Me niego a ser absorbido
- Víctor Corcoba Herrero (opinion@epasa.com)
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Desde tiempos pretéritos, las diversas sociedades conocen el fenómeno del sometimiento del ser humano por el poder, aunque este fuese corrupto y no tuviese corazón. Algo tan básico como dejar vivir, resulta que lo hemos convertido en una adquisición de mercado, pues si antes se establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, resulta que ahora se comercia como jamás con vidas humanas. Ahí están las alarmantes estadísticas de la explotación sexual, las peores formas del trabajo del niño, el matrimonio forzado y la venta de esposas, el tráfico de órganos, la servidumbre por deudas, el reclutamiento forzoso de niños para utilizarlos en conflictos armados, por citar algunas de las más repetitivas sumisiones.
Me niego a ser absorbido por cualquier poder que, con tintes de mercado, lo intenten comprar todo. Desde luego, el derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a dependencia inhumana está reconocido en la legislación internacional como norma universal inderogable. También, ya en su tiempo, lo advirtió el célebre escritor británico William Shakespeare (1564-1616): "Si el dinero va delante, todos los caminos se abren". En consecuencia, pienso que está bien avivar el Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición, cuyo día internacional es el 23 de agosto, ya no solo por lo que representó para nuestra historia como elemento capital de la lucha contra el racismo, sino también por el respeto de los derechos humanos.
En ocasiones, la desmemoria nos asiste y rehuimos evocar sin reflexión alguna, que la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, fue cuando empezó en Saint-Domingue, hoy Haití, la rebelión que iba a conducir a la abolición de la trata transatlántica de esclavos. Resulta muy saludable traer al presente la memoria de la Trata de Esclavos y de su Abolición, una tragedia que fue por mucho tiempo escondida o no reconocida, de modo que se ponga este recuerdo en el lugar apropiado de la conciencia humana.
El afamado filósofo y escritor indio Rabindranath Tagore (1861-1941) agradecía no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas. Sea como fuere, nos asiste la razón, yo también prefiero no ser nada, antes que ser propiedad de alguien. Más vale ser un superviviente con dignidad que un indigno viviente oprimido con la esclavitud más denigrante, como es la de ser cautivo de uno mismo. Ante esta realidad de sumisión, convendría recordar la hazaña del ruiseñor, negándose a anidar en la jaula, para que el vasallaje no sea el destino de su descendencia. Al fin y al cabo, uno no debe nunca consentir doblegarse cuando siente el impulso de levantar el vuelo.
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