No eres cualquier cosa
- Mons. Rómulo Emiliani cmf.
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La sociedad actual te mide por tu dinero, tu apellido, por tus grados académicos, triunfos profesionales, o por tu apariencia física. Hay un escalafón de clasificación social que hace que te traten de una forma u otra. A más dinero, (no importa cómo se consiga), más vales. A más títulos universitarios o fama en el deporte, o apellido rimbombante o presencia física, más eres para el mundo. Esas medidas atentan contra la dignidad humana. Irrespetan la esencia sagrada del ser humano, el ser creado a imagen y semejanza divina. Son un auténtico atentado contra el culmen de la creación que es el ser humano. Son una infernal manera de manipular el aprecio y el respeto que se merece toda persona por su dignidad. Es en el fondo un ataque certero de las tinieblas para provocar el surgimiento de las castas y elites de la sociedad en todos los tiempos. Es una manera de separar, dividir, crear mundos y submundos donde el desprecio y el atropello de los no considerados para pertenecer al club los "elegidos" son marginados, despreciados, rechazados de los privilegios que la sociedad da a los afortunados. Desde la venia de inclinación profunda a los saludos reverenciales, hasta dar los primeros puestos en los banquetes y ceremonias de cualquier clase a los privilegiados, hasta inventar títulos que resalten la magnificencia de algunos, y luego proporcionar beneficios generalmente injustos, mal repartidos por ser de una casta determinada, el mundo ha girado sobre su propio egoísmo idolatrando personas, cargos, creando y manteniendo barreras que nadie puede saltar.
Y vivimos metidos en esta burbuja de cristal ficticia, superficial y discriminatoria que nos hace ver la realidad de esa manera. Y así vemos a la persona con un defecto físico notorio como inferior a la sana, elegante y ágil. Y vemos al campesino con su sombrero de paja, su pantalón desgastado y alpargatas, como menos que el que anda en un carro último modelo, con ropa elegante y grandes propiedades. Estamos aprisionados en una visión distorsionada de la realidad.
Aceptamos y discriminamos a las personas por las apariencias y eso es injusto, inhumano y ofende a Dios.
Pero desde el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo todos somos iguales a los ojos de Dios. El único que está por encima de nosotros es Dios. El Señor al crearnos hizo como un gran pintor: te pintó a ti viéndose a sí mismo. El modelo que tomó para pintar ese hermoso cuadro que eres tú fue él mismo. Tú eres una versión humana, limitada, terrena del mismo Dios. Y así todos somos un hermoso, único y original cuadro pintado por el mismo Dios. Gloria a Él.
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