Roma, Venecia y Kosovo
Publicado 1999/06/23 23:00:00
- David Gallagher
"Esta es una ciudad para gente que aprecia los muebles antiguos", me dice Donatella, una italiana sentada a mi lado en una comida en Roma. "No es como París, donde decidieron redecorar la casa: botaron los muebles antiguos para construir grandes avenidas". Entonces Donatella me habla de Kosovo, tema candente en Italia. "No hay poder más destructivo que la memoria", me dice. "Imagínese cómo estaríamos nosotros si nos acordáramos a cada rato que fulano estuvo con Mussolini, mengano con los comunistas. Nos estaríamos masacrando también".
A primera vista parece paradójico que una romana pondere las antigüedades de su país, mientras critica la prodigiosa memoria de los kosovares. ¿Si es irracional vivir en el pasado, por qué apegarse a muebles antiguos? ¿No sería mejor el borrón y cuenta nueva de un Haussmann? Claro que Donatella distingue entre la memoria política y la memoria arquitectónica. A diferencia de aquellos intelectuales y políticos en Chile que toman la posición opuesta: se lamentan de nuestra falta de memoria histórica, pero no dicen nada cuando los alcaldes y los constructores destruyen magníficos barrios antiguos.
De Roma voy a Venecia. Su belleza siempre sorprende. Según Martin Cullen, es una belleza excesiva: provoca terror y recuerda la muerte. Tal vez por la fuerza casi total de su impacto: toda experiencia que tiende a la totalidad prefigura la única experiencia total que nos espera. Pero la muerte en Venecia se siente también por la cercanía de los Balcanes, por el temor a las bombas tóxicas caídas en el Adriático, por la desagradable sensación, muy viva en una ciudad dedicada a la preservación, de que los políticos tienen el poder para destruir todo en un instante.
En Venecia entiendo la sabiduría romana de Donatella. No es casual, pienso, que las ciudades mejor preservadas, como Roma, Venecia o Praga, estén habitadas por pueblos pacíficos. No lo son por cobardes. Lo son porque privilegian la estética sobre la política, la vida privada sobre la pública. No les importa quién les gobierna, aun cuando sea extranjero, porque creen que todos los gobiernos son malos, y que lo único sensato es ignorarlos. Y se relacionan con el pasado en una forma que le es natural al ser humano: atesoran su belleza, y se olvidan de sus atrocidades, aunque no tanto como para repetirlas.
Donatella, quizás sin saberlo, es una mujer liberal. Al liberal le gusta que la ciudad se forme poco a poco, sin plan maestro, convirtiéndose a través del tiempo en un palimpsesto. El liberal es respetuoso de lo que han hecho sus antepasados porque sabe que ninguna generación puede igualar la obra de 20. Su opuesto, el constructivista, cree saberlo todo y quiere por tanto acumular poder para hacer todo de nuevo. Su interés en el pasado es otro: saquearlo para configurar mitos que le permitan acaparar más poder.
Es lo que hacen los políticos en los Balcanes. En cuanto a aquellos que se quejan de que en Chile no tenemos memoria, intuyo que tampoco les interesa el pasado como tal. Les interesa utilizarlo, interpretarlo, para acumular poder en el presente.
A primera vista parece paradójico que una romana pondere las antigüedades de su país, mientras critica la prodigiosa memoria de los kosovares. ¿Si es irracional vivir en el pasado, por qué apegarse a muebles antiguos? ¿No sería mejor el borrón y cuenta nueva de un Haussmann? Claro que Donatella distingue entre la memoria política y la memoria arquitectónica. A diferencia de aquellos intelectuales y políticos en Chile que toman la posición opuesta: se lamentan de nuestra falta de memoria histórica, pero no dicen nada cuando los alcaldes y los constructores destruyen magníficos barrios antiguos.
De Roma voy a Venecia. Su belleza siempre sorprende. Según Martin Cullen, es una belleza excesiva: provoca terror y recuerda la muerte. Tal vez por la fuerza casi total de su impacto: toda experiencia que tiende a la totalidad prefigura la única experiencia total que nos espera. Pero la muerte en Venecia se siente también por la cercanía de los Balcanes, por el temor a las bombas tóxicas caídas en el Adriático, por la desagradable sensación, muy viva en una ciudad dedicada a la preservación, de que los políticos tienen el poder para destruir todo en un instante.
En Venecia entiendo la sabiduría romana de Donatella. No es casual, pienso, que las ciudades mejor preservadas, como Roma, Venecia o Praga, estén habitadas por pueblos pacíficos. No lo son por cobardes. Lo son porque privilegian la estética sobre la política, la vida privada sobre la pública. No les importa quién les gobierna, aun cuando sea extranjero, porque creen que todos los gobiernos son malos, y que lo único sensato es ignorarlos. Y se relacionan con el pasado en una forma que le es natural al ser humano: atesoran su belleza, y se olvidan de sus atrocidades, aunque no tanto como para repetirlas.
Donatella, quizás sin saberlo, es una mujer liberal. Al liberal le gusta que la ciudad se forme poco a poco, sin plan maestro, convirtiéndose a través del tiempo en un palimpsesto. El liberal es respetuoso de lo que han hecho sus antepasados porque sabe que ninguna generación puede igualar la obra de 20. Su opuesto, el constructivista, cree saberlo todo y quiere por tanto acumular poder para hacer todo de nuevo. Su interés en el pasado es otro: saquearlo para configurar mitos que le permitan acaparar más poder.
Es lo que hacen los políticos en los Balcanes. En cuanto a aquellos que se quejan de que en Chile no tenemos memoria, intuyo que tampoco les interesa el pasado como tal. Les interesa utilizarlo, interpretarlo, para acumular poder en el presente.

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