Sobre el discurso hegemónico
- Juan Carlos Ansin
El discurso ha vuelto a ser el arma fundamental de la política, tanto más cuanto el poder de las armas de destrucción masiva puede transformar a los políticos y al planeta en un montón de basura espacial. Por lo tanto, en el mundo posmoderno que vivimos, la retórica, esa “potencia de la producción política” ha tomado la delantera. Pero el discurso no se limita a la política ni a los políticos. Los medios de comunicación, en especial los que emiten imagen y sonido cuentan con dos recursos poderosísimos del lenguaje. Según el tono y los ademanes que la acompañen una misma palabra adquiere significados distintos.
La palabra escrita ha perdido poder a medida que la sociedad ha ido evolucionando en su adicción por la TV, la computadora y el celular. Objetos que de a poco van suplantando a los sujetos en la medida que estos ceden terreno al discurso ajeno. De allí la reiteración desenfrenada al consumismo masivo tanto de ideas sin sustento como de objetos superfluos, incómodos o perniciosos. Aunque estemos en medio de una crisis energética avisada, la tecnología al servicio del discurso hegemónico continúa produciendo vehículos energéticamente ineficientes, pesticidas perjudiciales, medicamentos inútiles e industrias contaminantes. En un mundo donde se es lo que se tiene, sería ilusorio creer que en verdad poseemos casa, auto, bote o avión. Son las cosas las que nos poseen. Mientras sigamos aceptando el discurso persuasivo de un orden social en manos ya no del Estado omnipotente o de una ideología hegemónica sino de un recurso retórico, el discurso dominante, que como las termitas se apodera lentamente de mentes y voluntades, seguiremos siendo expoliados por la mediocridad de la oferta que nos consume y nunca podremos tener lo que en realidad necesitamos para ser lo que queremos ser.
En la batalla por el discurso hegemónico no existe ética ni principio alguno que refleje el grado de veracidad o de asidero lógico utilizado en la formulación de los argumentos. La técnica publicitaria, cada vez más refinada por la inestimable ayuda en el conocimiento de la psicología del consumidor se encarga de vestir el mensaje con el ropaje adecuado a las circunstancias, de tal forma que en la reiteración del engaño descansa la verosimilitud de los hechos.
Basta con analizar la frugalidad de los comentarios periodísticos cargados de la propaganda comercial y política diseñada por las corporaciones mediáticas. Es en este discurso hegemónico donde se desencadena la batalla por la captación de sujetos donde el implante de ideas, conceptos y tendencias puedan replicarse en lo que Dawkins denomina “memes” -unidades teóricas de información cultural transmisibles- parecidas pero no vinculadas con los genes. Taleb afirma que las categorías mentales contagiosas son aquellas a las que se les prepara para creer. Esto lo conocen y utilizan muy bien los falsos profetas. Demagogos ambidiestros nos empujan así a hacerles probar el filo de la navaja de Occam: “Entia non sunt multiplicanda praeter necesitatem”, esto es: No ha de permitirse la existencia de más cosas que las necesarias.
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