DIORAMA-!Dos Seres Humanos para Todas las Epocas!-
Publicado 2000/09/30 23:00:00
- Luis Trujillo
RICARDO J. BERMUDEZ. EL ADAN LIBERADO: En nuestro medio no son pocos sino que son reiterativos los casos de escritores y escritoras que parecieran vivir de la Literatura antes que dedicarse ellos, ellas, a vivir en la Literatura. Es decir, escritores y escritoras para quienes la Literatura pareciera ser un vehículo "para vivir" y no una "forma de ver y entender". En Poesía aumenta este desasosiego cuyo fin último parecería lucrar y figurar a través de la poesía dado que como profesionales, como seres humanos, se es incapaz de hacerlo. Es que el terreno de la Poesía de por sí pareciera ser uno que recibe con los brazos abiertos a quienes sea de manera que es mucho más abierto y descarado el señalamiento anterior. Los hay y las hay, quienes viven a expensas de la Poesía y a través de ella intentan ser alguien en la vida dado que de otra manera nadie sabría a ciencia cierta qué son como seres humanos..
El maestro Ricardo J. Bermúdez es uno de esos casos, escasos, de un ser humano que no vivió de la Poesía sino que convivió con la poesía toda su vida e hizo de esa experiencia existencial un libro abierto para sus semejanzas no un recetario ni un breviario. Quienes, como nosotros, tuvimos la oportunidad de conocerlo y de platicar con él en repetidas oportunidades acerca de esa experiencia contamos con una oportunidad que los más de nuestros (as) compatriotas , tendrán ocasión de convivir, igualmente, al leer sus textos y los textos escritos en torno a los mismos.
Su aporte poético no se liga a una circunstancia política y social específica y transitoria sino que esta relacionado con su transcurrir humano por la vida de manera natural y con la consciencia plena de esta experiencia - "Con la llave en el suelo"- o con el deslumbramiento ante nuestra cotidianidad vista como maravilla fuera de lo común - "Cuando la isla era doncella". Entendida dentro de estos parámetros, su obra poética no podríamos limitarla al intento de reconstruir anécdotas y recuerdos de forma idílica y a tratar de vivir a través de imágenes , la vida. Tampoco a ser merecedores de una estima que, como seres humanos que nunca dan la cara, carece de identificación dado que la insinceridad, al conocerlo, salta a la vista. Ricardo J. Bermúdez no vivió de ese material de la poesía dado que fue un arquitecto y su vida profesional fue la Arquitectura y no la Poesía. Ejemplo de esa vida queda como testimonio, para todos nosotros, en una obra que de cierta forma podemos valorar al recorrer diariamente, en la ciudad capital, la Universidad de Panamá y desconectándonos de todos los cambios experimentados nuestra Primera Casa de Estudios, desnudar, liberar si bien se quiere, esa "maqueta" inicial que concibieran él y otros arquitectos pioneros de la época.
Tampoco vivió Ricardo J. Bermúdez de la narrativa y su libro de cuentos "Para rendir al animal que ronda", uno de los mejores en su género en Panamá, lo escribe en momentos en los cuales sus imágenes y su descarnada visión de lo que éramos bien pudieron traerle problemas mayores dado que en lugar de alabar al sistema imperante lo cuestionaba. Recuerdo que José Avila Castillo, uno de los jurados que premiara el libro en el Concurso Literario "Ricardo Miró", me señalara, desconociendo el nombre tras el seudónimo, que había leído un libro fuera de serie con "cuentos hechos sin tener pepitas en la lengua y a la vez hechos una elegancia y una maestría tal que nadie se podría dar por aludido". ¿Cuántos han sido capaces en nuestra historia literaria de escribir contra una realidad política establecida como incuestionable? Sean los y las que sean en las que estas pensando en estos momentos, Ricardo J. Bermúdez estaría en primera línea porque cuando él lo hizo nadie lo hacía.
En ensayo su breve estudio "Las Peras del Olmo" es un testimonios en el cual con lucidez inaudita se escribe del ser panameño y de la Universidad de Panamá, como consciencia crítica, con una exacta demarcación y entendimiento de que la ironía es arma mayor que devela sinsentidos y contradicciones. Con este breve ensayo corroboró que precisamente los que más aman a este país y a sus instituciones serían aquellos y aquellos capaces de desacralizarlo y desmitificarlo. Dentro de ambas variables, por ello, su nombre no desmerecería a la par de la de otros dos grandes nombres como son los de Diego Domínguez Caballero e Isaías Garcías Aponte.
ACRACIA SARASQUETA DE SMYTH: LA EVA DEFINIDA
En la década de los 70 señalábamos en un trabajo publicado en torno a la Poesía Panameña que en el contexto de Panamá, la poesía vanguardista escrita por hombres, podríamos reunirla bajo el epíteto clásico de Ricardo J. Bermúdez,. "Adán Liberado" mientras que en el caso de las mujeres, tendríamos que recurrir a uno de Diana Morán, "Eva Definida". Argumentábamos que en el primer caso la evocación hacia la mujer se hacía en el encuentro de una compañera, de una amiga básica mientras que en el segundo caso, la evocación se hacía en la búsqueda explícita, poéticamente hablando, de un hombre y hacia experiencias sensoriales y lúdicas más evidentes. El hombre, poeta, buscaba una compañera y la mujer, poetisa, buscaba un hombre. De allí retomamos el contexto de asumir el título de esta nota de un libro de Diana Morán para ajustarlo a Acracia Sarasqueta de Smyth. Por esas casualidades de la vida su muerte transcurrió en la misma semana que la muerte de Ricardo J., Bermúdez como si ese "hombre" y esa "mujer" de nuestra literatura contemporánea hubiesen muerto en el mismo momento, en septiembre de 2000. En este "maravilloso país de las indefiniciones", como una vez acotara Roberto McKay y dado que "esto se llamar Panamá y como que dos y dos son cuatro", como lo explicara Bertalicia Peralta, ambas muertes fueron casai que soslayadas en nuestros medios de comunicación social. Bermúdez, justo es consignarlo, menos dados los señalamientos aparecidos en "La Prensa", diario éste del cual fuera fundador amén de uno de sus primeros columnistas.. En el caso de Sarasqueta de Smyth, salvo obituarios nadie evocó ni su nombre ni su obra y ambas realidades, retomando a Roberto y a Bertalicia, en cierta forma aclaran como en Panamá cuán solos se quedan los muertos cuando se mueren (!Qué decir del entrañable amigo de nuestra literatura que fuera durante toda su vida el editor Amador Fraguela!)
Acracia Rasqueta de Smyth fue una de nuestras a primeras distinguidas como diputada, una de nuestra primeras contemporáneas en la narrativa, fue una de nuestras primeras trabajadoras sociales, fue una de nuestras primeras autoras de teatro y una de nuestras pocas mujeres que, como ser humano, siempre se sintió capaz de hacer las mismas cosas de las cuales eran capaces de hacer los hombres. Al l entrevistarla hace muchísimos años en sus residencia en Bella Vista, cuando le insistí en el epíteto de " "feminista" me aclaró, rápidamente como era su costumbre al hablar, que no entendía qué era eso ni le interesaba porque había hecho lo que había hecho porque quería hacerlo y punto. ¿Diferencias radicales entre el hombre y la mujer? Para Acracia las había y en sus palabras, pícara como siempre era ella, "! A Dios gracias que las hay y las disfruto como mujer!". Lo curioso es que todo lo anterior, sobre todo en torno a su obra y en el contexto de lo que somos como país, como en el caso de Ricardo J. Bermúdez, pareciera no registrarse ni por parte ni del Instituto Nacional de Cultura ni por parte de la Universidad de Panamá ni por parte de la Asamblea Legislativa ni por parte de los profesionales de Trabajo Social, ni por parte de su provincia, Veraguas, ni por parte de los escritores de Panamá, excepción hecha de escritores y amigos que, en unos y en otros casos, evocarían a Bermúdez y a Sarasqueta de Smyth.
Quedan como parte de nuestro patrimonio nacional sus novelas, portentos imaginativos insuperables
en la búsqueda y definición, como ella misma nos señalara, de "valores" en torno a nuestra
nacionalidad y de nuestra consciencia como panameños (as) y como seres humanos: "El Señor Don Cosme"
o bien "Valentín Corrales, el Panameño" o bien "Una Dama de Primera". Quedan sus obras de teatro,
como en el caso de "Eso lo arreglo yo", juegos pizpirretos y mordaces en torno a realidades de
nuestro diario transcurrir como sociedad. Y para quienes tuvimos el placer y el honor y la oportunidad
de conocerla, queda el recuerdo de una mujer que repetía, henchida de alegría y de contento:
"Te amo, Agustincito, a ti y a todos los seres humanos que conozco porque solamente recuerdo de
la vida, las cosas buenas y estas son todas maravillosas". A una mujer que contagiaba a uno con su
energía inaagotable. Una mujer que no tenía reparos en decir lo que pensaba y en el momento en que
lo pensaba porque partía de que "la vida que nos ha dado Dios es para vivirla a plenitud y decirle a
todos cuando estamos contentos, que estamos contentos y cuando estamos tristes, que estamos más
contentos todavía ". Eso Acracia, lo aprendimos de ti y trataremos de repetírlo siempre como si
los veinte años transcurridos desde el momento en que lo dijiste, no significasen absolutamente
nada.
El maestro Ricardo J. Bermúdez es uno de esos casos, escasos, de un ser humano que no vivió de la Poesía sino que convivió con la poesía toda su vida e hizo de esa experiencia existencial un libro abierto para sus semejanzas no un recetario ni un breviario. Quienes, como nosotros, tuvimos la oportunidad de conocerlo y de platicar con él en repetidas oportunidades acerca de esa experiencia contamos con una oportunidad que los más de nuestros (as) compatriotas , tendrán ocasión de convivir, igualmente, al leer sus textos y los textos escritos en torno a los mismos.
Su aporte poético no se liga a una circunstancia política y social específica y transitoria sino que esta relacionado con su transcurrir humano por la vida de manera natural y con la consciencia plena de esta experiencia - "Con la llave en el suelo"- o con el deslumbramiento ante nuestra cotidianidad vista como maravilla fuera de lo común - "Cuando la isla era doncella". Entendida dentro de estos parámetros, su obra poética no podríamos limitarla al intento de reconstruir anécdotas y recuerdos de forma idílica y a tratar de vivir a través de imágenes , la vida. Tampoco a ser merecedores de una estima que, como seres humanos que nunca dan la cara, carece de identificación dado que la insinceridad, al conocerlo, salta a la vista. Ricardo J. Bermúdez no vivió de ese material de la poesía dado que fue un arquitecto y su vida profesional fue la Arquitectura y no la Poesía. Ejemplo de esa vida queda como testimonio, para todos nosotros, en una obra que de cierta forma podemos valorar al recorrer diariamente, en la ciudad capital, la Universidad de Panamá y desconectándonos de todos los cambios experimentados nuestra Primera Casa de Estudios, desnudar, liberar si bien se quiere, esa "maqueta" inicial que concibieran él y otros arquitectos pioneros de la época.
Tampoco vivió Ricardo J. Bermúdez de la narrativa y su libro de cuentos "Para rendir al animal que ronda", uno de los mejores en su género en Panamá, lo escribe en momentos en los cuales sus imágenes y su descarnada visión de lo que éramos bien pudieron traerle problemas mayores dado que en lugar de alabar al sistema imperante lo cuestionaba. Recuerdo que José Avila Castillo, uno de los jurados que premiara el libro en el Concurso Literario "Ricardo Miró", me señalara, desconociendo el nombre tras el seudónimo, que había leído un libro fuera de serie con "cuentos hechos sin tener pepitas en la lengua y a la vez hechos una elegancia y una maestría tal que nadie se podría dar por aludido". ¿Cuántos han sido capaces en nuestra historia literaria de escribir contra una realidad política establecida como incuestionable? Sean los y las que sean en las que estas pensando en estos momentos, Ricardo J. Bermúdez estaría en primera línea porque cuando él lo hizo nadie lo hacía.
En ensayo su breve estudio "Las Peras del Olmo" es un testimonios en el cual con lucidez inaudita se escribe del ser panameño y de la Universidad de Panamá, como consciencia crítica, con una exacta demarcación y entendimiento de que la ironía es arma mayor que devela sinsentidos y contradicciones. Con este breve ensayo corroboró que precisamente los que más aman a este país y a sus instituciones serían aquellos y aquellos capaces de desacralizarlo y desmitificarlo. Dentro de ambas variables, por ello, su nombre no desmerecería a la par de la de otros dos grandes nombres como son los de Diego Domínguez Caballero e Isaías Garcías Aponte.
ACRACIA SARASQUETA DE SMYTH: LA EVA DEFINIDA
En la década de los 70 señalábamos en un trabajo publicado en torno a la Poesía Panameña que en el contexto de Panamá, la poesía vanguardista escrita por hombres, podríamos reunirla bajo el epíteto clásico de Ricardo J. Bermúdez,. "Adán Liberado" mientras que en el caso de las mujeres, tendríamos que recurrir a uno de Diana Morán, "Eva Definida". Argumentábamos que en el primer caso la evocación hacia la mujer se hacía en el encuentro de una compañera, de una amiga básica mientras que en el segundo caso, la evocación se hacía en la búsqueda explícita, poéticamente hablando, de un hombre y hacia experiencias sensoriales y lúdicas más evidentes. El hombre, poeta, buscaba una compañera y la mujer, poetisa, buscaba un hombre. De allí retomamos el contexto de asumir el título de esta nota de un libro de Diana Morán para ajustarlo a Acracia Sarasqueta de Smyth. Por esas casualidades de la vida su muerte transcurrió en la misma semana que la muerte de Ricardo J., Bermúdez como si ese "hombre" y esa "mujer" de nuestra literatura contemporánea hubiesen muerto en el mismo momento, en septiembre de 2000. En este "maravilloso país de las indefiniciones", como una vez acotara Roberto McKay y dado que "esto se llamar Panamá y como que dos y dos son cuatro", como lo explicara Bertalicia Peralta, ambas muertes fueron casai que soslayadas en nuestros medios de comunicación social. Bermúdez, justo es consignarlo, menos dados los señalamientos aparecidos en "La Prensa", diario éste del cual fuera fundador amén de uno de sus primeros columnistas.. En el caso de Sarasqueta de Smyth, salvo obituarios nadie evocó ni su nombre ni su obra y ambas realidades, retomando a Roberto y a Bertalicia, en cierta forma aclaran como en Panamá cuán solos se quedan los muertos cuando se mueren (!Qué decir del entrañable amigo de nuestra literatura que fuera durante toda su vida el editor Amador Fraguela!)
Acracia Rasqueta de Smyth fue una de nuestras a primeras distinguidas como diputada, una de nuestra primeras contemporáneas en la narrativa, fue una de nuestras primeras trabajadoras sociales, fue una de nuestras primeras autoras de teatro y una de nuestras pocas mujeres que, como ser humano, siempre se sintió capaz de hacer las mismas cosas de las cuales eran capaces de hacer los hombres. Al l entrevistarla hace muchísimos años en sus residencia en Bella Vista, cuando le insistí en el epíteto de " "feminista" me aclaró, rápidamente como era su costumbre al hablar, que no entendía qué era eso ni le interesaba porque había hecho lo que había hecho porque quería hacerlo y punto. ¿Diferencias radicales entre el hombre y la mujer? Para Acracia las había y en sus palabras, pícara como siempre era ella, "! A Dios gracias que las hay y las disfruto como mujer!". Lo curioso es que todo lo anterior, sobre todo en torno a su obra y en el contexto de lo que somos como país, como en el caso de Ricardo J. Bermúdez, pareciera no registrarse ni por parte ni del Instituto Nacional de Cultura ni por parte de la Universidad de Panamá ni por parte de la Asamblea Legislativa ni por parte de los profesionales de Trabajo Social, ni por parte de su provincia, Veraguas, ni por parte de los escritores de Panamá, excepción hecha de escritores y amigos que, en unos y en otros casos, evocarían a Bermúdez y a Sarasqueta de Smyth.
Quedan como parte de nuestro patrimonio nacional sus novelas, portentos imaginativos insuperables
en la búsqueda y definición, como ella misma nos señalara, de "valores" en torno a nuestra
nacionalidad y de nuestra consciencia como panameños (as) y como seres humanos: "El Señor Don Cosme"
o bien "Valentín Corrales, el Panameño" o bien "Una Dama de Primera". Quedan sus obras de teatro,
como en el caso de "Eso lo arreglo yo", juegos pizpirretos y mordaces en torno a realidades de
nuestro diario transcurrir como sociedad. Y para quienes tuvimos el placer y el honor y la oportunidad
de conocerla, queda el recuerdo de una mujer que repetía, henchida de alegría y de contento:
"Te amo, Agustincito, a ti y a todos los seres humanos que conozco porque solamente recuerdo de
la vida, las cosas buenas y estas son todas maravillosas". A una mujer que contagiaba a uno con su
energía inaagotable. Una mujer que no tenía reparos en decir lo que pensaba y en el momento en que
lo pensaba porque partía de que "la vida que nos ha dado Dios es para vivirla a plenitud y decirle a
todos cuando estamos contentos, que estamos contentos y cuando estamos tristes, que estamos más
contentos todavía ". Eso Acracia, lo aprendimos de ti y trataremos de repetírlo siempre como si
los veinte años transcurridos desde el momento en que lo dijiste, no significasen absolutamente
nada.
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