Panamá
Sales morfeicas
- Alonso Correa
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Al dormir, al abrir la puerta a otra realidad, nos salpica la paz de encontrarnos con nosotros mismos, nos arrincona el peso de hallarnos en el reino de nuestra propia materia gris. Esa ballena blanca que destroza nuestra nave y nos empuja hasta el suelo de un oscuro océano.
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La forma más pura de la imaginación. El momento más crudo y precioso del día, el punto más aterrador y temible de la noche. La esencia de la ciencia. La sangre de la filosofía. El manantial infinito de todos los secretos, deseos y verdades de una persona. El segundo más íntimo, el minuto más largo. Es la llave de todos los inventos, el renacimiento del pensamiento. Es vida y muerte al mismo tiempo. Sangre y vino. Agua y fuego. Es la quinta fuerza física, el eslabón perdido, la unión invisible. En él la física, la química, la biología y las matemáticas desaparecen para dar paso a la abstracción. La ciencia y la lógica se tuercen y crean imágenes de sombras y ángeles. Es el premio de un día, el dulce de la noche. Es la puñalada final, el veneno en el caramelo. Los sueños son el espejo de nuestras entrañas, el nacimiento de nuestros instintos, el almíbar que recubre las horas finales del día.
Al dormir, al abrir la puerta a otra realidad, nos salpica la paz de encontrarnos con nosotros mismos, nos arrincona el peso de hallarnos en el reino de nuestra propia materia gris. Esa ballena blanca que destroza nuestra nave y nos empuja hasta el suelo de un oscuro océano. En el fondo, entre los carroñeros y la roña, bajo el peso de toneladas de agua, nos desinhibimos de lo que nos rodea. Encontramos satisfacción en no tener el control, en la paz de la entropía. Es el gusto ácido y alcalino de saber que ya no tendremos que pensar en nuestro próximo movimiento. Es darle rienda suelta al brote de nuestras más ocultas desviaciones, porque sabemos que estamos solos, somos el único testigo de lo que esconde nuestra consciencia. Es la humanidad sin límites, es mover, en el instante más minúsculo, la tela que recubre el horizonte para deslizarnos entre los arroyos de estrellas. Flotando en medio del Olimpo y el Cielo. Salpicar de lágrimas los anillos de Júpiter y firmar en las piedras del Averno nuestras ideas y deseos.
El momento más bello que los ojos del alma han visto se transforma en polvo y les da paso a los serafines del inframundo. Te transportan del sol a la luna y del frío infierno al abrasador magma del Krakatoa. El viaje se tuerce y aparecen las pesadillas. Las garrapatas del miedo desangran la esperanza y la confianza. El temor brota en las gotas de sudor y la salvación huye despavorida de los cañonazos de la artillería del mal. El lado oscuro de la razón hace acto de presencia y obliga al recién nacido a luchar por su vida. Los segundos se hacen eternos y la pregunta de cómo escapar de esta tortura resuena en las gargantas de acero de tu corazón. Conoces el final de la historia, pero el miedo es más fuerte que la razón. Te obliga a esconderte, a desvalijar los objetivos para encontrar una manera de abrir de nuevo la puerta de la realidad, insípida y anodina. Baladí y corriente. La realidad donde estás protegido de la lujuria y de la rabia. Del miedo y de la envidia. De la ira y la desesperación. Sabes que detrás del portal se esconde la insípida vida que conoces. Y si te quedas en esta maraña de irrealidades serás presa de la muerte y de la locura. Y en el instante previo al roce de los largos dedos de la dama de negro, la puerta se abre y logras volver a la mezcla de telas y metales. A un atril de obscenidades de madera y resortes. A la cálida protección de las cuatro paredes de una cárcel en libertad.
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