Panamá
Sobre las cenizas del pasado
Para poder sobrevivir, tuvo la valentía de cortar la extremidad con su navaja, evitando así morirse junto a ellas.
- Arnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 21/11/2023 - 12:00 am
Hay quienes han sido enterrados en vida, incluso antes de su propio sepelio. Ese fue el caso particular del alpinista Aron Ralston que, en uno de sus ascensos a las cumbres empinadas, sufrió un accidente en el que su brazo quedó atorado y desecho bajo el peso de una enorme roca.
Para poder sobrevivir, tuvo la valentía de cortar la extremidad con su navaja, evitando así morirse junto a ellas.
La extremidad abandonada y muerta sería recuperada luego y hasta cremada en una ceremonia un tanto macabra, para mi gusto, y sus cenizas esparcidas en el sitio de ese trágico accidente, como si se tratara de un sepelio real.
Al principio me pareció de muy mal gusto eso de hacerle funeral a un brazo triturado y ya perdido irremediablemente; me parecía como si se adelantara a alguien la solemnidad inevitable del entierro, solo porque su extremidad inconsciente se había apresurado hacia el encuentro con la Gran Verdad, dejando atrás al titular.
Sin embargo, haciendo paralelos con la vida, me puse a pensar en cuántos de nosotros adelantamos también la ceremonia de ese entierro, sin haber perdido un brazo físico, tal vez, pero habiendo perdido a veces mucho más que eso. Cada vez que somos presa de las circunstancias del pasado que nos drenan y consumen, arrojándonos a pozos muy profundos de desesperanza, también adelantamos nuestro funeral en una u otra forma, porque en esos lapsos de sombría desesperanza se nos va también la vida.
No se trata de cuándo habremos de morir, sino la utilidad real que concedemos a cada minuto que vivimos.
Cada pesar que se hace en uno un universo, despojando nuestras vidas de todo lo demás, se asimila a esos ladrones que nos roban de lo más preciado que podría haber en nosotros, nuestra paz; cada experiencia insuperable que se repite inútilmente, sin dejar atrás esa crisálida que envuelve los dolores, para convertirse luego en el maestro que debería ser, nos hace parte de congregaciones sombrías que están llamadas a velar a un muerto, sin sospechar que nos velamos a nosotros mismos.
La vida, como si fuera una raíz, se debe abrir camino hacia abajo, desplazando los obstáculos, nutriéndose de los dolores, para luego renacer, encima de esa superficie que está siempre en añoranza de la luz y el porvenir, y nunca de la oscuridad y del pasado, que ya ha muerto. Una vida que no muestra frutos, se sostiene únicamente en las raíces pobres del pasado oscuro, al que se aferra siempre, en vez de transformarlo y florecer; quien la ostenta, no quiso aprender a dejar atrás ese sustrato que debería ser el reposo de las experiencias enriquecedores que se han ido.
Muchos quedan atrapados en el fondo, lamentándose por lo que fue. Una vida con sentido nos debe hacer buscar el sol que nace cada día, en vez de entumecernos y paralizarnos en dolores que fueron necesarios dentro del proceso mismo de nuestro crecimiento.
Hacemos nuestra propia luz dejando atrás, en el pasado, las envolturas de regalos que ya fueron abiertos, o las urnas que contienen las cenizas de los traumas que tuvimos que sufrir en nuestras vidas. Así, ese alpinista no hizo otra cosa que dejar atrás, con las cenizas esparcidas del pasado muerto, un hecho que, aunque traumático, lo ayudó a vivir más plenamente.
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