El 3 de noviembre de 1903, en el contexto de los intereses foráneos
Publicado 2001/11/03 00:00:00
- Alex GarcÃÂa
La noticia de la separación del Istmo de Panamá, recibida en Bogotá el día 5 de noviembre, removió los cimientos más profundos de aquella sociedad bucólica y decimonónica y consternó a la mayoría de los políticos, quienes totalmente alejados de la realidad, pensaban aún que era posible reiniciar las negociaciones canaleras con Estados Unidos. Pero esta noticia por extraordinaria que resultara no era en realidad sorpresiva. Todos los negociadores del Tratado Herrán-Hay, sin excepción, habían profetizado que el resultado lógico de la improbación del documento sería la secesión del Istmo. Pero había más todavía. Echando una mirada retrospectiva hacia 1821 era evidente que esa unión que la geografía, la idiosincracia y la economía se empeñaban en separar, no podía ser duradera.
Los intentos separatistas del 30, 31, 40, habían puesto de manifieto la vocación independentista de los istmeños y el conato de 1860 demostró que el federalismo bajo la égida colombiana, ni remotamente satisfacía las ansias de autonomía de Panamá. De manera que esta "Crónica de una separación anunciada", no podía sinceramente sorprender a nadie a finales de 1903.
Independientemente de la presencia norteamericana que se hizo insoslayable en el continente después de 1898, era evidente que Colombia no tenía ya nada que ofrecerle a Panamá hacia las postrimerías del siglo. Para entonces el atraso de la nación era extraordinario. Todos los Departamentos se encontraban al borde del colapso económico y Bogotá no tenía la capacidad de atender ni siquiera sus propias necesidades. Para 1903, por ejemplo, la República con una superficie de 1.136.000Kms2 poseía apenas 650 Kms. de vías férreas de las cuales 80 Kms. pertenecían al Istmo, y no tenían impacto directo en el desarrollo del resto del país.
Los escasos caminos útiles, así como los rarísimos ferrocarriles tenían como dice Darío Mesa una indiscutible impronta colonial, pues en lugar de comunicar los mercados internos con las regiones productivas, tenían una orientación primordialmente marítima y aunque esto a la larga favoreció el comercio de importación y exportación, en 1903 poco importaba dada la baja producción y la inaccesibilidad de los mercados internos. Estas circunstancias provocaban que resultara más barato y rápido traer mercancía de Londres a Medellín que de Bogotá, y que la harina norteamericana se vendiera en el mercado interno a precios más accesibles que la que producía Boyacá. En el caso de Panamá las comunicaciones con la capital se hacían por el lado Atlántico, gracias a barcos extranjeros. Desde Cartagena a Bogotá, una ciudad enclavada en un valle andino la travesía se hacía penosamente por tierra.
Estas comunicaciones mixtas, erráticas y dificultosas que frecuentemente demoraban meses en hacer llegar una comunicación a su destino final, ya habían sido denunciadas medio siglo antes por Justo Arosemena. Lo único que se importaba de Colombia a Panamá con una velocidad meteórica, eran las revoluciones y las guerras civiles.
Además había que tener en cuenta otro factor: Panamá era en 1903 la ciudad más cosmopolita del país. Desde mediados del siglo anterior los extranjeros habían concurrido al Istmo, se habían establecido en forma permanente, habían permeado a la llamada República de los primos como definió el ordenamiento social de San Felipe, Omar Jaén Suárez y, por último, habían influido beneficiosamente para operar un cambio de mentalidad significativo, que Bogotá cercada por la geografía difícilmente podía asimilar. Asimismo, el patriciado panameño estaba integrado fundamentalmente por comerciantes, en tanto que las clases dominantes bogotanas seguían apegadas a los modelos coloniales tradicionales, a saber: tierra, ejército, iglesia y más recientemente el ejercicio del Derecho.
Como es natural todos estos elementos más que unir, separaban, máxime cuando la Guerra de los Mil Días que finalizó en noviembre de 1902, había debilitado aún más el anémico aparato productivo de la nación. Colombia era aún entonces una tierra de caudillos, de caciques y de guerras civiles, escasamente poblada, con una "condición pastoril", sin industrias, y con un prodigioso atraso que hacía depender a toda esta nación de la suerte del café en el mercado internacional.
La fatídica herencia de la Guerra de los Tres Años había sido cien mil muertos de una población de tres millones y un gasto bélico de mil millones de pesos en papel moneda de la Regeneración. Pero además Colombia mantenía una deuda externa con Londres, desde los días de la independencia, que se había ido robusteciendo con nuevos préstamos y que para 1903 ascendía a tres millones de libras, más los intereses por mora. Con un presupuesto nacional de seis y medio millones de pesos, de los cuales cuatro ya estaban comprometidos para pagar los sueldos atrasados de los jueces, policías, maestros y del ejército de toda la República, era evidente que las finanzas nacionales distaban de ser saludables. De manera que lo único que podía ofrecerle Colombia a Panamá en 1903 era la ratificación del Tratado Herrán-Hay. Por el contrario, el Istmo sí tenía mucho que ofrecer. Dejando a un lado la riqueza potencial que significaba ser el emplazamiento del futuro canal, las rentas procedentes de Panamá por exiguas que pudieran ser representaban un verdadero tesoro para las paupérrimas arcas nacionales. En primer lugar desde 1867 Colombia recibía de la Compañía del Ferrocarril 250.000 pesos oro.
Pero también estaban las compañías navieras que operaban desde Panamá y que pagaban sus derechos de concesión a Bogotá y adicional a ello, al término de la guerra civil, las cajas panameñas custodiaban la fabulosa cantidad de 250.000 pesos producto de las exportaciones, así como del pago de los derechos comerciales y de otros rubros. Parte de este dinero tuvo que ser utilizado por el Gobernador Facundo Mutis Durán, a inicios de 1903, para pagar los sueldos de las tropas colombianas destacadas en la Comandancia de Armas del Istmo que hacía doce o trece semanas que no recibían sus haberes. Mientras el Congreso bogotano aún debatía la suerte del Tratado Herrán-Hay, Vásquez Cobo intentó darle un golpe de cuartel a Mutis Durán y autoproclamarse Gobernador del Istmo. La intervención del Coronel Esteban Huertas evitó que el movimiento prosperara, pero lo que no pudo eludir es que Bogotá decidiera eliminar la Comandancia de Armas del Departamento del Istmo. Todo esto en momentos que los panameños aún no se reponían de la Guerra de los Mil Días y los liberales del fusilamiento de Victoriano Lorenzo en el mes de mayo.
Otro elemento que tendía a desunir y que llevó a los panameños a pensar seriamente en la separación, era la falta de consideración que demostraban ciertos sectores colombianos. No era un secreto para nadie que el Istmo de Panamá había representado desde siempre para Colombia su mayor riqueza potencial. Por allí se excavaría algún día el canal interoceánico que le proporcionaría a la metrópoli ganancias y beneficios en todos los órdenes. Habida cuenta de que esta situación un sector de la prensa colombiana propuso en 1899 vender el Istmo a los Estados Unidos con el fin de pagar la deuda externa. Como es natural tamaña proposición ofendió a nuestros compatriotas.
Es indudable que las pugnas políticas internas jugaron un papel importante para que el Congreso Colombiano rechazara el Tratado Herrán-Hay, sin olvidar sus justas reclamaciones económicas y soberanas, pero lo cierto es que la mayor desgracia de Colombia en 1903 fue poseer dentro de su territorio el emplazamiento del futuro Canal que representaba la clave del equilibrio naval de los Estados Unidos. Eso en momentos que se encontraba desmoralizada a lo interno, desprestigiada en el plano internacional y con un aparato económico a punto de colapsar que le impidió negociar en términos equitativos la apertura de la vía.
Los intentos separatistas del 30, 31, 40, habían puesto de manifieto la vocación independentista de los istmeños y el conato de 1860 demostró que el federalismo bajo la égida colombiana, ni remotamente satisfacía las ansias de autonomía de Panamá. De manera que esta "Crónica de una separación anunciada", no podía sinceramente sorprender a nadie a finales de 1903.
Independientemente de la presencia norteamericana que se hizo insoslayable en el continente después de 1898, era evidente que Colombia no tenía ya nada que ofrecerle a Panamá hacia las postrimerías del siglo. Para entonces el atraso de la nación era extraordinario. Todos los Departamentos se encontraban al borde del colapso económico y Bogotá no tenía la capacidad de atender ni siquiera sus propias necesidades. Para 1903, por ejemplo, la República con una superficie de 1.136.000Kms2 poseía apenas 650 Kms. de vías férreas de las cuales 80 Kms. pertenecían al Istmo, y no tenían impacto directo en el desarrollo del resto del país.
Los escasos caminos útiles, así como los rarísimos ferrocarriles tenían como dice Darío Mesa una indiscutible impronta colonial, pues en lugar de comunicar los mercados internos con las regiones productivas, tenían una orientación primordialmente marítima y aunque esto a la larga favoreció el comercio de importación y exportación, en 1903 poco importaba dada la baja producción y la inaccesibilidad de los mercados internos. Estas circunstancias provocaban que resultara más barato y rápido traer mercancía de Londres a Medellín que de Bogotá, y que la harina norteamericana se vendiera en el mercado interno a precios más accesibles que la que producía Boyacá. En el caso de Panamá las comunicaciones con la capital se hacían por el lado Atlántico, gracias a barcos extranjeros. Desde Cartagena a Bogotá, una ciudad enclavada en un valle andino la travesía se hacía penosamente por tierra.
Estas comunicaciones mixtas, erráticas y dificultosas que frecuentemente demoraban meses en hacer llegar una comunicación a su destino final, ya habían sido denunciadas medio siglo antes por Justo Arosemena. Lo único que se importaba de Colombia a Panamá con una velocidad meteórica, eran las revoluciones y las guerras civiles.
Además había que tener en cuenta otro factor: Panamá era en 1903 la ciudad más cosmopolita del país. Desde mediados del siglo anterior los extranjeros habían concurrido al Istmo, se habían establecido en forma permanente, habían permeado a la llamada República de los primos como definió el ordenamiento social de San Felipe, Omar Jaén Suárez y, por último, habían influido beneficiosamente para operar un cambio de mentalidad significativo, que Bogotá cercada por la geografía difícilmente podía asimilar. Asimismo, el patriciado panameño estaba integrado fundamentalmente por comerciantes, en tanto que las clases dominantes bogotanas seguían apegadas a los modelos coloniales tradicionales, a saber: tierra, ejército, iglesia y más recientemente el ejercicio del Derecho.
Como es natural todos estos elementos más que unir, separaban, máxime cuando la Guerra de los Mil Días que finalizó en noviembre de 1902, había debilitado aún más el anémico aparato productivo de la nación. Colombia era aún entonces una tierra de caudillos, de caciques y de guerras civiles, escasamente poblada, con una "condición pastoril", sin industrias, y con un prodigioso atraso que hacía depender a toda esta nación de la suerte del café en el mercado internacional.
La fatídica herencia de la Guerra de los Tres Años había sido cien mil muertos de una población de tres millones y un gasto bélico de mil millones de pesos en papel moneda de la Regeneración. Pero además Colombia mantenía una deuda externa con Londres, desde los días de la independencia, que se había ido robusteciendo con nuevos préstamos y que para 1903 ascendía a tres millones de libras, más los intereses por mora. Con un presupuesto nacional de seis y medio millones de pesos, de los cuales cuatro ya estaban comprometidos para pagar los sueldos atrasados de los jueces, policías, maestros y del ejército de toda la República, era evidente que las finanzas nacionales distaban de ser saludables. De manera que lo único que podía ofrecerle Colombia a Panamá en 1903 era la ratificación del Tratado Herrán-Hay. Por el contrario, el Istmo sí tenía mucho que ofrecer. Dejando a un lado la riqueza potencial que significaba ser el emplazamiento del futuro canal, las rentas procedentes de Panamá por exiguas que pudieran ser representaban un verdadero tesoro para las paupérrimas arcas nacionales. En primer lugar desde 1867 Colombia recibía de la Compañía del Ferrocarril 250.000 pesos oro.
Pero también estaban las compañías navieras que operaban desde Panamá y que pagaban sus derechos de concesión a Bogotá y adicional a ello, al término de la guerra civil, las cajas panameñas custodiaban la fabulosa cantidad de 250.000 pesos producto de las exportaciones, así como del pago de los derechos comerciales y de otros rubros. Parte de este dinero tuvo que ser utilizado por el Gobernador Facundo Mutis Durán, a inicios de 1903, para pagar los sueldos de las tropas colombianas destacadas en la Comandancia de Armas del Istmo que hacía doce o trece semanas que no recibían sus haberes. Mientras el Congreso bogotano aún debatía la suerte del Tratado Herrán-Hay, Vásquez Cobo intentó darle un golpe de cuartel a Mutis Durán y autoproclamarse Gobernador del Istmo. La intervención del Coronel Esteban Huertas evitó que el movimiento prosperara, pero lo que no pudo eludir es que Bogotá decidiera eliminar la Comandancia de Armas del Departamento del Istmo. Todo esto en momentos que los panameños aún no se reponían de la Guerra de los Mil Días y los liberales del fusilamiento de Victoriano Lorenzo en el mes de mayo.
Otro elemento que tendía a desunir y que llevó a los panameños a pensar seriamente en la separación, era la falta de consideración que demostraban ciertos sectores colombianos. No era un secreto para nadie que el Istmo de Panamá había representado desde siempre para Colombia su mayor riqueza potencial. Por allí se excavaría algún día el canal interoceánico que le proporcionaría a la metrópoli ganancias y beneficios en todos los órdenes. Habida cuenta de que esta situación un sector de la prensa colombiana propuso en 1899 vender el Istmo a los Estados Unidos con el fin de pagar la deuda externa. Como es natural tamaña proposición ofendió a nuestros compatriotas.
Es indudable que las pugnas políticas internas jugaron un papel importante para que el Congreso Colombiano rechazara el Tratado Herrán-Hay, sin olvidar sus justas reclamaciones económicas y soberanas, pero lo cierto es que la mayor desgracia de Colombia en 1903 fue poseer dentro de su territorio el emplazamiento del futuro Canal que representaba la clave del equilibrio naval de los Estados Unidos. Eso en momentos que se encontraba desmoralizada a lo interno, desprestigiada en el plano internacional y con un aparato económico a punto de colapsar que le impidió negociar en términos equitativos la apertura de la vía.
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