Panammá
Sobre el dominio de las redes y las libertades electrónicas
- Arnulfo Arias
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He visto avisperos abrigados a la sombra fresca del ramaje. Resguardados, protegidos, allí viven en paz con Dios y con el mundo. Pero el hombre es hombre, al fin, y alcanza los aguajes turbios de bestia y las cumbres altas de los santos. A veces, por el ansia de cortar y de cortar más, también tumba, incauto, el avispero, con las consecuencias esperadas que eso trae. En alguna medida, creo que ha pasado igual con la política; se ha podado tanto los follajes de ese árbol que algún día fue verde, que ahora se ha alcanzado una colmena viva, despertada en medio de ese sacudir y del podar de los machetes. El mismo que corta las ramas ha quedado expuesto.
Nos hemos acostumbrado tanto a ese sopor acostumbrado de la sociedad, que los políticos criollos pensaron, muy ingenuamente, que nuestra dejaría, como siempre, el alboroto de la queja, que no utilizaría los aguijones de poderes públicos con los que nace y que permanecería por siempre dormitando en ese sueño de la sumisión. Pero eso no va a pasar ya. Se sacudieron hasta las raíces mismas de la paciencia ciudadana. Hasta el hombre más sereno y cabizbajo está hoy dispuesto, en nuestros tiempos, a emprender caminos de la reivindicación de los derechos ciudadanos. Hoy se expresa libremente todo el mundo, y no hay palabra humana que pueda relegarse a los silencios que la tiranía impone. Vivimos realidades que para nuestros antepasados solo fueron sueños. Las redes nos presentan vías abiertas para la eclosión del pensamiento abierto y suelos fértiles para que la opinión crezca sin un freno. Si eso ha hecho más madura a nuestras sociedades, solo el tiempo lo dirá. Hoy, el botón del servidor -o el celular- es más temido por políticos que los antiguos pelotones de fusilamiento. El freno colectivo contra los abusos gravita más que la conciencia propia para muchos que caminan los umbrales de la corrupción pública o los abusos que, por años, fueron denominador común de muchos funcionarios del Estado.
Los tiempos han cambiado; el hombre sigue igual. Sus impulsos más primarios pesan sobre él como la ley de gravedad. Pero está despierto, está consciente que, más que su reparo interno, están las redes velando sobre su conducta, como telarañas que le atrapan hasta los confines de su pensamiento. Curiosamente, donde la fuerza moral del individuo no puede dictar conductas apropiadas, está allá afuera la gran masa alfabetizada ahora por el internet, vigilante y siempre lista para destronar o coronar en redes. Tristemente, no debería ser esa la forma de ajustar las cuentas en la sociedad, sino que el hombre mismo debería buscar los rumbos para mejorar en sociedad. Pero pensemos que estos tiempos en los que nada queda oculto, son como dominios pasajeros de la transición de una generación a otra. Pensemos que, a través de estos caminos modernos en los que celulares nos monitorean los pasos y marcan la conducta en sociedad, nos llevan más cercanos a las plenitudes de las sociedades más civilizadas, más cooperadoras con el bien común, más vigilantes de las reglas colectivas de moralidad aceptable.
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