Se fue el verbo
- Víctor Collado
Nunca crucé palabras con el Dr. Carlos Iván Zúñiga y tampoco le estreché la mano ni en un saludo protocolar. Sin embargo, lo conocí, no él a mí, en la década del 60, cuando las trasmisiones de la Asamblea de Diputados llegaban a las tardes de Chitré por RPC Radio.
Desde entonces no he perdido la costumbre de escuchar los debates parlamentarios, aunque hace buen tiempo éstos perdieron el atractivo de verbos absorbentes como el del Dr. Zúñiga.
No puedo decir si hubo diputados mejores antes que él, pero afirmo, bajo la gravedad del juramento, que, para mi gusto, nadie logró superarlo hasta la fecha de su muerte. Había que oírlo hablar recordando una gesta patriótica, analizando un incidente político o debatiendo un proyecto de Ley. Su voz siempre fue clara, doctoralmente gruesa, calmada y no le faltó el aroma o la consonancia de un poema que, muy probablemente, se le pegó de su esposa.
Su verbo se distinguió entre los buenos. Se enfrentó, entre otros, a las palabras, gota a gota, del legendario Jorge Rubén Rosas, a la oratoria incansable del profesor Rigoberto Paredes, al volumen apabullante de Arnulfo Escalona hasta incluir el discurso desconfiado de Abraham Pretto.
Me hubiese gustado haberlo visto debatir en un audiencia penal, su especialidad, o en un pleito laboral, su oficio habitual como abogado litigante. Empero, pienso que no me perdí mucho, porque en esas Cortes igual debió lucir el mismo verbo incisivo con que me alegraba espiritualmente las tardes en el barrio "Coto".
Le seguí la pista como político organizador, como Rector Magnífico en la Universidad de Panamá y últimamente, como columnista sabatino. En ninguna de esas facetas perdió brillantez y sintiéndose, ya más tarde, liberado de pequeñeces y desde la altura de miras que le daba la cantidad de los años vividos, se dedicó, como el simple maestro que fue o quiso que se le tuviera como tal, a lanzar luces y sembrar ideas para que cualquier otro, en el relevo inevitable, tuviera herramientas para encontrar caminos hacia su propio destino y hacerse sentir en la vida.
Si en la otra vida tuviera la oportunidad de hablarle por primera vez, le reclamaría, con respeto, porqué nos privó a tantos admiradores anónimos del derecho a seguir escuchándole su verbo, por tantos años antes de que su muerte nos dejara huérfanos sin remedio.
Como en el reino político actual la gritería se impone al argumento, la tartamudez oportunista le roba espacio al político decente, y las posiciones pueriles nos entretienen como si la lucha por el poder político fuera un asunto de pan y circo, no sé cuántos extrañarán el verbo del Doctor Zúñiga. Pero me pongo en fila para seguir recordándolo como cuando en aquellas jornadas vespertinas agudizábamos el oído cada vez que el presidente de la sesión anunciaba: Tiene la palabra el Honorable Diputado Carlos Iván Zuñiga.
Y empezaba el verbo...
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