Panamá, la de Pedrarias -480
Publicado 1999/08/13 23:00:00
- Dr. Alberto Osorio Osorio
La ciudad de Panamá que nace en 1519, es indiscutiblemente hija de Pedrarias Dávila y de la Mar Austral. Si únicamente sopesamos la feliz decisión de trasladar la capital del Reino de Castilla del Oro al depauperado villorio indígena, es de por si una odisea, una temeridad y una proyección inusitada.
Sin embargo, para Pedrarias no hay calles que lleven su nombre, placas que inmortalicen su recuerdo, monedas que conserven su adusta efigie, monumento que perpetúe su hazaña fundadora.
Por causa de la leyenda negra que se empeña en vilipendiar su nombre, apenas se menciona al gran segoviano, casi a hurtadillas, como si el fantasma de Don Vasco se hubiese encargado de clamar venganza a través de los siglos, convirtiendo a Pedrarias en uno más de los "non gratos" de la historia nacional y universal.
Es hora ya de que despejemos las brumas mal intencionadas que han insistido en denostar al Gran Justador imputándole el ajusticiamiento de una "inocente víctima" de sus caprichos y odios inconfesables a lo cual se añade el ingrediente poco aceptable del siglo XVI, su ancestro judío.
Así, judío y malo vendrían a ser los componentes de un siniestro binomio que en él encuentran acabamiento y personificación.
Es cierto, Pedrarias es el producto híbrido de dos grandes fe que en España habían convivido por centurias: judaísmo y cristianismo, religiones constructoras de una excepcional civilización con características muy particulares que hacen de Iberia el solar donde se encontraron las creencias y culturas que desde entonces marcaron su porvenir.
En el caso concreto de los Arias Dávila, castellanos y segovianos por más señas, hay abuelas estrictamente sefardíes, judías de rancios linajes, uno de cuyos vástagos el Obispo Juan de ¡vila, fue acusado en su propia catedral de ser descendiente de judaizantes, gente poco segura en cosas tocantes a la fe cristiana.
Pedrarias no fue caso excepcional en su genealogía. En la nómina hemos de incluir a Teresa de ¡vila, Luis de León, Sem Tov de Carrión y una muchedumbre incontable de gente menuda en una España que lenta y difícilmente está saliendo de la Edad Media.
Los méritos de Pedrarias eran simplemente extraordinarios cuando la Corona decide enviarlo por Gobernador a Panamá. Por entonces, el hombre llevaba a cuestas 74 años. Nada había doblegado su carácter ni su cuerpo. Vino al Istmo al frente de una brillante armada, con soldados y clérigos, con órdenes precisas de poblar y poner orden, con arrestos suficientes para seguir prestando señalados servicios a sus señores los Reyes, en este caso, Fernando de Aragón, el Católico.
Pedrarias es quien envía a sus subalternos a reconocer el nuevo océano recién descubierto, unas expediciones que irán hasta Nicaragua y toda la costa de Veraguas y el actual Chiriquí, una empresa titánica para los medios de transporte en el alba del siglo XVI.
Es Pedrarias quien decide fundar una "ciudad" que no pasaría de pocos bohíos el 15 de agosto de 1519, casi en la playa, castellanizando y cristianizando el paraje sobre el cual se asentaba, quién sabe desde cuándo, una aldea de pescadores cuyos vestigios están siendo encontrados en las recientes excavaciones arqueológicas de Panamá Viejo.
Pedrarias imprimió a la nueva fundación un ímpetu fuera de serie. Renacerá dos veces, como si el temple de su fundador velara desde la eternidad para que la ciudad cumpliera el papel de epicentro de las conquistas, punto estratégico del comercio de Indias, mercado universal, nudo de las coordenadas geográficas desde y hacia Europa, centro de la red mercante que ya se prolonga por cuatro siglos, capital de la Nación panameña, atractivo para hombres de todas las razas, idiomas y culturas.
Panamá, la de Pedrarias Dávila que cumple 480 años de desempeñar hoy como el primer día, un papel que ponderaron los cronistas, que apetecieron las potencias de turno, que se asoma al siglo XXI afianzando su identidad y recuperando la escalera acuática que es el Canal. ¿Cuándo harán los historiadores propios y foráneos justicia al nombre de Pedro Arias de ¡vila, a su visual que el paso del tiempo ha confirmado, al anciano decisivo a quien todo el Istmo debe su existencia? Esto último no es una afirmación temeraria. En sus escritos, Belisario Porras señala que Panamá es hija del Océano Pacífico y que durante más de trescientos años, las principales comunidades echaron raíces en las sabanas inmensas que bañan las aguas del Mar de Balboa y de Pedrarias.
Es imperioso disipar los velos del tiempo, admitir que hubo facetas negativas en el hombre Pedrarias, pero simultáneamente "limpiar" su imagen con estudios críticos serios y de onda metodología histórica.
Lograremos de esta suerte encontrar un Pedrarias con virtudes y defectos como lo fueron sus contemporáneos y lo somos los hombres de este tiempo.
Detractores y defensores coincidirán en reconocerle la gloria indiscutible de haber concebido una ciudad, la primera Panamá, primer asentamiento hispánico en la vertiente del Océano Pacífico.
En realidad, la urbe panameña es el mejor monumento que pueda ser erigido a su recuerdo de fiel Gobernador, valeroso conquistador y bizarro fundador.
Sin embargo, para Pedrarias no hay calles que lleven su nombre, placas que inmortalicen su recuerdo, monedas que conserven su adusta efigie, monumento que perpetúe su hazaña fundadora.
Por causa de la leyenda negra que se empeña en vilipendiar su nombre, apenas se menciona al gran segoviano, casi a hurtadillas, como si el fantasma de Don Vasco se hubiese encargado de clamar venganza a través de los siglos, convirtiendo a Pedrarias en uno más de los "non gratos" de la historia nacional y universal.
Es hora ya de que despejemos las brumas mal intencionadas que han insistido en denostar al Gran Justador imputándole el ajusticiamiento de una "inocente víctima" de sus caprichos y odios inconfesables a lo cual se añade el ingrediente poco aceptable del siglo XVI, su ancestro judío.
Así, judío y malo vendrían a ser los componentes de un siniestro binomio que en él encuentran acabamiento y personificación.
Es cierto, Pedrarias es el producto híbrido de dos grandes fe que en España habían convivido por centurias: judaísmo y cristianismo, religiones constructoras de una excepcional civilización con características muy particulares que hacen de Iberia el solar donde se encontraron las creencias y culturas que desde entonces marcaron su porvenir.
En el caso concreto de los Arias Dávila, castellanos y segovianos por más señas, hay abuelas estrictamente sefardíes, judías de rancios linajes, uno de cuyos vástagos el Obispo Juan de ¡vila, fue acusado en su propia catedral de ser descendiente de judaizantes, gente poco segura en cosas tocantes a la fe cristiana.
Pedrarias no fue caso excepcional en su genealogía. En la nómina hemos de incluir a Teresa de ¡vila, Luis de León, Sem Tov de Carrión y una muchedumbre incontable de gente menuda en una España que lenta y difícilmente está saliendo de la Edad Media.
Los méritos de Pedrarias eran simplemente extraordinarios cuando la Corona decide enviarlo por Gobernador a Panamá. Por entonces, el hombre llevaba a cuestas 74 años. Nada había doblegado su carácter ni su cuerpo. Vino al Istmo al frente de una brillante armada, con soldados y clérigos, con órdenes precisas de poblar y poner orden, con arrestos suficientes para seguir prestando señalados servicios a sus señores los Reyes, en este caso, Fernando de Aragón, el Católico.
Pedrarias es quien envía a sus subalternos a reconocer el nuevo océano recién descubierto, unas expediciones que irán hasta Nicaragua y toda la costa de Veraguas y el actual Chiriquí, una empresa titánica para los medios de transporte en el alba del siglo XVI.
Es Pedrarias quien decide fundar una "ciudad" que no pasaría de pocos bohíos el 15 de agosto de 1519, casi en la playa, castellanizando y cristianizando el paraje sobre el cual se asentaba, quién sabe desde cuándo, una aldea de pescadores cuyos vestigios están siendo encontrados en las recientes excavaciones arqueológicas de Panamá Viejo.
Pedrarias imprimió a la nueva fundación un ímpetu fuera de serie. Renacerá dos veces, como si el temple de su fundador velara desde la eternidad para que la ciudad cumpliera el papel de epicentro de las conquistas, punto estratégico del comercio de Indias, mercado universal, nudo de las coordenadas geográficas desde y hacia Europa, centro de la red mercante que ya se prolonga por cuatro siglos, capital de la Nación panameña, atractivo para hombres de todas las razas, idiomas y culturas.
Panamá, la de Pedrarias Dávila que cumple 480 años de desempeñar hoy como el primer día, un papel que ponderaron los cronistas, que apetecieron las potencias de turno, que se asoma al siglo XXI afianzando su identidad y recuperando la escalera acuática que es el Canal. ¿Cuándo harán los historiadores propios y foráneos justicia al nombre de Pedro Arias de ¡vila, a su visual que el paso del tiempo ha confirmado, al anciano decisivo a quien todo el Istmo debe su existencia? Esto último no es una afirmación temeraria. En sus escritos, Belisario Porras señala que Panamá es hija del Océano Pacífico y que durante más de trescientos años, las principales comunidades echaron raíces en las sabanas inmensas que bañan las aguas del Mar de Balboa y de Pedrarias.
Es imperioso disipar los velos del tiempo, admitir que hubo facetas negativas en el hombre Pedrarias, pero simultáneamente "limpiar" su imagen con estudios críticos serios y de onda metodología histórica.
Lograremos de esta suerte encontrar un Pedrarias con virtudes y defectos como lo fueron sus contemporáneos y lo somos los hombres de este tiempo.
Detractores y defensores coincidirán en reconocerle la gloria indiscutible de haber concebido una ciudad, la primera Panamá, primer asentamiento hispánico en la vertiente del Océano Pacífico.
En realidad, la urbe panameña es el mejor monumento que pueda ser erigido a su recuerdo de fiel Gobernador, valeroso conquistador y bizarro fundador.
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