Venezuela: la piñata chavista
Publicado 2001/12/06 00:00:00
*
Colaborador
Miami (AIPE)- En 1990, a raíz del fracaso electoral sandinista frente a doña Violeta de Chamorro, el gobierno saliente dictó las leyes 85 y 86. Fue el ropaje legal del más grande despojo que habían conocido los nicaragüenses y de una magnitud que pocos pueblos de América Latina han sufrido. Bajo el pretexto que los sandinistas requerían de bienes materiales para garantizar su futura vigencia política, se apoderaron del patrimonio que le habían confiscado a los somocistas y a otros ciudadanos. La transición de tres meses en la entrega del poder se convirtió en un festín, una rebatiña que enriqueció de un día para otro a los líderes sandinistas. Los sindicatos sandinistas le pusieron la mano al menos a una tercera parte de las empresas publicas privatizadas. Esa transición fue denominada "la piñata" por el atónito pueblo nica.
Guardando las diferencias y sin una investidura legislativa a la nicaragüense, Venezuela sufre actualmente de la piñata chavista. El olfato de algunos dirigentes del Movimiento Quinta República y, más que ellos, los colaboracionistas del régimen, ya avizoran el desenlace. Intuyen el desmoronamiento. Palpan la evanescencia del poder y el arrogante desdén con el que Chávez recibe las denuncias de corrupción de su gobierno. Desde luego que se aprovechan del indudable candor del líder "bolivariano" y de su utopía revolucionaria. Ya no existe la insinuación para recibir la coima. El funcionario venezolano establece sin rodeos ni pudores burgueses la tasa exacta de su estipendio. El diez por ciento de los "roba gallinas adecos y copeyanos" ha sido cuidadosamente indexado al cuarenta por ciento. Se compran en efectivo, preferiblemente en dólares, casas y edificios. Venezuela es el paraíso para la venta de autos de lujo, relojes caros y viajes suntuosos. Un denodado colaborador del gobierno, el economista Domingo Maza Zavala, director del Banco Central, le quitó el pie al acelerador de su entusiasmo y concluye solemne y entristecido: "ahora hay más corrupción".
Una desarticulada oposición se debate en formulaciones de exquisita juridicidad para salir de Chávez. Mientras tanto, la piñata crece y quienes le dan palos siguen impertérritos. La denuncia, como vector corrector de la democracia, ha quedado en manos de una que otra valerosa periodista. Las leyes arbitrarias promulgadas bajo los poderes especiales dados al presidente Chávez van a producir futuros despojos, pero la piñata actual continúa creciendo con el patrimonio de todos. El llamado Plan Bolívar es la piñata castrense. La corrupción y el colaboracionismo del Poder Judicial es la piñata forense. El Banco Industrial, Fogade, Banco del Pueblo, Fondur son algunos de los componentes de la piñata administrativa.
En esa patibularia perspectiva se han empequeñecidos los grandes escándalos y fraudes del pasado: Sierra Nevada,
Centro Simón Bolívar, los Jeeps regalados en una campaña electoral, los Samanas y hasta el propio Micabu.
La oposición leguleya se sumerge en el dédalo de su retórica, mientras sigue la rebatiña. ¡Palo a la piñata
que no hay quien le haga caso a las denuncias!
(c)*Ex ministro venezolano, director del Instituto Prognos.
www.aipenet.com
Colaborador
Miami (AIPE)- En 1990, a raíz del fracaso electoral sandinista frente a doña Violeta de Chamorro, el gobierno saliente dictó las leyes 85 y 86. Fue el ropaje legal del más grande despojo que habían conocido los nicaragüenses y de una magnitud que pocos pueblos de América Latina han sufrido. Bajo el pretexto que los sandinistas requerían de bienes materiales para garantizar su futura vigencia política, se apoderaron del patrimonio que le habían confiscado a los somocistas y a otros ciudadanos. La transición de tres meses en la entrega del poder se convirtió en un festín, una rebatiña que enriqueció de un día para otro a los líderes sandinistas. Los sindicatos sandinistas le pusieron la mano al menos a una tercera parte de las empresas publicas privatizadas. Esa transición fue denominada "la piñata" por el atónito pueblo nica.
Guardando las diferencias y sin una investidura legislativa a la nicaragüense, Venezuela sufre actualmente de la piñata chavista. El olfato de algunos dirigentes del Movimiento Quinta República y, más que ellos, los colaboracionistas del régimen, ya avizoran el desenlace. Intuyen el desmoronamiento. Palpan la evanescencia del poder y el arrogante desdén con el que Chávez recibe las denuncias de corrupción de su gobierno. Desde luego que se aprovechan del indudable candor del líder "bolivariano" y de su utopía revolucionaria. Ya no existe la insinuación para recibir la coima. El funcionario venezolano establece sin rodeos ni pudores burgueses la tasa exacta de su estipendio. El diez por ciento de los "roba gallinas adecos y copeyanos" ha sido cuidadosamente indexado al cuarenta por ciento. Se compran en efectivo, preferiblemente en dólares, casas y edificios. Venezuela es el paraíso para la venta de autos de lujo, relojes caros y viajes suntuosos. Un denodado colaborador del gobierno, el economista Domingo Maza Zavala, director del Banco Central, le quitó el pie al acelerador de su entusiasmo y concluye solemne y entristecido: "ahora hay más corrupción".
Una desarticulada oposición se debate en formulaciones de exquisita juridicidad para salir de Chávez. Mientras tanto, la piñata crece y quienes le dan palos siguen impertérritos. La denuncia, como vector corrector de la democracia, ha quedado en manos de una que otra valerosa periodista. Las leyes arbitrarias promulgadas bajo los poderes especiales dados al presidente Chávez van a producir futuros despojos, pero la piñata actual continúa creciendo con el patrimonio de todos. El llamado Plan Bolívar es la piñata castrense. La corrupción y el colaboracionismo del Poder Judicial es la piñata forense. El Banco Industrial, Fogade, Banco del Pueblo, Fondur son algunos de los componentes de la piñata administrativa.
En esa patibularia perspectiva se han empequeñecidos los grandes escándalos y fraudes del pasado: Sierra Nevada,
Centro Simón Bolívar, los Jeeps regalados en una campaña electoral, los Samanas y hasta el propio Micabu.
La oposición leguleya se sumerge en el dédalo de su retórica, mientras sigue la rebatiña. ¡Palo a la piñata
que no hay quien le haga caso a las denuncias!
(c)*Ex ministro venezolano, director del Instituto Prognos.
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