Pantomimas de abogados
- Silvio Guerra Morales
Hará cuestión de dos días, estudiantes de Derecho me inquirieron acerca de cómo se aprende el Derecho. Pude advertir en el rostro de ellos incertidumbre y hasta ansiedad, pero convergiendo sus agitadas e inquietas inteligencias hacia una búsqueda del conocimiento jurídico. Les respondí: ¡Estudiando¡ Sí, estudiando¡
Traigo a lugar la anécdota en virtud de la cierta crisis que vislumbro en el ejercicio profesional de la abogacía de mi país. Hay mucho de improvisación y poco de aportación; mucho de mecanicidad y automatismos que bien podrían alcanzar el rango de “clichés”; advierto en las nuevas generaciones de abogados mucho ímpetu pero poco aporte personal al sacrificio de casi infinitos desvelos que exige o demanda el estudio del Derecho que, como bien se sabe, es tanto ciencia como disciplina y arte. No en vano la epistemología lo observa como objeto de ciencia y la ontología lo analiza en su esencia como fenómeno digno de observación y de análisis eidético.
Los muchachos de hoy día quieren ser grandes abogados, famosos letrados, juristas de mucho fuste, pero cuando se les hace un poquito de presión en el ámbito del conocimiento jurídico sucumben, caen, enmudecen, tartamudean y algunos hasta se asisten del improperio o de la violencia verbal al percatarse que no pueden contra argumentar.
“Les aconsejo -dije finalmente a aquellas núbiles mentes que buscan hacerse de un conocimiento jurídico sólido- lean a Hans Kelsen y su Teoría Pura del Derecho; a Ihering y su Lucha por el Derecho; la Introducción al Estudio del Derecho de Villoro Torranzo; la de Eduardo García Máynez; Las Miserias del Proceso Penal de Carnelutti; El Alma de la Toga de Ángel Osorio, entre tantos otros libros que forman y fortalecen la vocación para ser abogado y le dan lustre al espíritu del hombre o de la mujer que ama el Derecho y que profesa un alto sentido de la Justicia”.
No podemos pretender que los muchachos que quieren ser abogados, lleguen a serlo a través, tan solo de la enseñanza, a veces hasta superficial, del Derecho Positivo -nuestro orden jurídico- sino que se impone dotarlos del sentimiento puro del Derecho; sembrar en sus mentes, a veces hasta revolucionarias, la suficiente dosis de la moral jurídica, tomarlos de la mano y brindarles un paseo por los albores de la Filosofía del Derecho.
Si a los muchachos tan solamente les damos la Ley, ¡qué peligro¡. Advierto que corren éstos un grande riesgo y es que mañana, cuando ésta sea derogada o modificada, dejen de ser abogados o simplemente, como lo advertía el célebre procesalista uruguayo D. Eduardo J. Couture, “cada día sean menos abogados”.
¡Nuevas generaciones de abogados! Os exhorto al estudio fecundo, a estudiar sin fatiga alguna, a ser, como otrora lo fueron brillantes compatriotas que llegaron a convertirse en verdaderos maestros del Derecho; o para llegar a ser, como en el presente aún subsisten, abogados que bebieron el néctar fecundo de la sabiduría jurídica de esos émulos del Derecho Nacional.
Mientras el verbo siga siendo la principal herramienta de la civilización comunicante, los abogados tendremos un meritorio y bien ganado espacio. Toca a cada uno de nosotros hacerlo valer y respetar con sabiduría y prudencia.
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