Marcos Alarcón: El amigo, el maestro, el dirigente
Publicado 2003/02/19 00:00:00
- José Pothá R.
Este 19 de febrero se cumple un mes del sensible fallecimiento de Marcos Alarcón y quiero ofrendarle unas líneas. Marcos nació en La Palma, provincia de Darién; un pueblo de vida apacible, de gente humilde y trabajadora situado a orillas del río Tuira. Marcos acuñó en su personalidad esa virtud: la humildad. Y nos dejó algunos testimonios de su vida a los que he de referirme hoy.
Fuimos compañeros de estudios desde la escuela primaria hasta finalizar la secundaria y luego trabajamos como maestros en nuestra querida provincia. Nuestra amistad quedó sellada por esta circunstancia, por las inquietudes comunes y por los valores -para mí, hoy por hoy insustituibles- en que nos formaron nuestros respectivos padres y grandes educadores de esa época como Alejandro Castillo en el Primer Ciclo, y en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, la señorita Berta Arango con su lúcida y firme dirección.
Recién egresado de la Normal de Santiago, Marcos fue a trabajar al Darién y lo hizo en diferentes comunidades de esa provincia como Jaqué, Garachiné, Punta Patiño y Yaviza, que yo recuerde.
Por aquella época, viajar desde la capital hasta esos lugares apartados constituía una verdadera odisea. La única vía posible era la marítima y la garantía de llegar hasta el lugar de destino dependía del tiempo y la pericia de los capitanes y de los pilotos de los pequeños barcos de cabotaje que hacían la travesía.
Hay que destacar que, pese a esas circunstancias adversas, los educadores de aquel tiempo no nos resistíamos a trabajar en los lugares apartados del país, ni estábamos poseídos por la avidez de traslado que observamos hoy para ingresar en la Universidad y "acumular puntos", como se dice ahora. Precisamente, sobre este tema giró la última conversación que sostuvimos, ya él en su lecho de enfermo.
¿Por qué es tan diferente el educador de hoy al de ayer? El amor al territorio que nos vio nacer y la filosofía de servicio en que nos formó la Normal, eran estímulos suficientes para entregarnos con ardor patriótico a la obra que teníamos por delante.
Los educadores que laboran en esas zonas apartadas actualmente, son transportados en avión y en carros por el Ministerio de Educación y reciben una compensación económica adicional a su salario.
Marcos tuvo criterio desde muy temprana edad; para ese tiempo en su personalidad se perfilaba ya el hombre rebelde, el luchador que habría de escribir una página imperecedera en la historia del movimiento gremialista de Panamá. Recuerdo que siendo sus maestras Edda y Chita, su hermana y su tía en segundo y quinto grados respectivamente, él protestaba cuando consideraba que ellas cometían una injusticia.
Para los años setenta cuando se trató de implantar la Reforma Educativa, el maestro Alarcón protestó. Por la naturaleza misma de su personalidad y por su formación, Marcos, como otros educadores, no podía aceptar sus postulados; no podía aceptar como representativas del pensar y del querer de la mayoría, ideas, medias verdades, hechos y principios amañados que contradecían la idiosincrasia y los valores fundamentales del pueblo panameño.
En las peores circunstancias y riesgos iniciamos la lucha en el Magisterio Panameño Unido bajo la coordinación de la profesora Leonarda Regis y posteriormente, organizamos el Movimiento de Maestros Independientes Auténticos, del cual fue su máximo dirigente.
Junto con la Asociación de Profesores, la Asociación de Colegios particulares, la Asociación de Educadores del IPHE, las Asociaciones de Médicos y del pueblo que nos apoyó, dimos la batalla que dio al traste con la Reforma Educativa.
Marcos fue un hombre de palabra firme, un verdadero estratega que jamás dudó de nuestra fuerza; nunca dio muestras de cansancio aún en los momentos más difíciles. Y con tal actitud enfrentó la larga enfermedad que lo aquejó. Con una fe robusta, con resignación cristiana y sin sobresaltos esperó la hora final.
Marcos Alarcón, el maestro luchador que he descrito, fue de los hombres que renunció a lo útil por lo honrado. Con palabras de Anatole France, el eminente pensador francés, yo diría -si es que asumimos esos superlativos- que Marcos fue por sus ejecutorias como dirigente un momento de la conciencia nacional.
Fuimos compañeros de estudios desde la escuela primaria hasta finalizar la secundaria y luego trabajamos como maestros en nuestra querida provincia. Nuestra amistad quedó sellada por esta circunstancia, por las inquietudes comunes y por los valores -para mí, hoy por hoy insustituibles- en que nos formaron nuestros respectivos padres y grandes educadores de esa época como Alejandro Castillo en el Primer Ciclo, y en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, la señorita Berta Arango con su lúcida y firme dirección.
Recién egresado de la Normal de Santiago, Marcos fue a trabajar al Darién y lo hizo en diferentes comunidades de esa provincia como Jaqué, Garachiné, Punta Patiño y Yaviza, que yo recuerde.
Por aquella época, viajar desde la capital hasta esos lugares apartados constituía una verdadera odisea. La única vía posible era la marítima y la garantía de llegar hasta el lugar de destino dependía del tiempo y la pericia de los capitanes y de los pilotos de los pequeños barcos de cabotaje que hacían la travesía.
Hay que destacar que, pese a esas circunstancias adversas, los educadores de aquel tiempo no nos resistíamos a trabajar en los lugares apartados del país, ni estábamos poseídos por la avidez de traslado que observamos hoy para ingresar en la Universidad y "acumular puntos", como se dice ahora. Precisamente, sobre este tema giró la última conversación que sostuvimos, ya él en su lecho de enfermo.
¿Por qué es tan diferente el educador de hoy al de ayer? El amor al territorio que nos vio nacer y la filosofía de servicio en que nos formó la Normal, eran estímulos suficientes para entregarnos con ardor patriótico a la obra que teníamos por delante.
Los educadores que laboran en esas zonas apartadas actualmente, son transportados en avión y en carros por el Ministerio de Educación y reciben una compensación económica adicional a su salario.
Marcos tuvo criterio desde muy temprana edad; para ese tiempo en su personalidad se perfilaba ya el hombre rebelde, el luchador que habría de escribir una página imperecedera en la historia del movimiento gremialista de Panamá. Recuerdo que siendo sus maestras Edda y Chita, su hermana y su tía en segundo y quinto grados respectivamente, él protestaba cuando consideraba que ellas cometían una injusticia.
Para los años setenta cuando se trató de implantar la Reforma Educativa, el maestro Alarcón protestó. Por la naturaleza misma de su personalidad y por su formación, Marcos, como otros educadores, no podía aceptar sus postulados; no podía aceptar como representativas del pensar y del querer de la mayoría, ideas, medias verdades, hechos y principios amañados que contradecían la idiosincrasia y los valores fundamentales del pueblo panameño.
En las peores circunstancias y riesgos iniciamos la lucha en el Magisterio Panameño Unido bajo la coordinación de la profesora Leonarda Regis y posteriormente, organizamos el Movimiento de Maestros Independientes Auténticos, del cual fue su máximo dirigente.
Junto con la Asociación de Profesores, la Asociación de Colegios particulares, la Asociación de Educadores del IPHE, las Asociaciones de Médicos y del pueblo que nos apoyó, dimos la batalla que dio al traste con la Reforma Educativa.
Marcos fue un hombre de palabra firme, un verdadero estratega que jamás dudó de nuestra fuerza; nunca dio muestras de cansancio aún en los momentos más difíciles. Y con tal actitud enfrentó la larga enfermedad que lo aquejó. Con una fe robusta, con resignación cristiana y sin sobresaltos esperó la hora final.
Marcos Alarcón, el maestro luchador que he descrito, fue de los hombres que renunció a lo útil por lo honrado. Con palabras de Anatole France, el eminente pensador francés, yo diría -si es que asumimos esos superlativos- que Marcos fue por sus ejecutorias como dirigente un momento de la conciencia nacional.
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