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Sacudiendo el polvo del zapato

Alguno que otro hay, incluso, que ni siquiera se ha tomado la tarea de ser espectador pasivo de esas realidades, refugiándose en su vida y realidades propias.

Arnulfo Arias | opinion@epasa.com | - Actualizado:

Sacudiendo el polvo del zapato

Cuando se sacudía el polvo de los pies, como dice la Biblia, se pretendía borrar todo vestigio del lugar que uno había visitado. Precisamente eso sucede cuando, al ser testigo de necesidades apremiantes de la población, desviamos la mirada al horizonte, para no acordarnos más de lo que vimos.

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Alguno que otro hay, incluso, que ni siquiera se ha tomado la tarea de ser espectador pasivo de esas realidades, refugiándose en su vida y realidades propias. Por eso, no saben cómo viven, o cómo sobreviven, los más necesitados del país. Desde ese piso alto, buscan entender nuestra nación, sin descender hasta los sótanos del edificio, donde se asientan las columnas que sostienen, a la larga, la estructura entera.

Las situaciones de pobreza, de necesidad, de falta de salud y de atención médica, de educación primaria deficiente, de carencia de medicamentos básicos y agua potable, no es un mito, sino una evidente realidad social. Hoy en día tenemos cientos de miles de estudiantes, por ejemplo, que para ir a la escuela deben caminar kilómetros en trochas que son aptas para animales de carga, pero no para los hombres; que deben cruzar ríos caudalosos, arriesgando sus vidas inocentes, porque esta sociedad y la mayoría de los gobiernos miran hacia el otro lado.

Es como si se tratara de aquella basura que está bajo la cama y que simplemente no se quiere recoger, sino que se acumula más y más en una esquina oscura del piecero. Tarde o temprano esa basura, acumulada por los años, también nos mina la salud. El problema es quién es el primero en sacudirla y en sacarla, levantando el polvo incómodo de tantos años. Son pocos los audaces que se atreven a barrer allí, porque saben que una vez que se comienza no se puede abandonar ya la tarea de que cure males de los más endémicos de nuestra sociedad.

Las ciudades se convierten en refugios en los que se comienzan a olvidar las tristes realidades de los campos. Como si se tratara de una neblina espesa que nadie quiere levantar, así prefiere el citadino próspero a replegarse dentro de una amnesia crónica, que se interrumpe cada vez que lo confrontan niños sin zapatos, casas de zinc, fogones pobres y quemados en los que sólo se cocina la informalidad de la comida diaria, por falta de electricidad, para conservarla, o de trabajo, para comprarla.

El hombre de ciudad, cuyas raíces se remontan a esos campos y a esa vida dura, quiere divorciarse a veces de recuerdos que lo azotan en las pesadillas; quiere alejarse de los golpes incisivos que el hambre y la carencia propinaron, muchas veces, en su juventud. Nada malo hay en prosperar, pero quien prospera sólo, sin ocuparse en los demás, carece de la base para sostener su condición indefinidamente.

Lo mismo que sucede a las personas en su vida individual, sucede a las naciones de manera colectiva. De nada sirve traer hacia la capital de Panamá las empresas que inviertan grandes capitales, si dejamos dentro de los cinturones de pobreza el corazón del interior. Lo que se debe hacer es masificar presencia de las empresas a nivel nacional, incentivándoles a instalarse en esas zonas olvidadas de patria, a cualquier costo. De esa manera evitaremos que la ambición de nuestro interiorano joven se concentre únicamente en prosperar dejando atrás su hogar, y el de sus padres y de sus abuelos.

A veces, ni siquiera encuentra más prosperidad en medio del asfalto, de los ruidos y edificios, de la peste de basura incontrolada y de los vicios que caminan hechos hombres y mujeres que son víctimas de la adicción en esas calles citadinas. Hace algunos días hablábamos a nuestros campesinos sobre esos "apoyos sociales" que, por falta de conocimiento, se pretende erradicar; como aquel apoyo humanitario que se da a familias que deben necesariamente hacer entierro digno de los suyos y carecen de los medios. Sabiamente nos decía uno de los presentes: "¡Tendremos entonces que enterrar los nuestros en hojas de tallo y como Dios los trajo al mundo!".

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