Panamá
Sobre la militancia política
Recientemente me enteré de una renuncia pública que ha hecho Eduardo Quirós; en lo personal lamento que eso haya pasado, pero lo puedo comprender, como una decisión personal que hoy debo respetar, no criticar.
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 14/6/2022 - 12:00 am
Desde 1996 hasta la fecha no hay una sola dirigencia del partido panameñista a la que yo no haya adversado, en forma pública y abierta. Desde entonces, he sido objeto de todos los epítetos ofensivos que es capaz de vomitar el diccionario, cuando habla por medio del odio y de la intolerancia. También se me pretendió ofender, muchas veces, tildándome de "disidente", lo cual en lo personal no hizo sino encender aún más mi causa y justificar mi rebeldía. No se ha comprendido nunca que la rebeldía es una parte innata de la causa panameñista y que fue la razón misma de su nacimiento como pensamiento político desde un inicio. De no ser así, jamás se hubieran empuñado las armas en combate ese 2 de enero de 1931 para derrocar al entonces presidente, Florencio Harmodio Arosemena. Hoy existe una tendencia en el partido, fortificada por el moho de la inercia, que justifica las llamadas líneas políticas, que glorifica la "disciplina partidista", que enaltece la cobardía de guardar silencio entre las filas de los miembros, aceptando jerarquías y órdenes y absurdas castas que no rigen nunca la conciencia de los hombres. No son los estatutos del partido los que determinan decisiones personales de los miembros del partido; ni es el partido una jaula en la que se deben encerrar las iniciativas propias y enmudecer las inquietudes que tiene todo panameño, por encima de cualquier interés partidista. Primero se es panameño, luego se es panameñista; cualquier contradicción entre estos dos papeles, hace que nuestro pensamiento político pierda su más cercano arraigo con su pueblo.
Recientemente me enteré de una renuncia pública que ha hecho Eduardo Quirós; en lo personal lamento que eso haya pasado, pero lo puedo comprender, como una decisión personal que hoy debo respetar, no criticar. Todo individuo es el señor de sus acciones; el hombre que no actúa bajo ese código es servil y maleable, como la masilla que las circunstancias y el destino amoldan a su gusto. Esa sumisión, de dar a otros el control de nuestras decisiones y de nuestras vidas, servirá para adornar el cuello de la bestia que le sirve al hombre, pero nunca debería ser el modo regular de conducirse como ciudadano, como padre, como hijo o como miembro de un partido que ha nacido de la llama misma de la rebeldía sana, de la libertad de pensamiento, de la defensa de las causas justas y sentidas.
Por esa razón, veo con absoluto desprecio una crítica pública formulada por alguien que tiene la osadía de manifestarse en contra de la renuncia de quien, por convicciones propias, ha tomado esa decisión. En esa supuesta declaración, que resulta ser más bien un motete muy pesado de resentimiento político, no encuentro yo ningún principio que se apegue a lo que, como panameño, está llamado a defender todo panameñista. No estamos para servirnos, sino para servir a nuestra patria. No es el cúmulo de la experiencia en puestos públicos, tampoco, lo que debería servir como diadema para alardear las aptitudes de quienes aspiran a correr a tales puestos de elección; esa es solo una actitud electorera, que pone intereses personales por encima de los intereses patrios, y también se constituye en un insulto con todo aquel electorado que jamás ha pretendido postularse a cargos de elección.
La declaración no solo parece conformarse a la figura del insulto al criticar abiertamente la libertad de decisión de un hombre que no quiere militar más en un partido, sino que hace también alarde impropio de la ofensa, la herramienta preferida de los que carecen de argumentos propios y que deben arrastrarse sin elevaciones personales de conciencia y decisión. He querido propiciar siempre los advenimientos dentro del partido, siempre que no sacrifiquen convicciones propias, siempre que no lleven a los miembros del partido a enmudecerse ante las cosas que, como panameños, deben protestar, siempre que no inclinen la firmeza de carácter y la sana rebeldía que es la columna vertebral de lo que somos como panameños y de lo que deberíamos ser como panameñistas.
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