Las estudiantes y los adultos
Publicado 2006/05/23 23:00:00
Si en el clásico de la novela romántica latinoamericana del siglo XIX, Efraín, un hombre hecho y derecho, hubiera enamorado en nuestros días a María, una niña de sólo quince años, ya estaría preso; y Jorge Isaac, su autor, habría sido tachado de depravado. Nuestras abuelas de los años 50 conseguían pareja a temprana edad y forjaban familias más sólidas que en nuestros días.
La forma usual en los pueblos del interior, de forzar el consentimiento de unos padres renuentes, era escaparse. Al cabo de los días, regresaban o eran encontrados en algún rincón, luego de lo cual venía el matrimonio o una unión duradera. El acontecimiento sería recordado como una aventura romántica por generaciones de su descendencia.
Pero en nuestros días, los valores se han deteriorado y, de la explosiva liberación de la mujer de los años 60, ha surgido la necesidad de proteger a las adolescentes, para que no se sumen prematuramente a la corriente. A todo esto, los varones hacen su agosto, extendiendo sus redes, sin mayor esfuerzo, ni la responsabilidad de antaño. Nunca el machismo fue más fuerte, ahora sin el honor, la palabra de hombre y el amor, de los tiempos idos.
El que unas estudiantes y sus acompañantes adultos hayan sido encontrados en un hotel de ocasión, nada nuevo muestra. Es un problema viejo que, como sociedad, nunca quisimos enfrentar. Aquí no hay lugares de diversión exclusivamente para jóvenes; y éstos se ven forzados a interactuar con adultos, con los consiguientes riesgos.
Cuando preguntaron al padre de Mónica Lewinsky sobre la relación de su hija con el presidente Clinton, dijo que lo odiaba, porque había abusado y sacado ventaja de su experiencia, su posición y sus años. De eso se trata. De jóvenes cuyo discernimiento es incipiente y su estabilidad emocional volátil, por lo que requieren de tutela.
Claro, todas las personas no son iguales. Y a la par que hay jóvenes muy maduros, existen adultos que no crecen. Hubo un laureado cineasta italiano juzgado en Estados Unidos por seducir a una menor, quien retó a sus jueces a comprobar que su joven pareja era más mujer que cualquiera. Pero la ley no distingue y, en su silencio, el juez debe ser sabio para juzgar cada caso. No siempre es fácil distinguir al seductor y al seducido. Y si bien el adulto puede ser un criminal objetivo, los jóvenes no siempre son mansas palomas. Debe determinarse la responsabilidad de cada quien, en vez de presumir de antemano la condición de víctima o victimario. Que no vuelva a decirse que los menores no son homicidas, aunque maten.
La forma usual en los pueblos del interior, de forzar el consentimiento de unos padres renuentes, era escaparse. Al cabo de los días, regresaban o eran encontrados en algún rincón, luego de lo cual venía el matrimonio o una unión duradera. El acontecimiento sería recordado como una aventura romántica por generaciones de su descendencia.
Pero en nuestros días, los valores se han deteriorado y, de la explosiva liberación de la mujer de los años 60, ha surgido la necesidad de proteger a las adolescentes, para que no se sumen prematuramente a la corriente. A todo esto, los varones hacen su agosto, extendiendo sus redes, sin mayor esfuerzo, ni la responsabilidad de antaño. Nunca el machismo fue más fuerte, ahora sin el honor, la palabra de hombre y el amor, de los tiempos idos.
El que unas estudiantes y sus acompañantes adultos hayan sido encontrados en un hotel de ocasión, nada nuevo muestra. Es un problema viejo que, como sociedad, nunca quisimos enfrentar. Aquí no hay lugares de diversión exclusivamente para jóvenes; y éstos se ven forzados a interactuar con adultos, con los consiguientes riesgos.
Cuando preguntaron al padre de Mónica Lewinsky sobre la relación de su hija con el presidente Clinton, dijo que lo odiaba, porque había abusado y sacado ventaja de su experiencia, su posición y sus años. De eso se trata. De jóvenes cuyo discernimiento es incipiente y su estabilidad emocional volátil, por lo que requieren de tutela.
Claro, todas las personas no son iguales. Y a la par que hay jóvenes muy maduros, existen adultos que no crecen. Hubo un laureado cineasta italiano juzgado en Estados Unidos por seducir a una menor, quien retó a sus jueces a comprobar que su joven pareja era más mujer que cualquiera. Pero la ley no distingue y, en su silencio, el juez debe ser sabio para juzgar cada caso. No siempre es fácil distinguir al seductor y al seducido. Y si bien el adulto puede ser un criminal objetivo, los jóvenes no siempre son mansas palomas. Debe determinarse la responsabilidad de cada quien, en vez de presumir de antemano la condición de víctima o victimario. Que no vuelva a decirse que los menores no son homicidas, aunque maten.
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