Vargas Llosa y los Nobel de Literatura
- Gil Moreno
Nunca pensé que la Academia Sueca de la Lengua le concedería el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa. En esto yo no estaba tan despistado. El ha sido el más sorprendido, siempre pensó que a sus 74 años iba a morir sin recibirlo. A última hora la Academia le hizo justicia. Es indudable que Vargas Llosa es un escritor, reconocido mundialmente. Su manera de escribir, su lenguaje crudo, sin oropeles, y a veces vulgar, fue lo que, al parecer, impidió que la Academia le concediera tan codiciado galardón.
Alfredo Nobel, inventor de la dinamita, legó los intereses de su fortuna para el establecimiento de los Premios Nobel a las obras más sobresalientes de tendencia idealista y a las personas que se destacasen en literatura, ciencias y a benefactores de la humanidad.
La primera persona que recibió el Premio Nobel de Literatura fue Sully Prudhomme, en 1901 (un poeta oscuro), y no León Tolstoi, que era quién realmente lo merecía. La Academia, a pesar de reconocer que La Guerra y la Paz es un obra inmortal, lo rechazó por sus ideas anarquistas y a causa de un libro que escribió en el que solo reconocía como válidos los Cuatro Evangelios y rechazaba los otros libros del Nuevo Testamento.
En 1926, la Academia Sueca le negó el premio a Gabriel D, Annunzio a causa de su conducta, para concedérselo a Graciela Delleda, desconocida. Por otro lado le concedió el premio a personas de avanzada edad como Anatole France, de 77 años, a André Gide, 78 años y a Winston Churchill de 79. Estos dos últimos muy cuestionados por la crítica mundial: a André Gide por sus conocidas inclinaciones homosexuales, defendidas por él en su libro Corydón y a Churchill, por sus escasos méritos literarios.
Hay que admitir que aunque la Academia Sueca ha galardonado a muchas figuras meritorias al concederle el premio, no siempre ha sido justa porque muchas veces se lo ha negado a otras de gran valía, muchas veces a causa de prejuicios o consideraciones políticas, como a Emilio Zola, por su naturalismo, a Henrik Ibsen, a Marcel Proust, a Mark Twain, a Máximo Gorki, a Teodoro Dreisser, a Ernesto Sábato, a Tomás Alba Edison, a Benito Pérez Galdós en 1916 para concedérselo a Romand Rolland, de innegables méritos, error que la academia pudo subsanar, ya que Galdós falleció 4 años después. Y por otro lado ha demeritado a escritores de renombre como a Federico Mistral, autor de Mireya y Calendal, concediendo el premio, en forma compartida, con un Echegaray, desconocido.
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