A mano alzada
La sinceridad de la maleza del campo acompaña al explorador valiente en la noche a la intemperie.
A mano alzada
La sinceridad de la maleza del campo acompaña al explorador valiente en la noche a la intemperie. Se recompone el espíritu del amordazado al oler las habas de la libertad. Las semillas de la vanidad se esconden detrás de las pupilas de los seguidores de la fama. No lo entendemos, pero nuestro amor va más allá de los latidos de un corazón flechado. Podemos deshacernos del escombro del fracaso, pero las cicatrices de la batalla no se borran con el vino de una nueva mañana.
Qué es el arte más que la repetición de lo común, una mezcolanza de sentidos anodinos recompuestos en una bandeja dorada. ¿Para quién bailan los pájaros al volar en la cima de las nubes?, ¿a quién dedican sus cantos?, porque la naturaleza es la viva imagen de un sueño que se refleja en los actos de los seres más sencillos.
Lo imposible existe solo en los límites definidos por nuestra cordura y los sueños son pizcas de locura que escapa de nosotros. Con el balance de gases para seguir rindiendo debajo de las extenuantes expectativas de un mundo convulso y receloso de la mediocridad. Un mundo mediocre que no permite que germinen más que adeptos a su estilo de juego. La posesión de la materia, además de una mentira mal contada, precisa de una psique clara que pueda darle valor al vacío. La música aún retumba en el pasado de un mañana prisionero. La melodiosa sonata de la imaginación más perversa, el dulce gusto de una promesa encadenada a una mentira.
Las vísceras putrefactas de un macabro festín son las migajas de las que se alimentan las sanguijuelas escondidas entre los matorrales. Preferir la muerte antes que ser esclavo de una mera repetición de uno mismo es la daga que desangra al alma.
A veces, los árboles esconden al bosque. A veces, el bosque no nos deja de ver la montaña. A veces, son las montañas las que ocultan la luz que señala la calma que trae la brisa marina. En ella, las plumas se deslizan, patinando hacia el amanecer. Son las sombras de ellas mismas, los reflejos que ondean sobre la mar, olas de pasión que destrozan los barcos invasores. Espejos que paralizan al tiempo, fotografías de una probabilidad, matemáticas dadas vuelta.
A ese pequeño y andrógino sentimiento que aparece con las caricias, el pesar de un abandono, el daño que hace un 'te quiero', pero solo para ti. Es una droga, un antídoto, es un suero, una maravilla. Basura para los que no lo tienen, preciado tesoro para los que ya lo tuvieron, una comodidad para aquellos que son prisioneros de él y una realidad para todos los que estamos de pie al borde del cañón.
Una mirada al horizonte, un parpadeo de desesperación, el amargo último trago y, al final, es solo un pequeño empujón de esperanza. Pocos son los que, en el más absorto estado de alienación, soportan los embistes de la rabia de Eolo, negándose a volar más allá de las nubes y abrasar sus finas alas bajo el imponente poder del sol.
Pocos, muy pocos, sobreviven a la esquizofrénica manía de la fama y del poder. El embriagante sabor del caviar, las delicadas burbujas del cava, los hipnóticos destellos del oro, la pura fantasía de los diamantes o el pesado conformismo del dinero son tóxicos inhibidores del sentido común, convirtiendo al más sensato en un adepto más de los vicios.
Queda poco espacio, tal vez menos. Poco lugar para seguir, poca tierra para crecer. Es menester concluir de manera rauda con la degradación de, tal vez, la última palabra.