Análisis
Pobreza, hambre, desempleo y desorden
Me veo también camino a la escuela de Manaca Civil. Un camino largo, chocolate, tratando de dar un paso hacia adelante entre tanto luchaba para sacar mis piernas enterradas en el lodazal.
- Silvio Guerra Morales
- /
- [email protected]
- /
- - Publicado: 25/5/2018 - 12:00 am
Cuando me preguntan si soy chiricano o chorrerano, contesto: chiricano y chorrerano. Y es porque, sinceramente, así lo siento. Nací en la provincia del Valle de la Luna y vivimos, en la infancia, en poblados como Gariché y Manaca Civil. Increíble, pero tengo recuerdos de la infancia que se remontan como a los tres años de edad. Mi madre se sorprende y me increpa diciéndome que cómo es posible que pueda acordarme de situaciones que se dieron siendo yo apenas un niño tan pequeño. Bueno, los recuerdos se graban en la memoria, con mayor o menor intensidad, dependiendo cuán grande o intenso es el momento que te toca vivir. Después de los siete años, todas mis vivencias pertenecen a la Gran Chorrera de Tomas Martín Feuillet, Moisés Castillo Ocaña, Hortensio De Icaza, Juanita Ureña, Abdénago Domínguez y tantos otros grandes hombres y mujeres que han salido de ese terruño. La infancia en Chiriquí, la adolescencia y la edad adulta en La Chorrera. Por ello, de ambos lugares tengo los mejores recuerdos. Es una existencia compartida en dos escenarios, cada uno con su impronta imborrable en mi existencia. Los recuerdos, qué decir de ellos. Es como si la memoria guardara archivos en base al grado de importancia, los selecciona y constantemente afloran al pensamiento y nos remontan a hechos y momentos que nunca olvidaremos. Nos vienen a la memoria parajes, personas, anécdotas, situaciones jocosas o tristes, alegrías y amarguras, en fin. Son esos recuerdos los que nos permiten sostener que hemos vivido, con sus pros o contras, pero hemos vivido.
A algunos o a muchos, tal vez, les parecerá, nuestras anécdotas, que son cosas tontas o sin mayor importancia, pero en realidad estimo que debemos respetar el patrimonio de recuerdos de cada persona como algo sagrado. Por eso, cuando alguien se me acerca o entro en diálogos con personas, y me empiezan a relatar sus anécdotas o vivencias personales, procuro escucharlos con atención singular lo que tengan que contarme y sin desatender cada palabra. Miro y remiro sus rostros, algunos ríen, otros concluyen en llanto franco, son encontradas las emociones. Como que las personas cuando cuentan o nos relatan los recuerdos de años pasados hacen que todo ese pasado se les venga encima y sienten, ríen, sufren, lloran, y muestran el lado natural y más humano del ser. No creo que nada ha quedado en el escenario del olvido. Todo está allí, en la memoria, en el disco duro del alma, de los recuerdos mismos. Recordamos lo que queremos, no traemos a la memoria simplemente aquello que no queremos repetir en la habitación de los gratos recuerdos. Personalmente, mis anécdotas, las que más convoco en la sala de mis recuerdos, pertenecen a esa infancia y la adolescencia. En los campos de Gariché, detrás del rancho que mi padre había construido con manos propias, de cañaveral y pencas, vislumbro al niño, al pequeño, desnutrido, enfermizo, victimizado y atormentado por las amebas. Fue el doctor, médico sencillo y campechano, según me contaba mi padre, González Revilla quien dio con la medicina ideal para combatirlas: caldo de poroto cocido sin sal y plátano verde, igual sin sal, majado o machacado. Por dos meses. ¡Santo remedio! Me veo también camino a la escuela de Manaca Civil. Un camino largo, chocolate, tratando de dar un paso hacia adelante entre tanto luchaba para sacar mis piernas enterradas en el lodazal. Al llegar a la escuelita correr hacia la bomba de agua y lavarnos pies, piernas y brazos. Luego a aprender. Las maestras de esa época eran milagrosas: con el librito "Quiero Aprender" y cantando en coros las letras del abecedario y palabras básicas: mamá, papá, escuela, te amo, árbol, etc., y a los dos meses leíamos.
En La Chorrera me veo consciente de todo, luchando contra todo, lleno de vitalidad, de entusiasmo, energías sin límites, estudioso, culto y educado, siempre preocupándome por hacer las cosas bien. Disciplinado y laborioso. Con metas claras por delante, pero entendía que solo Dios y el estudio me permitirían conquistarlas. También me veo hecho un poeta. Aún tengo el librito de poemas que publiqué a los 18 años. Casi toda La Chorrera me lo compró. Los pueblos aplauden a sus hombres y mujeres cuando advierten en ellos esfuerzo, sacrificio y trabajo honesto. Es allí en la Gran Chorrera en donde hice mis primeros seis años como abogado litigante. Serví con fervor y entrega.
Concluyo diciendo: Con la entrega pasada: "Se nos viene el caos encima", de la autoría conjunta entre Ramiro y yo, no hemos dicho mentira alguna, pues una cosa es ver los toros desde la barrera y otra estar con ellos dentro de la barrera. Señor presidente: No vemos el Apocalipsis, pero cierto es que todo el país anda mal, muy mal.
Abogado.
Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.