Una cita inolvidable

CONTRARIO A SU costumbre de tocar tímidamente la puerta del consultorio, esta vez E.T. irrumpió sin previo aviso. Pálida y temblorosa como nunca antes la había visto, mi primera y única secretaria -sobreviviente de mis dos matrimonios- dejó caer la ficha clínica del nuevo paciente como si fuera una brasa.
Permanecí un rato mirándola extrañado. Algo debió haber visto porque salió del local como alma que se la lleva el diablo. Antes de hacer pasar al paciente repasé sus datos. Nombre: Mefisto John. Edad: 66. Sexo: Sin preferencia. Nacionalidad: Panameño. Lugar de Nacimiento: Seol, Persia. Cédula: N-6-6666. Residencia: No fija. TF: 6666-6666. Oficio: Parrillero. Observaciones: Raro. Esto último lo taché, pero subrayé todo el resto.
Cuando terminé de leer caí en la cuenta que ET estaba atravesando por una época difícil. Le ordené un perfil hormonal e inmediatamente hice pasar al extraño personaje. Cuando lo vi creí que era el Gato Dumas. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco. Vestía traje negro, camisa con cuello de sacerdote negra y llevaba puesto un sombrero negro de alas anchas estilo rabino que sólo dejaba ver una barba candado demasiado negra para ser natural, lo cual alimentó mi primer prejuicio clínico. Si se tiñe la barba debe teñirse el pelo y si se tiñe el pelo es porque no está conforme con su aspecto. Diagnóstico a priori: inmaduro y
o presumido, apunté. Le tendí la mano. Me miró de soslayo (durante el tiempo que duró la cita, que no fue mucho, nunca lo hizo de frente, ni se quitó el sombrero) y se sentó dejándome con la mano extendida. Mal, empezamos mal. Veré qué puedo escarbar aquí. Será una cita larga y difícil, me dije.
Le pregunté de la forma más comedida y natural posible cuál era el motivo de su consulta. No respondió sino después de curiosear meticulosamente los diplomas y certificados que colgaban de las cuatro paredes. Se detuvo en los libros. Tomó mi preferido: el Diccionario de la RAE, lo abrió al azar -o lo que yo creí era al azar-. Leyó con atención y me tendió la página señalando con la larga uña del dedo índice la palabra cabreado. Lo miré primero sorprendido y luego incómodo, lo suficiente como para hacerle notar que no estábamos para juegos florales, pero se me cruzó al instante otro pensamiento un poco más acorde con las circunstancias. Le pregunté si no se había confundido de médico. Lo negó con la cabeza. Con esa respuesta no me quedó otra alternativa que aguzar mi precaria psiquiatría y comencé a recordar los síntomas y signos del delirio paranoico. Este se cree el diablo, dije para mis adentros.
Más diablo será usted me contestó molesto. Su respuesta, dicha con una voz cavernosa salida de ultratumba me heló la sangre. Me había leído el pensamiento. No supe qué hacer e hice lo que siempre hago en esas circunstancias, me recliné en la butaca y tomando su ficha comencé a escribir garabatos. Como nadie hablaba, el sujeto sacó el Panamá América del bolsillo y señalando la noticia de la "vibrante" fiesta en homenaje a las secretarias de la Corte Suprema, dijo entre dientes, como masticando una bronca pastosa: Esto me pone muy mal Doc, me dan palpitaciones, se me enfrían los pies y me sudan las manos, pienso que me va a dar un ataque de SCA -Síndrome Coronario Agudo-. ¡A la flauta! ¡Además es colega! pensé. Le pregunté dónde se había graduado. Me dijo que en la Universidad de Transilvania y su especialidad, la Tanatología, la había concluido en Irak, en la época de Zoroastro, cuando reinaba Angra Mainyo. Sin reparar en las alusiones contenidas en el dato histórico, le interrogué si había sentido alguna opresión en el pecho o algún otro dolor. Lo negó. Insistí en saber si aquella molestia la había tenido antes. Se acercó a un palmo de mi cara y con voz quebrada por el temblor de la ira -sus ojos se habían enrojecido en seco- dijo: Con el Código Penal y antes con el indulto de Carriles, pero antes de eso la sentí con los Afudólares y los Durodólares y cuando estaba por hacer un asadito cerca de la PTJ ocurrió lo del jarabe y ya no pude más. Con el corazón rabioso monté mi bus y le prendí fuego con todo y gente. Lo malo es que ahora me siento peor.
La opresión en el pecho la comencé a sentir yo y una sudoración helada me comenzó a bajar de la frente. Mi angustia era una duda que se iba despejando en otra duda. No sabía si este pobre diablo se estaba haciendo el diablo o en realidad lo era. Entonces se me ocurrió. Esto no lo debiera preocupar, le dije, son cosas que a usted habitualmente no le afectan y hasta puede parecerle agradable.. interrumpiendo el hilo del tema me advirtió amenazante, yo no admito competencias desleales y menos cuando son mejores que las mías, repuso. Aparentando una seguridad que ya no tenía, insistí: ¿Y qué me dice de lo que sucede en otros países? Esto aquí, con tres millones de tranquilinos, en un territorio tan pequeño que se gobierna con piloto automático no le debiera molestar tanto, argumenté tratando de desviar el objeto de su delirio para otra parte, pero lejos, porque yo ya estaba convencido que no era ni delirio, ni paranoia, sino que el fulano que tenía enfrente era el mismo Lucifer en persona. ¿Y qué piensa hacer? Murmuré. ¡No se le ocurrirá castigarnos a todos con un terremoto o con un huracán como el Katrina o reelegir a Bush por tercera vez! Además lo prohíbe la constitución. Déjese de joder doctor. Ahora trabajo para la CIA y lo que ando buscando son inquilinos para Guantánamo, dijo ofuscado.
(drjcal@psi.net.pa)


De acuerdo con el último censo de la Contraloría, en el distrito de Arraiján hay 149 mil 918 personas.
Vacamonte es un sector de gran crecimiento poblacional. La mañana del pasado viernes se contaron más de 20 camiones estacionados en la entrada de esa comunidad.
Panamá América observó que los grandes camiones para ingresar al puente Centenario deben subir por el paso vehicular, seguir y girar a la derecha. "Se puede dar cuenta que ese giro es de casi 90 grados y para un camión de esos grandes es difícil hacerlo o demora más", señalan representantes de la CAPAC.