendidas por su maestra.
En ocasiones le decía, yo voy a ser tu hija y tu esposo para que no sufras por él y al besarla le decía: este beso te lo manda mi papá desde el cielo y este te lo doy yo en la tierra; y a pesar de los masajes que su tía le daba en las piernas a su mamá, ella elevaba los ojos al cielo diciendo: Diosito, mi tía se los da por orden del médico, yo, con mis manitas, se los quiero dar por orden tuya y copiando los movimientos que veía hacer a su tía, con sus suaves y tiernas manitas y su cremita personal, le daba masajes no solo a las piernas sino a todo su cuerpo y le pedía que no le dijera nada a su tía.
La tía se despreocupaba cuando sabía que la niña estaba con su mamá y se encerraba en su cuarto a ver televisión o a escuchar música.
Así pasaba el tiempo en casa de Eluney que por suerte su tía tenía buena relación con su sobrina por su madurez y buen comportamiento.
Por eso ni se enteraba de lo que hacían las dos encerradas en la habitación.
Un día la tía tenía urgencia de salir y la señora que ayudaba se había tenido que ir al mediodía y dijo a la niña que si se atrevía a quedarse unas horas a solas con su mamá, a lo que contestó entusiasmada que sí.
Y la tía se fue confiada.
Ese día, mientras Eluney le daba masajes a su mamá, esta empezó a mover los dedos de los pies, cosa que impresionó a la niña, que asombrada dijo a su madre: ¡mamita, puedes mover los dedos!
¿Qué está pasando?
No sé, dijo la madre.
La chiquilla, poseída de un entusiasmo momentáneo, le dijo a su mamá: ¿te atreves a sentarte?
¿A sentarme?-dijo la madre ¡Claro que no! ¿Y si me caigo?
Tu tía no me perdonaría esa imprudencia.
Ella no, -respondió la niña-, pero Dios si, la animó la niña.
Y como era delgada la fue incorporando poco a poco hasta sentarla en la cama.
¡Te duele algo? Le pregunto ansiosa.
La verdad no, ¡solo estoy asustada!
Eluney, se agachó frente a ella y empezó a darle masajes en las piernas, diciéndole: te pondrás bien, no llores, ya lo verás, saldremos a pasear y seremos felices.
Y así, guardando su secreto, cuando estaban solas hacían su rutina.
Cuando estemos seguras le diremos a la tía que quieres ver al médico y le daremos la sorpresa.
El día que vino el médico no podía creer lo que había pasado, admirado dijo: ¡esto es un verdadero milagro!
Te vamos a trasladar a la clínica para hacerte unos exámenes para poder darte de alta.
La madre explicó al Dr. todo lo que había hecho Elunay por ella, sin restarle mérito a los cuidados recibidos por su hermana.
Una vez más queda demostrado que la fe todo lo alcanza, no importa la edad que tengas.
Escritora.
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