Las pandillas juveniles
Publicado 2000/03/13 00:00:00
La decisión del Ministerio Público de abrir una investigación sobre las pandillas juveniles que son responsables de varios asaltos y crímenes constituye un paso necesario en el camino para lograr la seguridad ciudadana, pero no va a resolver este grave problema que se ha convertido en un dolor de cabeza para la sociedad de nuestro tiempo. Existen razones muy poderosas que invaden el campo de la familia como causa de este mal, y sin penetrar en ellas, será muy difícil erradicar de nuestras calles esta asociación que, en la mayoría de las veces, genera violencia y delito.
Los pandilleros caracterizados por sus tatuajes, vestuario y joyería excesiva, rompiendo reglas familiares y sociales, desarrollando una vocación enfermiza por la privacidad y el secreto, ofrecen un caldo de cultivo fértil para el alcohol y la droga que conduce a la delincuencia. En su forma de comportamiento social diferente se alejan del ambiente familiar asociándose con elementos indeseables en fiestas donde comparten su lenguaje peculiar de signos indescifrables e inclinaciones hacia el delito.
Cada miembro de una pandilla puede responder a un motivo diferente para formar parte de estos grupos. Algunos buscan poder y respeto, otros son atraídos por mujeres y drogas, y los hay que encuentran entre sus amigotes las expresiones de cariño que nunca tuvieron en el hogar. Es frecuente que el dinero para comprar droga y la búsqueda de protección para enfrentar, en la gran mayoría de los casos, a otros pandilleros puedan ser también poderosas razones para afiliarse en una relación que termina en el uso de armas, actividades ilegales, venganzas y muy probablemente la cárcel o la muerte.
Está bien claro que a las autoridades del orden público les corresponde un papel investigador y represivo frente a esta situación, pero tratándose de menores no parece que conseguirán su propósito sin la acción decidida de los padres de familia que deben rescatar su posición como responsables directos de la educación de los hijos. Tenemos que prestar atención a los jóvenes, involucrarnos en sus actividades, establecer reglas de comportamiento en el hogar con límites consistentes y justos, desarrollar sanos hábitos de estudio, respetar sus sentimientos, vigilar posibles amigos que constituyen influencias negativas, y desarrollar en ellos un sentimiento de autoestima.
La familia es la célula de nuestra sociedad y de ella depende el destino de las futuras generaciones. Si se abandona a los hijos dando la espalda a sus problemas, especialmente durante la adolescencia, no es extraño que tengamos que lamentarnos más tarde viéndolos desperdiciar su futuro tras las rejas de una prisión, o perder la vida en cualquier enfrentamiento callejero. Debemos rescatar la familia y sus valores si queremos realmente borrar de la sociedad la existencia de pandillas juveniles asociadas para la violencia y el mal.
Los pandilleros caracterizados por sus tatuajes, vestuario y joyería excesiva, rompiendo reglas familiares y sociales, desarrollando una vocación enfermiza por la privacidad y el secreto, ofrecen un caldo de cultivo fértil para el alcohol y la droga que conduce a la delincuencia. En su forma de comportamiento social diferente se alejan del ambiente familiar asociándose con elementos indeseables en fiestas donde comparten su lenguaje peculiar de signos indescifrables e inclinaciones hacia el delito.
Cada miembro de una pandilla puede responder a un motivo diferente para formar parte de estos grupos. Algunos buscan poder y respeto, otros son atraídos por mujeres y drogas, y los hay que encuentran entre sus amigotes las expresiones de cariño que nunca tuvieron en el hogar. Es frecuente que el dinero para comprar droga y la búsqueda de protección para enfrentar, en la gran mayoría de los casos, a otros pandilleros puedan ser también poderosas razones para afiliarse en una relación que termina en el uso de armas, actividades ilegales, venganzas y muy probablemente la cárcel o la muerte.
Está bien claro que a las autoridades del orden público les corresponde un papel investigador y represivo frente a esta situación, pero tratándose de menores no parece que conseguirán su propósito sin la acción decidida de los padres de familia que deben rescatar su posición como responsables directos de la educación de los hijos. Tenemos que prestar atención a los jóvenes, involucrarnos en sus actividades, establecer reglas de comportamiento en el hogar con límites consistentes y justos, desarrollar sanos hábitos de estudio, respetar sus sentimientos, vigilar posibles amigos que constituyen influencias negativas, y desarrollar en ellos un sentimiento de autoestima.
La familia es la célula de nuestra sociedad y de ella depende el destino de las futuras generaciones. Si se abandona a los hijos dando la espalda a sus problemas, especialmente durante la adolescencia, no es extraño que tengamos que lamentarnos más tarde viéndolos desperdiciar su futuro tras las rejas de una prisión, o perder la vida en cualquier enfrentamiento callejero. Debemos rescatar la familia y sus valores si queremos realmente borrar de la sociedad la existencia de pandillas juveniles asociadas para la violencia y el mal.
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