La simulación en la lucha política y social
- Paulino Romero C.* (opinion@epasa.com)
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José Ingenieros, maestro de América, nos dice: "La lucha por la vida entre los hombres evoluciona de las formas violentas a las formas fraudulentas; esto determina el desarrollo de golpe de maza o de hacha; el civilizado domina con la fuerza de la astucia. El ambiente impone la fraudulencia; vivir, para el común de los mortales, es someterse a esa imposición, adaptarse a ella". No cabe duda de que el famoso filósofo estaba en lo cierto.
¿Quién podría dudarlo? "Imagínese por un momento que el astuto especulador no simule honestidad financiera; que el político o el funcionario no simulen defender los intereses del pueblo; que el comerciante no simule interesarse por sus clientes; que el examinado no simule conocimientos de que carece, y el profesor, una profundidad inconmensurable; que el parásito no simule ser útil a su huésped; el bruto inteligente y el curandero no aparenten facultades sobrenaturales para sugestionar a su clientela; que el pícaro no simule la tontería y el superior, la inferioridad, según los casos; el niño, una enfermedad; el homosexual, un afeminamiento; el propagandista, la pasión; la esposa astuta, el histerismo, y el marido desgraciado, el amor; que el patrón no finja ser católico y el ladrón, ser anarquista; que el periodista no simule pensar lo mismo que su directorio o su público; se tendrá una falange de probables vencidos, casi seguramente vencidos, en la lucha por la vida. Esa es la regla, sin que desconozcamos la excepción".
Simuladores por excelencia son todos los políticos de profesión. Es fácil verlos, en todo momento, fingiendo preocuparse por el bien de su patria y de sus conciudadanos, mientras en realidad su única preocupación es obtener ventajas personales en la lucha política.
En Panamá, es peor aún. Acá, la lucha es de politicastros y politiqueros desde hace muchísimos años, lo cual tiene sus bases en la mediocridad de los protagonistas, en la ambición desmedida por el dinero, el lujo, los bienes materiales y de posesión, la ostentación sin freno que los induce conscientes o inconscientes a caer en los actos de corrupción más abyectos (narcotraficantes, contrabandistas, lavadores de dinero, etc.), todo en contra del erario, cuyos recursos deben cuidarse y solo ser empleados en educación, salud, trabajo y todo aquello que sea para el bien común.
Cuando la corrupción invade espacios más allá de los politiqueros, vale decir, cuando se generaliza en todos los sectores sociales, la situación se torna grave, de mucha gravedad.
Porque entonces, en todas partes, la lucha fuera de control se torna encarnizada: por un mendrugo lo mismo que por una embajada, por un empleo de guardián de plaza o comercio como por una dirección de establecimiento científico, por la dote de una joven burguesa como por la conquista de una herencia, por un buen local en una feria lo mismo que por una ventajosa expropiación.
Estamos asistiendo lamentablemente a una sociedad de farsantes y de hipócritas que empuja de alguna manera al individuo a engañar a sus semejantes. Las instituciones, los poderes públicos (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), así como los altos mandos de seguridad, policíacos y militares, empresarios, servidores públicos, trabajadores comunes, etcétera. Todo lo dice: ¡Miente y simula!; él simula y miente.
La culpa es de una moral social que tiene sus bases en la mentira; la educación está envenenada por ella; la tolerancia general, especialmente de las autoridades también corruptas, agrava en cada uno esta triste aptitud de engañar para vivir de algún modo.
Finalmente, en las sociedades humanas, la lucha por la vida reviste múltiples aspectos individuales y colectivos; a cada forma de lucha, el hombre adapta maneras especiales de simulación y disimulación. Existe un franco paralelismo entre las formas de lucha y las simulaciones correspondientes.
Para el común de los hombres, "saber vivir" equivale a "saber simular"; solo algunos individuos superiores, dotados de especiales condiciones para la lucha por una mejor calidad de vida decente, de cooperación mutua, de solidaridad, de humanidad.
He ahí la labor de la escuela, la tarea de una educación bien planificada para formar más que profesionales y técnicos, al hombre y la mujer integral.
Pedagogo, escritor, diplomático.
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